Va pasando el inerme
Elizaria Flores
Toda la escena está desequilibrada por una violencia unilaterial.
No hay ni simetría, ni paridad, ni reciprocidad.
Adriana Cavarero. 2009
La noticia, via twitter, rompe la tarde del viernes 1 de julio: “Atención: 5 seminaristas merideños fueron atacados y desnudados por colectivos oficialistas en la Avenida Tulio Febres”. Resulta que había una actividad convocada por un partido político de oposición. Y algunos fueron allí a impedir que se montara la tarima, que hablara quien fuera, que se concentrara la gente, a impedir lo que sea. Encapuchados, motorizados, armados. Guapos todos. Y apoyados por los cuerpos de seguridad del Estado que los dejan hacer y pasar. La foto de los jóvenes desnudos en medio de la calle circula en las redes sociales, prolongando su desnudez al infinito. Como si ya no fuera suficiente, como si la palabra desnudo no contuviera ya la desnudez y el oprobio. Con la foto, la insistencia: Los 5 seminaristas iban o venían de una clase de inglés, no estaban en el evento político, no estaban protestando, iban pasando. Eran seminaristas, iban pasando.
Entonces las preguntas rompen otra vez la tarde: ¿Cambiarían las cosas si en vez de seminaristas fueran reguetoneros o activistas políticos? ¿Sería menos grave si en vez de ir a una clase de inglés, esas víctimas de violencia se hubieran dirigido, bandera alzada, a la propia tarima? Este hecho, detalles aparte, se resume así: Hay quien tiene poder y se enseñorea de la calle, de la gente, del aire. Dominante, abusivo, omnipotente. Se encapucha y levanta el arma y grita y amenaza porque se sabe impune, privilegiado, seguro, intocable. Y hay quien no tiene ese poder y padece el maltrato y la opresión. Cree que puede transitar su calle, asistir a un evento, dar su opinión, pasear. Se cree ciudadano y sale de su casa. Indefenso, desarmado, desprotegido, inerme.
El inerme viene pasando. El omnipotente, detrás de la capucha, lo ve y no lo soporta. Nadie puede ir por el mundo sin conocer y reconocer su poder. La capucha lo viste y lo resguarda. Pero también lo crea: El encapuchado dejó de ser quien era, un hijo de vecino, el chamo de la esquina, el fulano de tal. El encapuchado está investido del poder. Y así habla: Reconóceme, reconóceme, reconóceme. Estás viendo la supremacía. El poder, el dominio, la autoridad, lo que manda, o sea, yo mismo soy y tengo este hierro para demostrarlo. El inerme viene pasando. Pasó mal, no pasarán dijeron, la calle está maldita. Esa, y la otra también, que por aquí no pasa nadie, ni monta tarima, ni cacerolea, ni estudia, ni trabaja, ni habla, ni respira. El inerme viene pasando y quién eres tú, bichito, mariquito, si eres chavista o eres escuálido, o eres mierda o qué te pasa. El inerme no es nadie, sólo el que obedece y se la cala. Y está vivo porque así lo decide el omnipotente. Te dejo vivo pero te jodo. Te dejo magullado, roto, ensangrentado. Te dejo humillado y te desnudo, te dejo ahí, con el cuerpo tirado en el asfalto. Y en tu cuerpo indefenso cuelgo un mensaje, que diga donde vaya que aquí manda papá.
Hoy, días después del “caso de los seminaristas de Mérida”, como ya lo llamó alguna prensa, son otras las noticias que rompen la tarde. No es que se olvide nada, es que aquí se amontonan las urgencias y se acumulan desmanes e infortunios. Parte de la tortura consiste en no poder hablar de ella, ni respirar, ni coger fuerzas para recibir el otro golpe, el otro mensaje sobre el cuerpo de todos. Yo soy el inerme y no hay policía ni autoridad alguna que me defienda, no hay defensor de derechos humanos, ni fiscal, ni ministro. Yo soy el inerme que va pasando. Tú eres el inerme que va pasando. Todos somos inermes y en la esquina hay un tipo que si le da la gana te desnuda.