No puede haber paz en una sociedad en la que los bandos se adjudiquen el bien y atribuyan el mal a otro. El mundo de los bandos es el universo de las élites, sean de la ideología que sean. Negar que el capitalismo ha generado una depauperación de las mayorías equivale a taparse los ojos ante las atrocidades que en nombre de la igualdad, han cometido muchos políticos haciéndose llamar socialistas (y no han solucionado nada, han profundizado aún más la pobreza y la violencia). Engels, en un texto que se ha intentado tapar por todos los medios, recomendó el exterminio de las sociedades atrasadas de Europa, por no haber trascendido el feudalismo y la tribalidad (ahí se contaban poblaciones como los vascos, los eslavos y los gitanos). Hubo, al principio de la historia moderna del siglo XX, una estrecha colaboración entre los Soviéticos y los Nazis. Alemania pudo invadir Polonia gracias a la guía de los transmisores soviéticos, invadió el Báltico en colaboración con la aviación rusa. Stalin y Hitler, en 1939, firmaron un acuerdo de «no agresión» que consistía en dividirse la servidumbre del continente europeo. Gracias a que Hitler, ofuscado por su delirio y patología mental, rompió el tratado y organizó la descabellada invasión a la Unión Soviética, Stalin salió en los libros de historia como héroe vencedor del nazismo. Olvidan, entonces, que en el invierno entre 1932 y 1933, este criminal organizó el genocidio ucraniano robando las cosechas, prohibiendo que los campesinos ucranianos buscaran comida en otros lugares (los acribillaban si se atrevían). Enterraron a muchas personas vivas, porque les parecía inútil esperar a que murieran. Fueron aniquiladas en ese año siete millones de personas. Esto sucedió mucho antes del Holocausto nazi y Hitler lo tomó como modelo. Molotov, Kruchev (este último tuvo el descaro de denunciar a Stalin después de muerto) pedían con fervor aumentar los «cupos» de asesinatos en las purgas, cuando ya cumplían sus cuotas (muchas veces llevadas al azar para cumplir las metas).
Colombia va adelante de nosotros y eso es desesperanzador, porque aún están lejos de ponerse de acuerdo. Pero no se puede negar que las facciones en la mesa, ambas, tienen sus manos llenas de sangre. Manipular la verdad en función de las cifras de muertos, asesinados, secuestrados y torturados por cada uno, es maniqueísta. Tendríamos que sentarnos a esperar por siglos argumentar en base, no sólo a los números, también a las proporciones en función del tamaño de los bandos, sus posiciones geográficas y estratégicas, los escudos humanos que usaron, el uso anormal de la fuerza por parte del Estado, los falsos positivos, el narcotráfico (del que muy pocos se salvan) y los crímenes que concluyeron en el asesinato de Gaitán, generaron ira en la población motivando su odio contra la oligarquía bogotana, que sigue aferrada a sus privilegios (aunque ya en menor proporción) y fundaron el nacimiento de una respuesta armada que con el tiempo se deslegitimó y volvió criminal e irracional.
En Venezuela estamos en pañales. Aún el chavismo y la oposición son vencedores en el arte de portar la verdad ante sus seguidores. El chavismo no va a desaparecer, por más resentimiento y odio que alberguemos sus víctimas directas e indirectas. Las barbaridades producto de una democracia fallida anterior a Chávez no desaparecerán tampoco, así como no lo harán sus también víctimas circunstanciales y estructurales. La lucha por defenestrar a Maduro (que tiene legitimidad ya que traspuso todos los límites y funge de tirano) es superficial si no buscamos con afán la verdad, el reconocimiento del otro y su hermandad para construir un nuevo país, mucho mejor que la cuarta y la quinta república. Nuestro futuro no depende de un manual de economía neoliberal espantoso ni de las fórmulas de exterminio marxista. Cuando debatí con un marxista, una vez, sobre algunos horrores que propusieron Marx y Engels, me respondió: «es que eran otros tiempos». Así fue como le dije, «entonces reconoce que el marxismo es de otros tiempos, que ya no sirve para nada». Igual ocurre con las tesis neoliberales y sus efectos nefastos sobre Latinoamérica, que la llevaron en el siglo XXI a abrazar liderazgos populistas, criminales y corruptos.