Esta historia no empieza en Maiquetía, esta historia arranca en Madrid en el 2014 cuando apareció Podemos, como vi que los tipos eran chavistas me dediqué con fervor a advertirles a mis queridos españoles acerca de los peligros del «Socialismo del siglo XXI». Al principio, tal como lo hacían sus líderes, negaban la vinculación pero al hacerse cada vez más difícil de ocultar los comentario viraron a un «anda chaval, que no será para tanto lo que pasa allí» y el clásico «España no es Venezuela».
Adelantamos ahora al 2015, después de mucho intentarlo por razones que no vienen al caso las burocracias española y venezolana me jodieron la vida al evitar que me sacara la residencia allá. Entonces, en esa encrucijada en la que me encontraba empecé a pensar ¿y qué pasa si en verdad todo lo de Venezuela es una exageración? A fin de cuentas yo tenía tiempo sin venir ni siquiera de vacaciones excepto en ocasiones puntuales, además que no es lo mismo venir de vacaciones que vivirlo en carne propia y decidí regresar a la patria grande con la que soñó Bolívar y déjenme decirle que si este era su sueño no sé cómo dormía el tipo.
No tenía pensado escribir nada al respecto de este regreso pero ya ha pasado un año y además se han puesto de moda este tipo de testimonios, páginas de todo tipo cuentan con artículos extensos acerca de fulano o mengano y lo que vivió aquí según llegó. Entonces pensé que panfletonegro no podía quedarse atrás, así que aquí vengo con un recuento trimestre por trimestre de mis impresiones desde que aterricé en Maiquetía a finales de mayo pasado hasta el dia de hoy.
Primer trimestre: La luna de miel
La noche antes de volver a Caracas fui a un concierto de Noel Gallagher en el DF mexicano, era mi despedida del mundo civilizado. Días antes de volver tenía pesadillas en las que me secuestraban, me mataban, me robaban y me golpeaban. Decir que tenía miedo al regreso es poco. No tenía idea de sí podría adaptarme de nuevo a vivir con la zozobra a la que estamos sometidos en Venezuela. Cuando el piloto anunció que aterrizaríamos me desperté con los nervios a mil. Una sensación similar a cuando a aterricé en Madrid en 2010. Apenas bajé del avión me recibió la cara de Chávez o mejor dicho las caras de Chávez porque habían pancartas del tipo cada 10 metros. El aeropuerto estaba sucio, no servían los baños y a la salida me encontré con unos perros que deambulaban en círculos mientras unos buhoneros vendían chucherías. Esto no pintaba bien.
Sin embargo, eso importó poco porque ahí mismo me encontré con mi papá al que tenía dos años sin ver. Subimos a Caracas sin ningún problema y llegamos a desayunar en la panadería de toda la vida. Mi primera decepción del viaje: no había riko malt. Mi padre me advirtió que me fuera acostumbrando a escuchar «no hay». Todo costaba un montón de dinero o quizás los precios que yo recordaba eran ridículos. En un café, unos cachitos y una malta nos gastamos lo que era mi quincena cuando empecé a trabajar.
Lo otro que me llamó la atención fueron las conversaciones de la gente que solían rondar tres temas: en tal o cual sitio hay algún producto regulado, mataron o secuestraron a fulano y el hijo de zutano se fue del país. En cualquier lado escuchaba las mismas tres conversaciones, siempre con un tono de resignación que en aquel entonces me indignaba.
Por esos días también fue mi primera ida al supermercado, al principio tenía suerte, como es un negocio pequeño no se hacían colas ni pedían cédula, entré en el frenesí venezolano de comprar lo que hubiese sin importar si lo necesitaba o no (spoiler alert: debería haber comprado más de todas esas cosas). No había pollo, ni carne, los plátanos estaban verdes y la pasta de dientes abundaba todavía. También en esas primeras idas vi a unas señoras pelearse por unas servilletas que acababan de llegar al supermercado y así como llegaron se fueron. Yo no estaba seguro de necesitarlas pero cuando vi a la gente abriendo las cajas y corriendo a agarrarlas, un instinto ancestral se apoderó de mí así que yo también corrí y agarré mis dos paquetes por personas. Es una experiencia única estar en el súpermercado cuando abren una caja, sólo quien lo ha vivido puede entenderlo.
Fueron días felices, todavía el impacto de la crisis no me golpeaba. Me reuní con todos mis amigos y vi a mi familia, la verdad no me podía quejar. Ese agosto viajé a Margarita. La isla no se veía tan hecha mierda como me la imaginaba, y por alguna extraña razón allá conseguía comida más fácil que aquí en Caracas. También hice un curso con mi mamá que en aquel momento me pareció caro pero ahora me parece que tenía un precio irrisorio. Habían colas pero siempre evitábamos hacerlas y podíamos hacerlo sin que eso afectara nuestra dieta. Un shawarma de pollo en la esquina costaba 350 bs. Estaba en mi burbuja.
Segundo trimestre: El aterrizaje
Como toda luna de miel, la mía con Venezuela tenía que acabar en algún momento. Es obvio que a pesar de estar en mi burbuja en la que podía conseguir más o menos todo y tener algo de liquidez no me impedía para ver el deterioro del país. Una de las cosas que más me chocó fue ver las calles vacías en la noche, a las ocho ya casi no quedaba nadie fuera de su casa, la última función del cine es justamente a esa hora. Mis padres y mis amigos me contaban todas las peripecias que tenían que hacer para llegar a fin de mes, yo intentaba ayudar como pudiese. También contaban cómo habían cambiado los hábitos. De ir al cine todas las semanas a ir una vez cada dos meses, ya ni comer en un miserable McDonald’s o un carrito de perrocalientes era viable.
En esas fechas condenaron a Leopoldo López en lo que ha tenido que ser el juicio más amañado de nuestra historia contemporánea. Catorce años le dieron con pruebas fabricadas y análisis incomprensibles de «semiólogos». Tan es así que el fiscal se piró apenas terminó el juicio. La oposición estaba en plena campaña electoral y convocaron a una concentración en apoyo a Leopoldo, yo me lancé hasta allá y escuché un montón de discursos. Todos se veían tan convencidos de poder ganar que por primera vez lo consideré como una posibilidad real. A lo mejor podríamos ganar la Asamblea.
Un buen día de octubre me fui a Maracaibo a echarle una mano a mi papá con unas cosas. En esa ciudad vi de verdad el tamaño de la crisis. La tierra del sol amada era una completa ruina. Basura en las calles, huecos, colas interminables de personas esperando comprar lo que les vendieran. Ahí estaba la utopía socialista realizada: todos iguales en la miseria. En las noches ni una sola luz iluminaba las calles, ni siquiera las principales, Delicias, 5 de julio, Bellavista, Fuerzas Armadas, Avenida Universidad, todas tenían en común la oscuridad. Un reflejo del país. Ni en Caracas ni en Margarita vi tanta desidia como en Maracaibo. Era agobiante.
Un día acompañé a mi papá comprar en De Candido. Lo que antes había sido un hipermercado ahora en el mejor de los casos era un galpón. Anaqueles llenos de lo mismo por todos lados y colas de hasta 30 carritos por caja. Un tipo joven le explicaba a una señora mayor cómo fue que esta gente desbarató la economía pero la señora insistía en que era culpa de la guerra económica. Nada que hacer. Yo no quería hacer cola pero había pasta, arroz, azúcar, aceite y otros productos así que la hicimos. Al llegar, una voz nada amable anunciaba por los parlantes que quienes no estuvieran registrados en las máquinas captahuellas del sistema de compra, que supuestamente acabaría con el contrabando, no podría comprar y que además el registro estaba cerrado hasta nuevo aviso, ese mensaje seguido del jingle de la cadena de supermercados: De Candido, donde comprar es un placer. En la mañana salí a llevar a mi hermanito al colegio, al pasar frente al supermercado dijo con toda naturalidad: «ahí están los bachaqueros, por culpa de Maduro». No recuerdo haber tenido su edad y preocuparme por esas cosas. Regreso a Caracas, aliviado de no estar en el infierno en que se había convertido Maracaibo pero la burbuja ya estaba rota. Un shawarma costaba 950 bs en el árabe de la esquina.
Tercer trimestre: Marica, ganamos
Una de las pocas armas que tenemos los venezolanos pacíficos es el voto. Por eso apenas llegué cambié mi domicilio de nuevo para votar acá en Caracas. Confieso que estaba decepcionado por tener que votar por Ramos Allup en mi circuito pero al menos me tocaría votar por Tamara Adrián también. Ese 6 de diciembre me paré temprano y me fui a votar en la Universidad Bolivariana de Venezuela, lo hice sin muchas esperanzas pero con mucha rabia y con algo de placer por estar en uno de los sitios emblemáticos de la estafa revolucionaria. Al salir me agarré las bolas frente a la cara de Chávez. Pensé que si esta gente me hubiese dado los documentos que me faltaron para mi solicitud de residencia no estaría votando ese día así que me fui satisfecho por haber cumplido mi deber ciudadano. Como en todas las elecciones que me ha tocado vivir me trasnoché esperando los resultados, leyendo los reportes de todas las irregularidades del proceso como la extensión de los horarios de las mesas y que Tibisay saliera tardísimo con su mala cara a dar los resultados como si nos estuviese haciendo un favor. Me emocioné, los vecinos también, todos gritaban de alegría. Se abría una puerta a la salida de este infierno. Con toda la ingenuidad de las personas con esperanza pensé que a lo mejor me tocaría vivir la reconstrucción del país. Estaba contento. Mi voto por Ramos Allup se pagó cuando dio su primer discurso como presidente de la AN y cuando mandó a botar a la basura los cuadros de Chávez y del Bolívar Cromagnon.
Pero la alegría duró poco. De inmediato empezaron los abusos, la AN vieja metió un montón de jueces en el TSJ aún cuando no le correspondía sesionar y menos decidir nada de esa magnitud. La Asamblea Nacional opositora nació muerta. Nada de lo que aprobaban se ejecutaba pues el tribunal chavista lo devolvía.
Mientras tanto la escasez arreciaba, ya cada vez conseguía menos productos en el supermercado. Creo que por esos días compré el último kilo de arroz que comí. Un día alcancé a comprar unos jabones de baño que guardé como si fueran oro. Reponía con lo que me daban mis papás de vez en cuando o lo que conseguía bachaqueado por ahí. Para completar el cuadro, la mala administración chavista permitió el colapso del sistema eléctrico. La solución que encontraron para sortear la situación fue cerrar los centros comerciales. Quizás en otro país esto no sería gran cosa pero en Venezuela los cines están allí y es uno de los pocos sitios en los que se puede estar medianamente tranquilos, así que el cine, uno de los pocos placeres que tenía aquí también me lo quitaron. Cada día estaba más encerrado. El 1 de enero, a las 12:05 am cuando me estaba sentando a comer en casa de mis tíos en Margarita se fue la luz. Incluso yo que no soy supersticioso no pude sino verlo como mal agüero para el resto del año.
Esos primeros meses del año fueron raros. Había una mezcla de esperanza y angustia en el aire. Todos sabíamos que se nos venía encima el país pero ninguno tenía claro cómo lo haría. Lo cierto es que en esos meses estuvimos esperando que pasara algo y pasó lo peor: nada. Todo siguió empeorando, la crisis parecía no tener fin. Cada vez más veías posts en redes sociales de gente solicitando medicinas y reportes de personas pasando hambre. En aquellos días mi abuela enfermó y me tocó junto a mi papá buscar sus medicinas por toda Caracas. Un dependiente de Farmatado, un tipo grande con un vozarrón cuando le pregunté por una de esas medicinas y me respondió casi regañándome que mientras costara 14 bs, ese medicamento no iba a volver. No me dieron ni siquiera ganas de decirle que estaba de acuerdo con él. Un shawarma costaba 1750 bs en el árabe de la esquina.
Cuarto trimestre: No hay
Estaba en el autobús camino a mi casa y la calle estaba completamente militarizada. La oposición había convocado alguna manifestación y el gobierno respondió con su usual despliegue de fuerzas. Policías y guardias nacionales en cada esquina. Perdí la cuenta del número de camionetas con efectivos que vi ese día. Una muchacha se sienta a mi lado. Supongo que ve mi mueca de desagrado mientras veo a los represores estatales y me dice: «estos tipos me tienen arrecha». Le devuelvo una sonrisa sin saber bien cómo responder. Con toda sinceridad no me gusta hablar de política en la calle porque no sé quién está escuchando y si hay algo que tiene este gobierno son sapos. «Esto no puede seguir así, yo lo que tengo es hambre.» continúa la muchacha sin esperar respuesta de mi parte. «Yo te voy a confesar algo, acabo de almorzar y ya no vuelvo a comer nada hasta mañana al desayuno». Lo único que pude responder fue un «lo siento» desabrido. Así arrancó este trimestre para mí.
En semana santa fui a visitar de nuevo a mi mamá en Margarita. Para ser temporada alta no se veía tanta gente en la calle. Y es que a diferencia del año pasado esta vez sí vi a la isla bastante mal. En especial con el tema del agua. En casi tres semanas que estuve allí el agua vino tres horas en todo ese tiempo. Avisaban temprano el día que la iban a poner para que pudiéramos tomar las previsiones del caso. Durante esa hora milagrosa en que el agua se dignaba a aparecer había que llenar cuanta botella de plástico, balde, cuñete de pintura y cualquier otro recipiente para aspirar a llegar hasta la próxima hora de agua. Eso implica cargar agua de un lado a otro, vigilar la ducha, escuchar el tanque y otro sin fín de menudencias que no tiene sentido explicar. Las ganas de ir a la playa se me quitaron de pensar en llegar a sacarme el salitre a punta de totuma.
La tensión en el país continuaba creciendo. Como una limosna el CNE dejó que se recogieran las firmas para activar el proceso de activación del referendo revocatorio (no es redundancia, es así de estúpido y tramposo el proceso) y eso calmó los ánimos. Pero eso no impidió que la escasez continuará haciendo de las suyas. En esos días se me ocurrió hacer una lista de todas las cosas que había querido comprar y no había podido, bien porque no hubiese o bien porque se salía de presupuesto: leche, carne, huevos, harina de maíz y de trigo, azúcar, café, pollo, carne, comida para gatos, antigripal, antiácido, pan, pasta de dientes, jabón de ducha, jabón para la ropa, champú, desodorante, servilletas, papel higiénico, coca cola, malta, jugo de frutas con azúcar, las medicinas de mi abuela, cauchos para el carro de mi papá, pilas, batería de carros, pasajes de avión, chocolate de leche, cricrí, carré, pirulín, aceite vegetal y de oliva, condones, libros, gelatina de fresa, leche condensada, tocineta, ketchup, mayonesa, mostaza, pasta de tomate, caraotas, lentejas, garbanzos, pasta, atún, cerveza nacional, y esas son sólo las que me acuerdo mientras escribo esto.
En fin, lo que distinguió este trimestre para mí fue la falta de todo tipo productos esenciales algunos, más superfluos otros pero desparecidos en todo caso. Y mientras tanto el gobierno negando la realidad como puede. Muchas veces había visto registrando la basura y sacando comida pero hasta este punto nunca había visto a nadie agarrar comida de la basura y llevársela a la boca. Un shawarma costaba 2750 en el árabe de la esquina.
Epílogo
Al momento de terminar de escribir tengo un año y unos meses de regreso en el país. Es evidente que las cosas van a ir a peor antes de mejorar. Aquí no va a haber referendo revocatorio en 2016 y cuidado si no vuelven a haber elecciones hasta que se estabilice esto en un año o cincuenta o cien. Cualquier predicción es temeraria en un país donde hoy comes y mañana no sabes. Lo cierto del caso es que cada vez hay más gente comiendo basura, más muertes por falta de medicamento, amén del crimen y el narcotráfico. Al gobierno por su parte lo único que le importa es mantenerse en el poder y volvernos más dependientes de él hasta que paremos todos en chavistas. Han sido eficientes en la destrucción porque es parte de su plan así como en la propaganda oficial tanto interna como externa. Una vez más el socialismo ha fracasado y esta vez nos tocó a nosotros pagar los platos rotos.
Y sin embargo he conocido gente que apuesta por el país, no por un tema de martirio o de esperanza mal puesta sino como una apuesta personal. Que no se rinde y que dentro de todo ha buscado las herramientas que tienen a la mano para emprender. Tengo unos primos que se inventaron un híbrido de hamburguesas y chorizos buenísimos que venden en el Mercado de Arte en la Asunción, Margarita, junto a otra cantidad de gente que está trabajando en mejorar la situación. Y eventos como esos se repiten por todo el país no sólo en lo gastronómico, sino en lo artístico y lo cultural. Quizás no todo está perdido.
El shawarma de la esquina vale 3500 bolívares.
Qué bolas, pero creo que estos cabrones se van.
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