Sin productos lácteos regulados

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Sucedió en la cola. Y me sucedió a mí, aunque me gusta pensar que le pasó al amigo de un amigo.

Era un día de esos en que la arepa sin mantequilla no termina de bajar por el güergüero ni que la empujes con guarapo hecho con borra de dos semanas. Un día cualquiera en la Venezuela de Nicolás, donde comenzamos a entender como se come el arroz con mango de la Revolución Bonita. Salí tempranito, para no tener comprar el puesto en la cola del Mercal, iba entusiasmado, porque el madruga no sólo coge agua clara sino que queda entre los primeros cien de la cola. Así fue, quedé de 84. Me marcaron el brazo con marcador rojo rojito y me quitaron la cédula. Saque una libreta que me quedó del bachillerato y me puse a escribir unos versos a la escasez. Con eso mataba tiempo mientras amanecía.

A ti, Lorenzo Mendoza,

va mi copla relancina.

Dame una arepa sabrosa,

pero full de margarina.

Dame una mayonesa,

pa’ resolver el almuerzo.

Mira que a las caraotas

le expropiaron hasta el queso…

Yo no sé que comes tú,

ni tampoco me interesa.

Déjame sin el champú,

pero no sin la cerveza.

Te dicen el pelucón,

por tu cabellera larga,

pero creo que Nicolás

no puede ya con la carga.

¿¡Será que por fin te lanzas

y acomodas esta vaina….!?

No dejes que este chófer

siga poniendo la plasta.

Cuando amaneció ya tenía un manojo de versos y como cuatro viejitas tratando sonsacarme para que las metiera delante mí. Yo soy muy respetuoso de la tercera edad y más cuando viene en silla de ruedas, pero tuve que ponerme firme y hacer valer mi desvelo. Según, iban a vender leche. A medida que avanzaba la mañana, corrían bolas y rumores: que si era descremada o semi descremada, que si ok, leche, pero tenías que comprarla en combo y con dos sobrecitos de raticida…. Yo seguí escribiendo hasta que una muchacha me pidió el lápiz prestado.

Emprestamelo, vale, que voy a hacer la lista – dijo una voz de mujer decidida a no dejarse colar a nadie. – Yo hable con el sargentico que está allá y me dijo que nada más los que yo anote, esos compran.

Ok. – Le dije con voz ronca y con el aliento marchito por tener la boca cerrada durante tantas horas.

Era la bachaquera más linda que había cosechado. Una catira explotadísima, apretada en un licra color mamón, con sendo rabo y dos poderosas razones. Ojos verdes, ortodoncia de buhonero y una carita picara que me hizo estremecer Emparedado entre dos viejas como estaba, tuve que disimular en el interés que comenzó a crecer en mi pantalón. La exuberante damisela se paseaba por doquier, verificando nombres, cedulas y número en el brazo, hasta que llegó de nuevo ante mis ojos.

Mira, mi amorcito. Me voy a poner detrás ti, de número 85. Y usted, doña – le dijo a la señora detrás de mí – se pone en mi puesto, el número 17. Llegó poquita mercancía y no va alcanzar para todos. Así que vuele.

Tu si eres considerada vale… – dije con mi mejor voz empostada – nadie hace esas cosas hoy en día. ¿Como te llamas tú?

Celia, papito. Y lo que pasa es que yo tengo familia ¿sabes? No me gusta que las viejitas pasen trabajo.

Ella no preguntó mi nombre. Y yo no se lo dije porque me gustó que se referieraa mí como “papito” o “papi”. Hablamos de todo, de la vida, de lo malo que es comerse un bollo pelón “pelao” y de que la sardina daba acidez pero si le sacabas las tripitas no tanto. Obviamente que yo seguía encabilladísimo, más firme que Diosdado en el Cuartel de la Montaña y más duro que los brazos de Tarek Willian Saab.

Y ella, bueno, se le veía normalita. Pero en el fondo yo intuía que la catira quería ir a Los Palos Grandes a jugarse un parley conmigo.

Se armó una trifulca. Un conato de saqueo encabezado por la vieja que estaba detrás mí y que había sido beneficiada con el cambio de puestos. A la vieja le echaron gas del bueno y yo, que no salgo sin mi botellita de vinagre, me dispuse a protegerme de las lacrimogenas. Celia también se tapaba la nariz y la boca con un trapo rojo húmedo de procedencia incierta. Pese a la crisis, yo seguía rodilla en tierra y con el fusil en ristre, o sea, con el soldadito erguido y pendiente la catira..

¡Coño, pero échale plan a esa vieja y que compren los de la lista! – gritó Celia endemoniada-

El sargento, que después supe se comía esa merienda, acató la orden de mi bachaquera

La paz se impuso y la cola mágicamente fluyó.

Cuando faltaban dos para que me entregaran mi leche de mercal, el militar que despechaba anunció:

Quedan tres.

Verga, te vas a quedar sin leche, mami. – le advertí melodramático

¿Y acaso, tú no me puedes dar tu leche? – inquirió mientras apretaba discretamente mi ingle.

Y fue así la catira me dejó sin productos lácteos regulados.

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