He pasado varias semanas con la mente buyéndome de ideas para preparar un nuevo artículo, desde el tema de la educación (que falló), de los ídolos que tantos parecen ser felices de seguir y creer (aunque eran los peores) hasta de como se fué mi vida al carajo siendo el mejor alumno en el liceo por no entrar en la UCV y ver que malos alumnos entraban gracias a contactos y estudiaban derecho y medicina, ser muy pelabola, no tener suficientes medios ni apoyo… pero ¡NO! eso sonaría a envidia o a reclamo y terminaría siendo un autorretrato triste… aunque quizás todo escrito y toda filosofía sea siempre eso: un autorretrato.
Ésto es una crónica de lo que Ud. ya sabe y ya vive. Pero yo necesito reordenarme, escribirlo yo, decir lo que yo ví, reorientarme yo, como en aquellos sueños en donde no me acuerdo como llegar a mi casa y sólo pienso en reordenarme.
Suelo ir caminando a todos lados, ya no lo hago tanto como solía hacerlo antes por la presencia militar y policial, paso por vendedores de libros viejos entre los que se encuentran Marx y Engels como los huevos de Godzilla ¡a quien irán a parar para hacer revivir a los titanes del fondo de la tierra! quienes proponiendo coaccionar a otro para «equalizar», termina haciendo justo la más grande injusticia: ¡martillar en la cabeza de muchos la cabeza de un solo hombre! ¿no era justo de lo que se quejaban de los que hacían la religión?… y por allí… de fondo en la plaza se oyen unos gritando de «la sangre de Cristo tiene poder» porque la sangre de las calles no basta, la sangre en los hospitales no basta, la sangre anémica del que no come no basta, siempre hay que hacer sangrar a uno más ¡un malentendido de metáforas muy grande! ¡el Prometeo encadenado! ¡el Ulises! ¡Remo el hijo de la lupa de Roma! ¡Zarathustra! y me acuerdo de aquel amigo que haciendo yo un chiste así dejó de tratarme… porque así es aquí: la vida de los seres -de cualquiera de los cinco reinos- no (les) importa, pero con los dioses, con los próceres y con las ideologías no te atrevas a meterte.
Sigo caminando, veo una cola donde unas mujeres se golpean y una saca lo que parece de lejos un puñal ¡están luchando por azúcar!; sigo caminando veo como una mujer empuja al hijo (me imagino que para que mañana él mismo lo haga, aunque a la madre no se le culpa, porque en Venezuela «¡pero es que después de todo es su madre!» porque al parecer si es la madre le dán un carnet especial de derecho al maltrato); sigo caminando, corro, corro porque los semáforos no sirven y cuando sirven los motorizados no escuchan, no ven, o si vén hasta la acera les es buena… hasta las pasarelas…
Camino rápido, rápido… por una ciudad que nunca limpian, paso y veo a los perros buscando entre la basura, incluso perros que se vé no fueron siempre callejeros, con hombres al lado de los perros reducidos al mismo punto… para recordar que en la vulnerabilidad del cuerpo y del hambre que dá el mismo -que no es hambre sólo de cuerpo, sino de la mente, porque la mente también pasa hambre- hombres y perros son llevados a lo mismo: a la subsistencia. Ya en el metro un muchacho llorando pasa -entre el atestamiento de tantos- con su dedo negro diciendo que no quiere perder su mano y pide para comprar el agua oxigenada, luego se monta otro que pide agua, una galleta o algo mientras ya a uno le suena el estómago también… ya en la calle casi colapsa un señor… colapsamos todos y se nos pide que nos esperemos… ¿qué esperemos qué? La muerte no espera, lo malo es que lo hace esperar a uno.
Y sí, me horrorizo.
No es un nuevo horror, no de la muerte, sino en la forma de los métodos de tortura que tienen aquí para hacértela esperar, no es el horror de África en un lejano documental, no es el hambre de cuando yo no tengo agua ni comida y paso dos días sin comer: es el hambre atroz aquí y ya, que no espera, que no importa para cuando le pospongan el revocatorio; el que se está muriendo se muere porque no puede esperar, el que está hambriento si es como yo se duerme o lee, pero y el otro ¿a qué vá? ¿a dónde se dirije el hombre que llevado al límite si no mendiga, busca en la basura entonces decide inscribirse en un partido de gobierno, hacer chanchullos, meterse en las milicias y colectivos, como todos éstos viejos que pareciera que ahora tienen un nuevo orgullo en un uniforme que no es sino ya un disfraz?
Y cuando se atreven a hablarme de positividad y yoga, mientras de fondo oigo a los vecinos que le pegan al perro o a la niña a la que la mamá le pega porque quiere seguir comiendo ¿de qué positividad me hablan? ¿de la negación de la realidad como escape y disfrazarlo de «positividad»?
Y sí, odio.
Odio cuando me dicen: «aquí no ha habido guerra» ¿ah no? ¿y qué ha habido desde que los barrios están llenos de crimen y de una bala perdida matan al niño que abrió la ventana porque hacía calor? ¿y qué había debajo de los puentes?
¿qué había cuando ponían a los indios y a los campesinos en las peores condiciones y luego se les vendió una ideología nueva para ponerlos en peores condiciones aún? ¿qué hay cuando tenemos el Amazonas y Bolívar destrozado por la minería, el Lago de Maracaibo contaminado por los derrames petroleros… que hacen que los niños salgan con malformaciones, tumores, daños neurológicos? ¿qué era eso, vale? ¿qué era eso cuando le regalaban a Francia autobuses y a Uruguay un hospital y aquí en los hospitales tenemos gente tirada en el piso, en condiciones de insalubridad con un techo que se cae y con enfermeras y médicos que encañonan para robarlos o para obligarlos a que atiendan al más malandro primero? ¿qué era eso? ¿cuando estallaba un sitio y seguía la fiesta? porque aparentemente aquí todo es «normal», aceptar pasivamente el abuso esperando ir al cielo, olvidando en navidad y en época de béisbol lo mal que se está todo el año. La guerra que se detiene el día de Navidad y el resto del año sigue la normalización de la miseria y de las condiciones paupérrimas con un «así es la vida».
Estoy peor que Catulo con su «Odi et amo«.
Odio cuando me dicen: «aquí no había hambre» pues quizás no de estómago, pero si hambre de criterio; mucho intelectual sabiendo mucho, pero con muy poco juicio, mucho profesor mandando mucho, pero con poco criterio y sin explicar y usando el conocer como un castigo…
Y sí: siento asco.
No es un nuevo asco, quizás soy yo el que resulta repugnante al mundo, y como yo lo leo desde mí, creo que el asco es mío, quizás sea el asco de la Tierra, tratándonos de botar… después de todo cada quien vé la decadencia del mundo cuando su cuerpo comienza a decaer… y desde que nacemos estamos decayendo, la idea sería que el cuerpo volviése a la nada, pero que la mente nunca decayése, que la reivindicación no fuése sólo de estómago -que es la base, eso lo sé, no hay cabeza que piense con barriga vacía- sino también de acceder al conocimiento, pero no como una imposición ¡Basta de imposiciones! ¡Basta de quitar los derechos naturales a las personas para hacerlas ir trás la zanahoria como al burrito que se la ponen delante! ¡Basta de éste experimentos pavlovianos que cuando no se los manda la religión, se los manda el Estado! Y la más terrible: cuando no se lo impone la misma persona, como aquellos que ya se prometen que cuando ésto termine ván a celebrar tomando, ¿por qué siempre ha de ser la misma obnubilación para cada quien no aceptar su responsabilidad de pensar por sí mismo y sin ir abrazados y cargados entre los que le harán dar traspiés, llámese «Iglesia*» «Estado**» «Ideología» o «Ilusión grupal de moda»? [*Iglesia como Institución, **Estado como superposición de Poderes Legislativos sobre el individuo en un supuesto «contrato social» que el individuo nunca firmó excepto por sólo nacer y un Estado donde todos dependen de todos y nadie responde por nada]
Pío Baroja decía en la primera mitad del siglo pasado:
“El hombre de nuestro tiempo, más que inmoral es bruto. Le gustan las diversiones estúpidas y un poco infantiles, quiere comer, beber y lucir. Lo mismo les pasa a las mujeres.”
Pero no, Pío, no. No es los de tu tiempo, no es los de tu España, es los del mundo, los de cualquier tiempo, los de la prehistoria, los de la Edad Media… (casi) todos, todo el tiempo… ¡MENOS! EL INDIVIDUO.
A la esperanza -que aunque «el peor de los males» de la Caja de Pandora- le quedaría un uso, no en «el todo» como masa amorfa, no en «la sociedad» como amontonamiento, sino justamente en el Individuo (justamente lo que peor se vé tildándose de egoísmo por el que tiene miedo a tener que ver por sí mismo). Porque sí: toda ideología y filosofía no es más que eso, el pensamiento del individuo. El Uno mismo.
A lo mejor soy yo, que me «complico» y «no vivo la vida» como me han dicho… Pero vivir la vida sin razonar es como no vivir, y así no quiero ni puedo vivir, y no puedo porque no quiero.
La cuestión es: siempre tener presente eso, que toda ideología, toda composición, todo libro, toda corriente es la corriente, el contexto espacio/tiempo, el tono, el sentir de su propio autor, la expresión de su «bio», de su mundo individual en relación con un mundo más grande que él, la guerra de los mundos no era del hombre contra el hombre, ni del hombre contra la máquina, sino la del hombre consigo mismo, con su propia limitación. El aprender a dudar -como responsabilidad- era la parte más importante de la fé, de la fé en sí mismo, del juego de palabras que usan otros para hacer creer que la fé debe ser en algo afuera: un ser afuera, una ideología externa, dioses externos, salvadores externos, ¡y no!, el individuo debe volver: volver en sí, debe verse en su propio espejo.