–¿Qué te motivo a participar en el concurso anual de Panfletonegro y cómo lo consideras, después de la experiencia de haberlo ganado? ¿Es una competencia de popularidad, se valora la calidad de los textos, la democracia de internet funciona o es una mezcla de todo ello?
–Todo empezó con una hepatitis A. La doctora me dijo que, además de alimentos contaminados, la enfermedad estaba asociada a la ira. Así que las tres semanas que estuve de reposo traté de drenar ese sentimiento frente al teclado. Sin duda, ese texto fue al que más hígado le puse.
La crónica la había escrito dos días antes de que Rubén Machaen, un amigo que colabora para Panfletonegro, me avisara que había un concurso en el que el tema era una crónica de las colas. No tenía nada que perder, pero tampoco expectativas de ganar porque el mecanismo de elección era por número de votos, y yo me postulé una semana antes de que cerrara la votación.
Por fortuna, en ese entonces había sumado algunos seguidores a mis redes sociales. Aproveché esos cinco minutos de viralidad para convocar a la gente a que me eligiera, con toda la pena del mundo, pues siempre he criticado a quienes pregonan un “me gusta” para ganarse un masaje reductor en algún centro estético emergente. En mi caso tenía que pedir que me dieran “estrellitas”, así que te podrás imaginar cómo me sentí. Pero el premio lo valía.
Si las reglas se hubiesen regido por calidad del texto, no sé si el resultado hubiese sido el mismo. Pero si Sascha Fitness hubiere participado y movido a su gente, estoy seguro de que no estuviera contestando esta entrevista.
–¿Qué vas a hacer con el premio de los cien euros?
–¿Cien euros?¿A qué te refieres? No, no me estoy haciendo el loco porque tenga motorizados alrededor. De verdad no sé de qué hablas, pero si me ganara 100 euros en un concurso por narrar una cola que hice con mi mamá, no lo diría muy alto para que ni ella ni la gente que votó por mí me cobraran comisión. Guardaría el billete como muestra de que un post de Facebook me dio más plata que seis meses de trabajo en El Nacional.
–El tuyo es un relato evidentemente autobiográfico, salpicado de tu oficio como periodista y escritor. ¿Por qué estimas que la gente se identificó con tu historia, al punto de viralizarla?
–No soy un periodista que se rasga las vestiduras por la profesión y tampoco tengo las aspiraciones intelectuales de un escritor. De hecho, escribo más de lo que leo (cosa de la que no me siento orgulloso). He intentado mejorar eso, pero los libros me comen, siempre he sido más audiovisual.
El único talento que tengo es el de la imitación. Soy un imitador de diseñador gráfico (mi primer empleo), un imitador de periodista y más recientemente, un imitador de Yubraska (no soy el de verdad).
Lograr emular a este personaje, que se viralizó durante las elecciones parlamentarias, me ayudó a comprender que la gente se conectó con ella porque le daba voz a sus problemas de manera tragicómica y capitalizó un descontento.
Algo así pasó en menor escala conmigo, yo le di letra a una pequeña estrofa de la crisis del país. Lo hice desde el humor, pero sin abandonar la seriedad que amerita contar una historia como esa.
Rompí esa odiosa pared de la tercera persona, del periodista que se muestra distante a lo que observa. Me mostré vulnerable, escribiendo desde el Yo. En una cola no hay título universitario que valga, eres un borrego más.
No esperaba que tanta gente compartiera la historia: emigrantes, gente que no había hecho cola nunca, señoras humildes, periodistas que respeto, incluso medios internacionales. Fue una sorpresa que me asustó y me gustó al mismo tiempo.
–¿A quién te gustaría ver haciendo una cola y pasando por el mismo calvario que tu narras?
–Me gustaría ver en una cola a la persona que tomó mi texto, lo editó con dos párrafos finales edulcorados con papelón piche y lo empezó a mandar con su firma por una cadena de Whatssapp. El plagio es un delito al igual que el bachaqueo o el narcotráfico, cada uno en su escala. Obvio que también gustaría ver a Maduro y a Diosdado madrugando por una Harina Pan, pero nada hago vengándome hipotéticamente de ellos si el resto de la gente no comprende que, por cliché que suene, el cambio empieza en casa. Este país está mal porque ninguna junta de condómino sirve.
–Desde tu punto vista, ¿de dónde surge el problema de las colas y el desabastecimiento?
–La crisis es como un dolor ciego, como el que te causan esas pepas sin cabeza que te salen en la cara: te duelen pero no sabes exactamente cuándo ni por dónde van a reventar. Para canalizar las dificultades hace falta una buena gerencia política, pues el desabastecimiento es un problema que requiere mover muchas piezas de fondo para solventarse. Creo que hay recursos para lograrlo, pero en este momento están mal administrados. Venezuela es una muchacha talentosa con un muy mal manager.
–Ejerces el periodismo. ¿Te parece que el oficio también está atascado por la crisis en una larga fila de prácticas cuestionables?
–Yo soy parte de esa crisis, porque soy un periodista sin vocación (pero lo disimulo). Estoy consciente de mis limitaciones, cosa que no pasa con muchos periodistas. Hay quienes escriben con los pies y no se quitan las medias, como le oí alguna vez a Ileana Matos.
Yo soy inteligente, pero no culto (ese piropo me lo echó Maolis Castro). Eso me ha permitido defenderme y hacerle parecer a quienes me rodean que sé lo que hago. Esos sí, no soy pirata, me mantengo alejado de los vicios.
En líneas generales los mayores males en el periodismo son la falta de rigurosidad por lo tiempos de entrega, la depresión por los salarios, o esa sensación de que le escribes a la nada porque la gente no te lee y, sobretodo, los egos.
Sin embargo, y hablo por El Nacional, los compañeros con los que me rodeo me han mostrado la mejor cara de esta profesión, la que te brinda herramientas de crecimiento personal, te vuelves más seguro y te descubre por dentro. Ese fue el motivo por el cual cambié mi carrera de diseñador (en la que seguramente estaría ganando muchísimo mejor). El periodismo es una terapia que pienso dejar cuando recursos humanos me de alta.
–En medio de ello, ¿qué rescatarías del trabajo de reportero en la actualidad?
–La ganas de dejar constancia de todo lo que está ocurriendo, incluso en fuentes que nada tendrían que ver con política en países normales. Yo trabajo en la sección de arte y espectáculos y en cada nota buscamos dejar plasmar la gravedad de lo que estamos viviendo, así el tema sea el Miss Venezuela. Ya las redacciones en del país no deberían estar divididas por secciones. Cuando hablamos del Potro Álvarez no sabemos si sacarlo en política, deportes, farándula o sucesos. Lo mismo pasa con otras figuras. La crisis salpicó todo.
–¿Qué críticas has recibido por tu artículo? ¿Cuáles reconoces como acertadas y cuáles te resultan prescindibles?
–No escribí pensando en ser criticado porque no tenía previsto entrar a un concurso o publicar una nota en el diario. Pero, entre los comentarios que recibí, ninguno argumentado, había alguien que afirmaba que yo buscaba dar lástima y otro me dijo “homosexual de poca monta” (me ofendió lo de “poca monta”, porque tengo 27 años ejerciendo).
Pero sin duda la “críticas” que más me impactaron fueron la de las personas que me decían “pero vente a una cola en el interior para que te caiga la Guardia”, “Tuviste suerte de hacer solo 11 horas, yo hice 17”. No señora, nadie tiene suerte por pasar medio día en una cola para comprar comida. Nos hemos adaptado gradualmente al molde de la catástrofe que se ensancha todos los días. Entonces ¿debo sentirme feliz el día que haga una cola de 3 horas? El racionamiento ha acabado con el razonamiento.
–¿Por qué es necesario disentir en estos tiempos de censura y corrección política?
–Expresarnos es lo único que nos hace sentir menos esclavos del caos. El silencio solo le facilitaría aún más el juego a quienes han cambiado las reglas durante 17 años. Estamos negociando con un muchacho malcriado y tramposo ¿cómo vamos a ganarle sin tumbarle el tablero en la cara? En algún momento perderá la fuerza de tanto patalear, no debemos rendirnos antes de eso.
–¿Quién eres, cómo te sientes ahora, qué esperas para tu futuro y el del país?
–Para evitar las decepciones crónicas decidí racionar las expectativas que tengo acerca de mi futuro y las del país. Hoy soy Iván Zambrano, tengo 27 años, y vivo con mi mamá. Ella siempre me recuerda que a mi edad estaba casada, con carro y apartamento. Yo solo tengo un Play Station 3, aparato que compré con mi liquidación como pasante hace 5 años. Ahora, con mi liquidación como periodista (luego de que me boten por esta entrevista) no podría comprarme ni el nuevo “Resident Evil”. Aunque si de zombies se trata, puedo verlos otra vez en una cola o en el espejo.
Más allá de lo material, creo que me conformaría con vivir sin ansiedad, sin la incertidumbre de escolta. No quiero irme, emigraría solo mi cuerpo inerte, tendría la mente estacionada en mi casa, como dicen, “Ni que nos vayamos, nos podemos ir”. Quiero vivir en un país distinto sin salir de Venezuela.
*El crédito de la foto es de Jorge Santos Jr.
aquí puedes leer 2 harinas, 1 aceite y 11 horas (Mi debut en una cola), la historia ganadora del 6to concurso colectivo de panfletonegro.