Maduro se refugia en estudios de grabación. Él, como la revolución, sufre de horror vacui. Necesita registrarlo todo con cámaras para protegerse del tormento de la realidad. Alrededor suyo construye un férreo relato de ciencia ficción. Los operadores de propaganda lo complacen, conservándolo en un ambiente hermético, sellado y reservado. Nicolás privatiza el espacio público, atomizándolo. Se siente cómodo y tranquilo en los bunkers del sectarismo rojo rojito: el panteón nacional, el TSJ, VTV y el cuartel de la montaña.
Gran controlador del caos generado por su ineficiencia, gusta censurar y editar cualquier noticia incómoda: las colas, las protestas diarias, los saqueos, los índices de inseguridad, la inflación, el incremento de la miseria. Quisiera hacer del país un enorme set de televisión, donde pudiera filtrar a su antojo el flujo de la información. Dictadura groseramente mediática, fundamenta parte de su mezquino poder en un régimen de pantallas complacientes, domesticadas y políticamente correctas. Es su Truman Show, herencia del Gran Hermano chavista. Hay varias formas de desmontarlo. Obviamente cuesta e implica compromisos. Pero es una Matrix vulnerable. Desde adentro y afuera, debemos trabajar para boicotearla, subvertirla y anularla. A la tiranía le conviene el estado pasivo de los simulacros y la huelga de los acontecimientos. Procedamos entonces a invertir la ecuación.