¿Qué tiene en común esta gente tan dispar?
Primero, son profesores activos en Twitter y segundo, llaman a un grupo de personas, también tuiteros como ellos, “guerreros del teclado”. Para una persona que viva en otro país esta disputa entre tuiteros podría hacerlo pensar que nosotros los venezolanos somos oligofrénicos o tan solo infantiles. Pero para valorar el caso correctamente hay que tener en cuenta que en Venezuela no existen, a parte de algunos periódicos ya en decadencia y salvando algunas radios, medios formales por los cuales comunicarnos como sociedad. El Twitter, así como otras redes sociales, son un aspecto tan importante de nuestra actividad política e, incluso, de nuestra vida intelectual, que no podemos dejar pasar algunas cosas.
¿Quiénes creen que son los guerreros del teclado las personas de las que hablo? Creen que son unos individuos que mandan a que otros se inmolen por ellos mientras que ellos se quedan en su casa escribiendo en Twitter. Creen que forman parte de un “laboratorio del gobierno” o que son “antipolíticos”.
Pero la realidad es que la mayoría son jóvenes que conocen la desesperación de estar dentro de una cortina de gas lacrimógeno, que llevan en sus espaldas cicatrices de perdigonazos, muchos de ellos conocen la cárcel, otros, los que sobrevivieron, llevan balas alojadas en sus cuerpos (porque, aunque las películas digan lo contrario, generalmente no se sacan) y otros son exiliados. “Guerreros del teclado” es un epíteto que usan unos representantes de un tipo particular de intelectualidad muy de la generación que dio a luz a Chávez: incapaces de percatarse de los matices, acostumbrada al sectarismo de los partidos políticos tradicionales, derivado razonablemente atribuible al leninismo que constituyó, según Manuel Caballero, el eje organizacional de, al menos, el partido otrora más importante de Venezuela: AD, y el de todos los demás por mimetismo. Parece mentira que esta particular representación de hombres que usufructuó las bondades de una sociedad abierta y sobre todo que les permitió escalar en la escala académica sin generar, en realidad, mayores resultados académicos, exceptuando, de los 3, a Elías Pino, sea tan poco susceptibles a la crítica y tan poco partidarias del análisis.
El término “guerreros del teclado” es una consigna de propagandista político muy prosaica. Y a ese tipo de propagandismo pueblerino se volcó gente que tiene doctorados y de cierta cultura, con la excepción de Raúl Hernández, que carece de ella. Su lenguaje, tanto hablado como escrito, es de una ordinarez que no puede ser deliberada. Escribe como habla alguien en la sordidez de un baño de discoteca, en tono de reguetonero, de veinteañero buscando hembra. Me encantaría que me saliera igual ese parloteo babieco, esa habilidad infernal que otorga la guayabera caribeña de hablar por horas sin decir nada que a él le sale tan espontáneo en sus artículos dominicales: del cuchitril de mala muerte saldría yo con novia. A él sin duda le sirve para otra cosa. Por ejemplo, a los jubilados que ponen las sillas afuera de sus casas les ameniza el dominó, les da contenido a las tardes de inutilidad y de calor « ¿leíste a Carlos Raúl? Les dijo cretinos a los guerreros del teclado, uff» dicen mientras interponen el artículo en cuestión entre la planta del pie y la chancleta de plástico para absolverse el sudor. Si no fuese porque así es que se comunica por necesidad pensaríamos que quisiera ser partícipe de ese ameno género literario que es el insulto inteligente. Pero no, no sale de un “cretino” o de un “estúpido”. Se podría poner a Maduro y a Carlos Raúl a discutir, frente a frente, frase a frase, y tendríamos un empate en número de “cretinos”, con la diferencia de que el Estado venezolano probablemente le becó el doctorado a uno y el otro tan solo es un inútil sin parafernalia, sin título, una anomalía dentro de Venezuela, sin duda.
El término “antipolítica”, tal cual lo expresan, es de una carencia de rigor total. Generalmente no se toman la molestia de definirlo porque creen que todos lo conocen, porque sobreestiman o desprecian, que al final son formas de faltar al rigor de una comunicación honesta, a sus interlocutores. Creen que “antipolítica” es un término tan bien definido, tan unívoco y conocido por todos como «mesa» o «perro». ¿Qué significa, en realidad, «antipolícico» cuando lo utilizan como insulto? ¿Que los “guerreros del teclado” no creen en los partidos? Pues se equivocan de forma doble si esto piensan, primero porque muchos militan o militaron en ellos y segundo porque los partidos no son objetos de fe en los cuales haya que creer y menos aún a los que haya que rendirles tributos. Los que utilizan el término “gerreros del teclado” parecen formar parte de ese grupo de venezolanos que cargan con el peso de un bolso lleno de plomo: sus creencias mágicas. “Si les prendes velas a las ánimas no puedes dejar de prendérsela porque se te aparecen”, escuché textualmente decir y así parece que dijeran. Los “antipolíticos”, en cambio, dejaron de prenderles velas a quienes no debían prendérselas y más que aparecérseles las ánimas a ellos, ellos se volvieron hombres más libres. La MUD es una coalición de partidos, no un monolito incontrovertible o un Olimpo de dioses a los que haya que rendir tributo.
El partido político, creo, es un medio civilizado para organizar el poder, para acceder a él. Más que civilizado, porque civilizados también son el Kalashnikov y la bomba de hidrógeno, es democrático, aunque no necesariamente. Aquí, por cierto, es donde más discrepo con los que utilizan el término “antipolítica”, puesto que pareciera que identifican la palabra “política” con consenso, con democracia y con existencia de partidos. La política, creo, es algo más esencial que eso. Político también fue el holocausto nazi, el genocidio ruandés y otomano, el holodomor y los funerales de Kim Jong-il. El animal potencialmente más atroz que existe es por naturaleza político y la democracia, en realidad, es una variedad frágil de la política, una anomalía de ella. Difícilmente aquellos que son tildados de “antipolíticos” lo sean en realidad, son más bien como dicen que fue la órbita de mercurio o el comportamiento de los neutrinos solares cuando los intentaron “atrapar” por primera vez: incomprendidos por limitación de la teoría o del método de experimentación. En este caso, en realidad por algo mucho más baladí: incomprendidos por una generación de intelectuales tuiteros sin sutileza, literales, binarios y ensoberbecidos sin razón alguna.
Creo que hay una cosa muy particular en estas personas que llaman a otros “guerreros del teclado” a pesar de haber pisado una universidad. Y es que desprecian el concepto de crítica. Cuando preguntan a otros: “¿y tú qué propones?” Piensan que la crítica tiene que llevar endosado el apartado de las propuestas, como aquellos terribles libros de texto que traían tareas al final del capítulo, tareas que son en realidad un veneno para la inteligencia cuando las mandan para la casa. Es desconsolante escuchar aquello que parece tan generalizado en la sociedad venezolana: tú no haces crítica “constructiva”, tú puro quieres desmotivar, tú no propones soluciones. Esto es parte del discurso político venezolano pero me lo he encontrado en todas los niveles de discusiones. Yo me pregunto a qué clase de crianza inquisitiva, de chancletazos limpios e insultos sucios estuvo sometida la sociedad venezolana para generar tales monstruos sociales. Hay gente, es verdad, que sólo critica. Otros son grandes inteligencias que identifican problemas, critican la solución que hicieron otros, compilan y generan soluciones ellos mismos. Pero aquella inteligencia que es tan solo crítica ya es una gran inteligencia. La crítica, en parte, fue el elemento que sacó a la sociedad occidental de la tiniebla humana en la cual, me temo, todavía está sumida la mayoría del mundo. Malvive en una oscuridad terrible aquel que no vive en una sociedad democrática, resultado más sublime de la Crítica. Sin crítica no hay sociedades libres, gobiernos representativos, repúblicas, monarquías parlamentarias ni bares ni Rock ni porno. Sin crítica no hay declaración Universal de los Derechos Humanos ni probablemente el canto más práctico y duradero de libertad: la constitución estadounidense. Sin crítica el hombre formula enunciados tales como: «o lo que dice la MUD o el kalashnikov» que forman parte de razonamientos desproporcionados. Estas personas en realidad parecieran creer que los fenómenos sociales ocurren de forma parecida a la despolarización de una célula nerviosa: o todo o nada. Chávez manejaba muy bien esta dialéctica de la tribu. El reconocimiento de posibilidades distintas a los aparentes extremos es patrimonio de una inteligencia cultivada, se esperaría que la tuvieran estos profesores universitarios. Pero me temo que del estado cultural de la sociedad en general no se escapan nuestros “académicos” en cuestión .
La crítica es incomprendida para nuestra sociedad. Nosotros, en buena medida, y me temo que también gran parte de Latinoamérica, estamos en un estadio precrítico, al menos el promedio de nuestra sociedad lo está. Y no es solo porque en estos últimos 20 años se le haya puesto cerco dictatorial a ella, sino porque, aunque cueste admitirlo, cada venezolano es también un dictadorcito.
En estos días leí un artículo sobre un escritor venezolano que había muerto, cuyo libro más famoso es una novela que desconocía: Pim-Pan-Pum. Lo que hacía el articulista era una especie de crítica literaria, sinceramente parecía una cosa benévola, una cosa que lee la mamá del escritor muerto en el sepelio y no se inmuta. Yo no sé nada de crítica literaria, que es como la nada nadeando -si me lee Elías Pino se emociona porque creo, según leí en un libro suyo, que José Gaos , flamante traductor de Heidegger, fue profesor suyo en México-, pero no me pareció que hubiese más bilis de la que pueda tener cualquier escrito pretendidamente polémico. Pues el escrito, que se puede leer en Prodavinci, generó un aluvión de invectivas personales incomprensibles. Uno comentó que el fulano crítico literario le debía una plata de cuando vivía en París, que cómo iba a estar hablando mal del autor de Pinpanpum. ¡Qué culebrón español! En México creo que pasó algo parecido con la muerte de Juan Gabriel. El que argumentó que no era ni mucho menos un héroe nacional fue penalizado con el mazo de la tribu precrítica que consiste en esto: si tú criticas mi trabajo o mis ideas o las de mi tribu me insultas a mí y a mis hijos y a mi pueblo. El hombre precrítico no ha despersonalizado su opinión, la crítica para él es siempre un ataque a su integridad de hombre bárbaro. La despersonalización del pensamiento no es algo que pueda comprender aún. El niño a veces cree que detrás de todo fenómeno de la naturaleza hay un ser que lo produce. El precrítico, animista como aquel niño, pero animista conspiranóico, reinventó además la ciencia del argumento ad hominem otorgándole carácter experimental: detrás del argumento está no sólo un hombre del cual hay que saber el color de los interiores para entenderlo sino un laboratorio cubano. ¡Qué clase de culebrón infantil!
No puedo evitar comentar una cosa, aunque después me dé remordimiento. La profesora Capriles le alarma que exista gente que piense que la marcha del jueves no está relacionada con el cacerolazo en la cara a Maduro. Esto guarda una convicción especial. Ella, fervorosamente, cree que en efecto sí están relacionados. Y yo, con todo, puedo estar de acuerdo con ella, de hecho, creo que hasta lo estoy, pero no he pensado mucho en eso. En realidad, si me pongo a pensar le encuentro relaciones, todas ad hoc, probablemente. Lo llamativo es que ella sea lo suficientemente ingenua, más bien precientífica, no solo como para estar convencida de que sí las hubo sino como para extrañarse de que en realidad haya gente que piensa lo contrario. Es que pensar lo contrario, después de todo, no es una locura y sobre todo si ella ni siquiera se inmuta en argumentar por qué dice que sí hubo una relación. El problema, al cabo, es la falta de análisis, es la pereza de no escudriñar las convicciones, de no intentar siquiera comprobar lo que piensan o argumentar por qué piensan como piensan. Una de las virtudes, según Stuart Mill, que tiene la posibilidad de manifestar ideas libremente aunque sean falsas es que nos pone en la necesidad de tener que argumentar las verdaderas, y de allí podemos pasar a un verdadero conocimiento de por qué creemos lo que creemos. En la discusión científica necesariamente el hombre tiene que argumentar lo que dice. La señora Capriles no está, al parecer, acostumbrada a esto, por desgracia. Me dirán ingenuo, pero espero eso de un “doctor”, aunque este sea muy mediocre. ¡Ella es profesora de una gran universidad donde se imparte, o se impartía, el más alto nivel de enseñanza! Ella no debería utilizar la falacia que implica el razonamiento de que la fiebre y no la bacteria es la causa de muerte del infante. Uno podría decir que desconoce la falacia post hoc ergo propter hoc (después de, luego, a causa de). Aunque me temo que si la caceroleada hubiera sido antes de la marcha probablemente hubiera invertido el argumento: antes de, luego, a causa de y nos hubiera dejado a todos perplejos, desde Aristóteles hasta Bertrand Russell. Tal es la capacidad de esta particular filósofa venezolana. Me imagino que para un verdadero filósofo, un psicólogo o en general para alguien que sepa argumentar, leer a la señora Capriles hablando de Freud le produciría una sensación equiparable a la del médico cuando observa a un chamán en guayucos en pleno rito para curar una amigdalitis. Correlación no implica causalidad excepto para el hombre precientífico y particularmente para el precrítico venezolano, que cree que todo lo deseable e inexplicable está no solo relacionado sino que es causa, no ya de la bondad de Dios, sino de la bondad de la MUD.