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Caracas, entre el espanto y la ternura

Entre el espanto y la ternura
corre la suerte,
con el abajo y con la altura,
con vida y muerte,
con vida y muerte.

Silvio Rodríguez

La última vez que fui a Caracas, la sentí más lejana de mí. A pesar de haber nacido y haberme criado en una de las ciudades más cosmopolitas y más violentas del planeta, a pesar de haberla amado en algún tiempo, de haber sentido nostalgia por ella en otros momentos, Caracas ya no es lo que he querido, y siento que no soy querido por ella.

La he olvidado, he olvidado sus direcciones, sus nombres. Es una sensación extraña, caminando sus calles, con la familiaridad que me daba por haberlo hecho muchas veces, la última vez sentía que algo se había movido: un edificio más que no estaba, un elevado que me quita la perspectiva, unas rejas que me difuminan el paisaje… Ya no voy al ritmo de ella. La amo, o la amaba, como cuando ves a la mujer que amabas hace mucho, y luego de varios años la ves distinta, muy distinta, y te preguntabas qué veías en ella…

Extraño el museo de Bellas Artes, es el mismo edificio, pero lo extraño, quizá lo que me lleva a lo que era es su patio central, con sus figuras femeninas recogidas hacia sí mismas… pero lo vi tan solo, tan oscuro, tan olvidado… El museo de Arte Contemporáneo, que aún le digo Sofía Imber, porque me suena mejor así, porque me parece más humano, quizá… lo sentí también distinto, no es, es su sombra, lo que alguna vez fue en su esplendor, es un museo ajado, olvidado, polvoriento.

No reconocí el parque Los Caobos con las rejas verdes, cierto que esas rejas están allí desde hace tiempo, pero aún así no lo reconocí. Y aún adentro me sentí en otra parte.

Le tuve miedo a Caracas, miedo que antes no sentía. No es la paranoia común que siente los foráneos, porque yo no era foráneo, era caraqueño, y aún digo que lo soy cada vez que me preguntan, con un cierto orgullo, con una cierta nostalgia… La última vez le tuve miedo, no que me atracaran, o me atropellaran, era un miedo más profundo, un miedo ¿metafísico? Quizá un miedo a volverme de concreto y asfalto, de que me abandonara el verde, la brisa, el silencio, y que luego no los pudiera encontrar.

Amo Caracas, pero es un amor que prefiero mantenerlo platónico, lejano, ajeno. Un amor que me espanta, un odio profundo que me da ternura. Sé que tendré que volver muchas veces más… Pero sabiendo que, aún siendo caraqueño, andaré por sus calles como un extranjero.

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