Una mente para siempre fugitiva

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La mayoría de la gente con la que trabajo son emigrados. La mayoría fueron víctimas de sus políticos. Pocos cuentan toda la historia porque sufrieron traiciones muy dolorosas, algunas terminaron en genocidio.

La traición de Ramos Allup me ha hecho pensar en las historias del pana zimbabuense, la muerte de la esperanza, la sorpresa de encontrarte solo entre los escépticos. La traición de Ramos Allup es otra confirmación de lo que hemos discutido muchas veces: los líderes de la oposición venezolana solo saben operar imbuidos en el chavismo. Los más hábiles y queridos jamás —jamás— han tenido que pagar el precio de sus errores. El precio lo pagamos nosotros, en amistades, familia y país.

Que esto haya sucedido en paralelo al espectáculo indepe en España —otro tipo de traición tan perniciosa como transparente— ha reavivado el miedo que llevo desde que me fui la primera vez: la sensación clara de que es imposible estar a salvo de los electores. En estos momentos álgidos en los que se resquebraja la cómoda enajenación de la vida en esta nada fronteriza que es mi hogar, recuerdo que mis vecinos pueden decidir suicidarse en masa, que siempre debo tener el equipaje listo, atento a los ruidos en las noticias, con la mente preparada para ejecutar el próximo paso de una migración perpetua.

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