Hace poco veía a Valentina Quintero (una mujer que ha amado a Venezuela como a nadie y por eso la recorre de cabo a rabo presentando su belleza) llorando en una entrevista por el estado deplorable del país, causado por la ausencia de conciencia ciudadana e ineptitud en la aplicación de las políticas públicas. La periodista en dicha entrevista le preguntaba cómo amar a Venezuela y a esto yo le respondería: amándonos a nosotros mismos.
Hay que ser EGOÍSTAS
…el hombre virtuoso sólo hace lo que debe hacer; porque toda inteligencia escoge siempre lo que es mejor para ella y el hombre de bien sólo obedece a la inteligencia y a la razón. Aristóteles
El gran Aristóteles decía en su ética nicomaquea, libro IX (nueve), que si el Estado es lo más importante de una ciudad, para el hombre lo más importante debe ser uno mismo. Tal vez se catalogue como egoísta semejante actitud, ya que su acepción general es de aquel que desea todos los bienes y placeres para si. El que quiere bien para si mismo (
hablo del bien clásico helénico enfocado en las virtudes como la justicia y sabiduría, por ejemplo) podrá darlo para los demás. Éste es el egoísmo del cual Aristóteles hace mención, que además utiliza la razón para dominar los vicios.
Destaca la idea de la amistad propia, basada en que si uno idealiza al mejor amigo como aquel al que se pueda contar en las buenas y malas, cada quien debe verse como su propio mejor amigo, porque si tú te ayudas en las verdes y maduras podrás hacerlo con otro, con varios y con tu país.
Entonces, ¿qué hay de maligno en hacer lo necesario para elevarnos cada uno mediante el enriquecimiento y aprovechamiento de nuestras virtudes? Lamentablemente, fue el cristianismo quien engendró en nuestras sociedades la hipocresía de amar al prójimo más que a nosotros mismos, que atendiendo la casa de los demás viendo cómo se desmorona la nuestra lograremos un acercamiento a Dios. Por tanto, para la tradición judeo-cristiana amarse a sí mismo es un pecado aborrecible.
A mi entender, ¿no está detrás de todo esto la búsqueda de aceptación y respeto del otro –llámese Dios, fulanito o menganita- cuando debería ser la del yo? Ese altruismo que San Agustín y Pascal defendieron tanto, nos han llevado a creer que el yo no importa desprendiéndole a cada ser humano su autonomía.
Quererse a uno mismo no es echarle un patuque de cemento a la grieta que se hizo por filtración, sino atacar a la filtración misma.
Sólo aquel que ha sentido el llamado del yo, activando su propia conciencia en lo que se le presenta frente a sus ojos, ha podido ver la decadencia de las interacciones sociales.
Y todo esto se da porque el venezolano se rindió, no cree en sí mismo ni en su capacidad de crear, no se ama ni amará a Venezuela hasta tanto no tome conciencia de sí, de lo que quiere, le apasione o desagrade.