Los testimonios de los refugiados sirios me destruyen porque puedo identificarme con su estilo de vida antes de que comenzara la crisis: profesionales, estudiantes universitarios, gente de clase media que podrían ser amigos míos. Sus relatos están en todas partes, algunos hablan inglés, son elocuentes y llevan en el celular las fotos de su casa destruida. Es una patada en el higado.
De todas las frases que me gustaría olvidar —desoír— hay una en la que he estado pensando en estos días: una madre de 4 (5 si cuentas al que se murió en el camino), dice sobre la migración y los campos “es como si hubiésemos cometido un crimen, pero nadie quisiera decirnos cuál fue”. Es algo que nunca sentí cuando me fui de Venezuela, porque yo sí cometí un crimen tácitamente tipificado: votar distinto. Pero esta gente básicamente se despertó un día sin hogar, por culpa de un conflicto en el que no tenían parte.
Pienso en eso cuando leo las expresiones de frustración sobre la salida negociada del chavismo. Y no se me escapa que estoy haciendo lo que podría ser una reducción al absurdo. Pero considerando que le brindamos apoyo logístico al régimen sirio, poco me sorprendería que, cuando les reviente la locura, el chavismo decida bombardear las ciudades perdidas. No vale, yo no creo.
Si yo fuera un político venezolano, de cualquier tendencia, estaría negociando quién será el vicepresidente para el momento del revocatorio —¿quizás por eso no soy un político venezolano? Hay argumentos válidos para hacerlo en secreto. Si los venezolanos fuésemos otro tipo de gente, estaríamos haciendo esto en público, pero como nos parece antipático hablar claro, toca hacer otro tipo de negociación y mentir —Hey, sí, quizás por eso no soy un político venezolano.
Nadie garantiza que la mayoría pueda ganar una elección con ese CNE, nadie garantiza que Maduro decida honrar su palabra —ya vimos, por ejemplo, que Jorge Rodriguez no pudo contenerse. También, una considerable cantidad de gente piensa que los políticos opositores son fundamentalmente deshonestos. Pero negociar el vicepresidente es una salida pacífica y consensuada. Es una de las soluciones que aplicarían políticos serios en un país de verdad. Considerando que las alternativas son una hambruna, una guerra civil, una guerrilla de 50 años y todo lo que puedas imaginarte en el medio; la idea de que Diosdado Cabello sea ministro vitalicio, o que Rosines sea candidata para el 2030 no es tan mala. La única alternativa a la negociación es el exterminio, y esa negociación incluye ese tipo de compromisos que te hacen sangrar de la arrechera. Así es como se reconstruyen las sociedades.