En el Reino Tropical de los Dípteros existen, como no pudiera ser de otra manera, los bottom-feeders. Los excluidos, los que están en lo más abajo de la cadena trófica-escatológica, los que las moscas miran por encima del ala con menosprecio pero sin cuya labor el ciclo de la vida y muerte estaría incompleto. Son ellos los que se comen lo que otros desprecian y cuyos excrementos van fijando el nitrógeno en el suelo donde eventualmente crecen los arboles de sombra placida. Sombra que gusta mucho a las moscas en esos días de calor intenso y que también gusta a los amantes al atardecer cuya pulsión de feromonas hacen que las flores florezcan antes de tiempo. Estos excluidos, estos parias taxonómicos, son por así decirlo los rebuscadores de basura biológicos. No es que este comparando un cadáver con un montón de basura ni mucho menos, pero es que estamos claros que un cadáver luego de cómo lo dejan las moscas no es sino basura orgánica sujeta a un chasis de calcio.
Su labor en la economía del inframundo no es del todo apreciada. ¡Deberían de hacer una huelga general como los mexicanos en EEUU a ver cómo todo se vuelve un maldito desierto! Su labor es comparable a la de las abejas. Estas últimas le abren la puerta a la vida. La gran familia de los dermestidae por el otro lado llevan uñas, pelos, piel, cartílagos y cualquier otra queratina humana y animal al otro lado del Aqueronte completando el ciclo de creación-destrucción. Las moscas en su pérfida arrogancia deberían de aprender que la economía es siempre un circulo y la constricción de la riqueza es esa, que el que nada da, nada puede recibir. Pero cuando se está en lo más alto es fácil ver para abajo creyendo que la copa del árbol en donde uno está se sostiene en la nada. Si vemos un árbol robusto en un sitio es porque algo o alguien plantó la semilla en un suelo apto y fértil en algún momento en el pasado. Nada nace de la nada.
Es muy fácil para la carne y otras partes blandas desaparecer en un santiamén. Al fin y al cabo la competencia por estas partes es brutal. Hongos, bacterias, moscas y mamíferos de todo tipo como el muy autóctono rabipelado. Curioso ejemplar que me recuerda a los militares de este país: hediondo, gritón y bastante voraz. El punto es que dada la competencia por estas partes es natural que éstas sean las que primero se reciclan en un cadáver. De hecho y dada la feroz competencia, la naturaleza se pudiera bastar sin las moscas, sin esta clase privilegiada, y créanme que no estoy siendo Marxista-Darwinista aquí. Sin embargo, ¿se tiene idea de lo que cuesta degradar una uña, un mechón de pelo? Décadas sino siglos a punta de hongos y bacterias como sucede dentro de una tumba, de lo contrario hubiera sido imposible hacer ese sancocho nigromántico a medianoche que muchos creen que fue salpimentado con huesos. No, eso no fue así o al menos no solo con huesos. La realidad es que ese sancocho también tenía su sofrito de uñas, cabellos y pelos libertarios (o libertinos, depende si se cree la hipótesis sifilítica) gracias a que estuvieron por décadas lejos de la mirada de esta familia de coleópteros y su impecable ética de trabajo.
No ayuda en su aceptación social la anatomía poca agraciada de estos individuos en comparación con la esbeltez y belleza de las varias especies dípteras de este país. Cualquier mosca hija de vecina aquí es pechugona, esbelta, y muy pero muy sexy. Si a esto le agregas unos ojos (tres para ser exactos) grandes, hermosos y el traje iridiscente verde o azul hecho a la medida quien sabe si por Herrera o Carvallo… en fin ya me dio dentera. Por el contrario estos escarabajos son rechonchos, unicolores, duros como uña de bailarina de ballet, y con una autonomía aérea que haría a una mosca parecer como lisiada. Son feítos y limitados pues, e irían muy bien en el decorado de una pirámide Maya porque tienen un poco esa estética. Por cierto de México me advirtieron una vez que “todas las moscas son feas, espantosas, como caídas de una pirámide precolombina”. ¡Falso de toda falsedad! Basta ver la televisión azteca para ver unos ejemplares espectaculares.
No me quiero desviar del tema. En medicina forense su utilidad es impagable. Sin duda que las moscas llegan las primeras al cadáver a libarlo y regurgitarlo. A los siete minutos para ser exactos y con bastante más antelación que un CICPC, pero bueno también es verdad que una mosca no tiene que lidiar con furgonetas que no sirven, tráfico, falta de personal y un barrio que te recibe a tiros. Pero es en los restos humanos encunetados, en los matorrales sin nombre, al lado de un reservorio de agua potable, o simplemente en bolsas negras esparcidas estratégicamente en dos metros cuadrados donde su verdadera utilidad para datar la fecha de muerte es apreciada. Como me dijo una vez un inspector jefe-de-yo-no-se-que-verga en palabras la verdad bastantes poéticas dignas del mejor literato: “su labor es excepcional para darnos una aproximación bastante exacta de cuantas horas han pasado desde la muerte del individuo. Son los mejores tatuadores que te puedas imaginar, no dejan piel alguna sobre el hueso sin tatuar, su arte es exquisito y su trabajo lo hacen siempre al mismo ritmo. Ni más rápido ni más lento, siempre igual revelándonos aquello que siempre estuvo en el fondo pero que no podíamos ver, todo gracias a que vuelven la piel invisible. Son efectivamente tatuadores de tinta invisible.”
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