Un ser humano no es un árbol. Pareciera una obviedad escribirlo, pero hace falta estos días. Algunos seres humanos deciden verse a sí mismos cómo árboles, incapaces de moverse, de cambiar, anclados a un suelo muchas veces árido y hostil del que no pueden extraer nutrientes. Este es el caso de la señora Carolina Jaimes, quien con una metáfora sentimentaloide pretende describirnos a todos los venezolanos como árboles incapaces de crecer fuera del suelo natal.
Yo no soy un árbol, señora Carolina. Si usted elige serlo, allá usted, pero, por favor, no trate de arrogarse el derecho de la venezolanidad, no trate de meternos a millones en su limitada visión del mundo. Es falso que los venezolanos no hayamos sido “hechos” para emigrar. Somos descendientes de emigrantes y de gente arrebatada de sus tierras natales. Somos los nativos (que también llegaron acá por inmigración desde Asia y Polinesia), somos los africanos y somos los europeos, mezclados y vueltos a remezclar. Es imposible que en una o dos generaciones hayamos perdido la capacidad de emigrar y reinventarnos. Muchos de nuestros nombres más ilustres hicieron sus vidas en el extranjero en gran parte y en ocasiones murieron allí, haciendo contribuciones enormes en otras tierras. Andrés Bello es un prócer en Chile, donde hoy en día figura en el billete de más alta denominación, Francisco de Miranda figura en el Arco del Triunfo. Gente como Antonio Arraiz, Baruj Benacerraf, Humberto Fernández Morán y hoy en día Carolina Herrera Rafael Reif y Ricardo Hausmann demuestran su error y su soberbia ignorante, que intenta reducirnos a millones a una nostalgia de un país que ya murió. Su miopía que nos encasilla a todos en su estrecha visión del mundo.
Somos mucho más que ese sentimentalismo barato. Muchos de nosotros hemos sido educados en nuestros campos de estudio y somos exitosos en la academia y en la industria. Muchos otros sólo se limitan a sobrevivir, pero lo hacen dignamente y sin las penurias de vivir hoy en día en Venezuela. Viviendo vidas modestas pero sin necesidad, sin humillarse ante el Estado por unas migajas. En lo personal, señora Carolina, no tengo empacho en confesar que después de irme de Venezuela, donde pude haber sido profesor universitario, me ha tocado hasta limpiar excrementos, lavar baños, hacer camas ajenas, pero lo hice sin reparos y con la frente en alto. Me parece mucho más digno y edificante ese tipo de trabajo que andar aliándose con los ladrones y criminales que gobiernan Venezuela para seguir haciendo negocios, me parece menos humillante que andar defendiendo a millonarios que mendigan del gobierno venezolano, como usted hace. Precisamente por ese tipo de cosas es que la Venezuela que yo conocí ya murió.
Hoy en día ya no limpio baños, hoy en día tengo un empleo en Silicon Valley, en una compañía de alta tecnología donde hago modelos matemáticos y donde me va bien, en un campo novedoso donde empleo lo que aprendí en mi formación. Como yo, millones de venezolanos han empezado desde lo más bajo y han logrado subir. Nos despertamos todos los dás decididos a seguir adelante, a no mirar hacia atrás más que para ayudar a los nuestros a salir de Venezuela, dedicados a seguir avanzando y triunfando, probando que no somos árboles ni piedras. Que somos mucho más complejos que un trapo tricolor y una arepa. Que a pesar de ese dolor y esa nostalgia que sí, existe, somos más fuertes y somos tercos y persistimos. Deje usted, señora Carolina, de tratar de definir la venezolanidad y al venezolano en el exilio, siga más bien haciendo lo que sabe hacer: Defender a lamesuelas millonarios y cómplices de narcos como Alberto Vollmer con psuedoargumentos lacrimosos.