El mito del caballo de Troya, de cómo lo aparentemente bueno, un regalo no esperado, puede convertirse súbitamente en algo nefasto y aniquilador. Por esa misma línea va el mito del genio y la botella. Una vez que se destapa la botella no hay quien lo pueda meter hasta que es muy tarde y el genio maligno acaba con todo.
El mito del hombre de acción, fundamentalmente bueno pero que el poder lo trastoca y lo convierte en un monstruo por aquello de que el poder absoluto corrompe absolutamente.
El mito del justiciero que viene a acabar con todo lo malo solo para darse cuenta (o no, ¿quién sabe?) que de tanto luchar con monstruos se termina uno convirtiendo en otro más.
El mito del flautista de Hamelin. Primero vino a “hacernos” un favor solo que de manera equivocada (con un golpe estado). Como no se le pago (no se le acepto) vino luego con la flauta y se llevó a lo mejor de lo mejor al infierno junto con él.
El mito del que se sabe destructor y asciende o lo más alto del poder tratándose de redimir solo para encontrar que no puede escapar de su destino y termina destruyéndolo todo.
El mito del “underdog” o el antihéroe despreciado y sobretodo subestimado que sin embargo sorprende y arrasa sin piedad con todo una vez que se le da un mínimo de oportunidad.
El mito de la marioneta y la mente maestra que lo controla con tal maestría que la marioneta empieza a tomar vida propia hasta que la mente maestra se asusta, se cansa, y lo mata. Frankstein es otra versión de este mismo mito.
El mito del héroe que muere antes de ver su obra acabada.
El mito del Cid Campeador o como el héroe después de muerto todavía lucha y gana batallas.
El mito fundacional (y convenientemente ignorado) que subyace en toda religión.
El mito de la serpiente que se come así misma o como toda una sociedad, a punto de caer al abismo, se ha mirado el ombligo hasta no hace mucho tiempo. Sodoma y Gomorra, Pompeya, la Isla de Pascua, la Atlántida, etc. El circulo (en vez de la espiral ascendente) como metáfora de la Historia. El eterno retorno que actúa como vórtice en la historia de los pueblos terminando en su propia aniquilación.
El mito del hombre que en tierra arrasada levanta las manos al cielo y gimiendo le pide a Dios que lo defienda de tantas injusticias, que lance toda su ira contra los injustos e impuros, que confía en que los tiempos de Dios son los mejores, solo para encontrar su clamor muriendo mudo en la nada.
El mito de la “caída” o como lo que se creía y se estimaba como el paraíso (“el mejor país del mundo”) quedó como una versión desmejorada del averno. Paraíso perdido que jamás volverá tal como el rio de Heráclito; nadie baja dos veces al mismo paraíso.
El mito del verdadero héroe como el capaz de romper este círculo maligno de nunca acabar, aunque no necesariamente personificado en un sujeto sino como un cambio profundo de la conciencia colectiva. Y todo lo que es colectivo empieza de manera violenta. Como un revulsivo, como un big bang.
Solo faltan dos mitos. Un mito de traición sangrienta a lo Cesar y Bruto, que extrañamente no ha pasado aun en el alto poder y el mito del ave fénix. No debe de faltar mucho para ninguno de los dos.