Toda suposición practicada hasta ser convertida en verdad, propicia una distorsión de la historia.
El historiador que supone, alejado de la pruebas (léase como ejemplo), arrastra el razonamiento hasta sus necesidades.
Lo mismo puede pasar con cualquier otra rama del pensamiento que propicia análisis, crítica, y construcción.
El artista, a su vez, puede crear suposiciones para trastocar la historia, plantear interrogantes que jueguen con el aprendizaje adquirido, y muy de vez en cuando tomarse la licencia de reconstruir la realidad, para promover la catarsis como liberador de ideas. Convirtiendo la distorsión de la realidad, en un fantasma de condiciones éticas y morales, posiblemente hasta el camino de otro fantasma de la humanidad, la justicia, o de lo que consideramos «justicia», pues si pensamos que la justicia no es más que una herramienta de control de libertad, hasta el término en sí mismo puede ser contradictorio.
Aún así, el rol del arte para la confrontación de lo cultural, puede aprovecharse de la historia para darle un viraje al conocimiento humano, desde sus formas, que están constantemente en transformación.
Un grupo de judíos que logra acabar con Hitler en la proyección de una película. Un urinario puesto en una esquina, capaz de darle la vuelta al pensamiento. Una actriz de Hollywood multiplicada en color, para quitarle carácter elitista a la historia del arte. En fin. Una idea de presente que permita la construcción de un nuevo imaginario.
¿Cómo debe pararse el crítico frente a la obra? ¿Debe suponer las razones del artista para llevarla a cabo? ¿o debe unir las piezas de la obra para encontrarle el sentido (si es que lo tiene) y acercarla a múltiples lectores?
Ambas interrogante son resueltas por el analista a través de su condición de crítico, no obstante, la subjetividad de la percepción siempre va a permear la lectura. Digamos que el arte contribuye a través del crítico a generar nuevos códigos de interpretación, que puedan acercar al espectador menos educado -o no- a la comprensión de la obra, y esta labor, cuando menos, es difícil y laboriosa.
El crítico siempre va a condicionar la percepción, pero la naturaleza de este acto sugestivo se expande en la medida que logra que <<el nuevo lector>> a través de su guía, internalice por medios propios (culturales y educativos) el mensaje que la obra en cuestión transmite (mensajes múltiples, si al caso vamos).
De tal manera, si un crítico dice que el creador engaña, es porque él mismo se ha sentido engañado, si un crítico dice que un producto es una falacia, es porque lo que creyó ver, para él, es una mentira. Si un crítico dice, que el creador se burla del espectador, es porque él se sintió burlado.
Las emociones generadas en el espectador por la obra, forman parte del lector, pero no de la obra en sí misma, en este sentido, la manera como el lector recibe lo visto, leído, o escuchado, va a depender netamente del imaginario del individuo.
La labor del analista, a través de las herramientas que maneja para desentrañar los códigos, resulta pues, un catalizador de estas emociones para llevarlo a un terreno racional.
La suposición es un acto de unificación de realidades alternas. Quiero decir, realidades del inconsciente que en el mundo real, no tienen basamentos, a primera vista.
Ahora bien, ¿puede una suposición convertirse en una hipótesis? Siempre. Es más, toda suposición es la base de una teoría, de una tesis, pero es eso, la base, no el resultado.
Un lector habitual convierte la obra en parte de sus emociones, y de ahí parte su verdad. Un analista convierte sus emociones en un punto de arranque. Se supone que sus motivaciones internas lo llevarán a explorar el objeto minuciosamente, hasta dar con el resultado.
Hay muchos lectores habituales escribiendo critica, ¿el resultado? La muerte de la crítica en sí misma, y el triunfo del personalismo.
Esta suposición, me lleva a pensar en nuestra vida dirigida a través de las redes sociales, donde el consumo de la información debe ser rápida, directa y eficaz.
De estos tres puntos, el único apartado que realmente supone un problema –al menos para quien esto escribe- es la concepción de “rapidez”. Todo lo que es consumido con velocidad, no permite la profundización del texto. Todo lo que se asume con rapidez, no permite la evaluación necesaria de un producto.
¿Facebook, Twitter, Instagram, Snapchat han condicionado nuestra percepción a un nivel tal, que nuestra emociones son más importantes que la construcción analítica de estas? El crítico debería estar ahí para afrontar esta verdad, lastimosamente, el crítico no se hace crítico de sí mismo, permitiendo que la subjetividad prepondere, por sobre la obra misma.
Si el crítico asume que, <<el nuevo lector>> es un ignorante, es resultado de su propia ignorancia, no de la obra, ni de su realizador.
Daniel Dannery.