Los cuervos

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No me gustaba cuando la conocí. Era muy hermosa, sí, pero como muchas de las cosas hermosas de mi vida me tomó tiempo darme cuenta de su belleza, tal vez no miento si digo que prácticamente se arrojó a mis brazos, yo le gustaba pero era muy estúpido para darme cuenta de eso, recuerdo que tenía el cabello corto y la piel blanca, el día que la vi andaba con otro tipo en la facultad, ella estudiaba un par de años más que yo pero teníamos la misma edad, era brillante, eso fue lo que hizo que me enamorara, una mente brillante y una inconmensurable ternura.

Esas eran sus armas.

Nos presentó Juan José, el tipo era un puto imbécil, todavía no sé cómo dejaba que semejante cabrón orbitara alrededor de mí y de los míos, Juan José era un tipo obsesionado con minucias absurdas de cultura pop, era un escritor absolutamente mediocre y un ser humano que en general dejaba mucho que desear, era el tipo de persona que no permitía que otros tuvieran la razón, en su mayoría era bastante egoísta, mareaba a otros con sus peroratas sin sentido puesto que era tan encantador como guardia nacional necesitando plata y en general era un, como le llamaban las muchachas del grupo, absoluto sofista. Dejábamos que anduviera con nosotros porque supongo que necesitábamos a alguien a quien todos odiáramos para mantener la cohesión del grupo, si me hubiese graduado de antropología en lugar de seguir los impulsos de la harpía tal vez hubiese desarrollado alguna teoría. Físicamente el tipo tampoco tenía atributos favorables, de tez morena amarillenta y enfermiza, cara ahuecada por cicatrices de sarampión o acné que no le hacían favores a sus facciones dignas de ser base para los orcos de cualquier género de fantasía, nariz enorme y amorfa como una pelota, ojos muy pequeños para su gran cabeza, labios anormalmente gruesos y mirada con eterna expresión de desagrado, semejante cápita coronando el chato y gordo armazón de hombre que tenía junto con su 1.65 de estatura garantizaba que esos genes morían ahí, ninguna mujer en su sano juicio habría querido algo con ese tipo, eso hizo más raro verlo de brazos con la susodicha.

Me encontraba sentado con Roberto, Fabiola, David, y Leonardo, como todos los días, quemábamos el tiempo y los cigarros debajo del árbol de guayabas que estaba en la plaza de las ciencias de la facultad. La universidad donde estudiábamos era una de esas maravillas de la arquitectura moderna de la pujante Venezuela de los 70: largos edificios que recordaban un poco a los segmentos más modernos de la UNAM, un poco de la Bauhaus por aquí, un poco de brutalismo por acá, en general era de una arquitectura tan mestiza como la sociedad que exigía una nueva universidad acorde con sus nuevos tiempos, las facultades se dividían por un gran patio central que fungía como conector y área común de toda la universidad, habían 4 plazas principales con algunas plazuelas menores por aquí y por allá que servían de espacio para eventos, muestras de arte, etc. Existía la plaza de las ciencias, la plaza de las artes, la plaza de las letras y la plaza de la música, según para representar las cuatro principales facultades de la universidad. Juan José llegó ese día con su sonrisa idiota de dientes amarillos presentándonos a Natalia, su nueva amiga, ya yo conocía a Juan desde hace tiempo, sabía que esa charada solo podía significar que el muy imbécil, al no ser capaz de ser frontal y decirle a la muchacha que estaba interesado en ella, decidió tomar el camino largo y tortuoso del amigo que corteja, excesivamente adulador, excesivamente sonriente, excesivamente servicial en contraste con una falta absoluta de cojones para hablar claro, prácticamente pedía a gritos que alguno de los muchachos le arrancara de los brazos a semejante hermosura.

Todos los saludamos con la indiferencia de costumbre pero yo guardé el sarcasmo para con la muchacha, apenas tocó el momento de presentarme me puse de pie y la saludé educadamente, no buscaba nada, solo lo hice por desdén al enano, no recuerdo la cara de la muchacha durante ese momento, aún hoy su cara en ese recuerdo es un hueco que lleno con impresiones posteriores a ella, no de ese día, claro, el enano tal vez vio en ella algo que yo aún hoy no soy capaz de ver o en su defecto su inseguridad dio una aceleración de golpe y por eso, asustado, se llevó a la musa consigo, era obvio para los muchachos que se sintió amenazado, tanto que Leonardo no se aguantó y le lanzó un comentario como un misil hacia él, no parábamos de reír al verlo mover las diminutas y regordetas piernas con premura, como si su rápida huida evitaría su eventual caída de gracia con la fémina, igual que antes tantas veces atrás, pero la verdad no me importaba

Seguí mi día sin pensar en lo absoluto en ella, ella me dijo su nombre pero no lo recordaba, su cara no me era familiar, y hasta donde yo sabía, la sensación bien podía ser mutua. El cerebro humano tiene la particularidad de filtrar las miles de caras que vemos a diario y dejarnos solo las más relevantes de un día, a mí personalmente me tomaba al menos 7 u 8 veces recordar la cara de una persona, cuando conoces a alguien por primera vez, su cara en el mejor de los casos es borrosa, evocar ese recuerdo es recordar una caricatura gelatinosa y difuminada de un rostro humano sobre un maniquí de persona ejecutando una acción, pero en el caso de ella a duras penas eso, ella era la nueva víctima de la babosería y cursilería del hobbit, no la vi más allá de su relación con Juan.

Un día la encontré sin él.

La recuerdo de la misma forma en la que una persona recuerda ese accidente o esa catástrofe que casi le cuesta la vida, puedo cerrar los ojos y aún puedo verla, iba vestida con una blusa negra, suéter tejido de color arena, cabello corto negro azabache, shorts y unas gruesas, bellas y largas piernas blancas selladas por un par de enormes botas militares, se acercó al grupo con una amiga que yo no conocía, una chica similar a ella, solo un poco más baja, esta amiga buscaba fuego y se acercaron hasta Rob, el hombre del vicio, a pedirle fuego, Roberto con su mirada adormilada y ojerosa le lanzó una risa y le entregó el yesquero, la chica le hizo un ademán de agradecimiento y empezó a sacarnos conversa.

Natalia estaba callada, sentía que los dos hacíamos un esfuerzo sobrehumano para no vernos,  Fabiola, como era lo usual me abrazaba mucho mientras conversábamos, ahí pude notar a Natalia un poco incómoda, pero aun así seguía engañándome, diciéndome que no era posible que yo tuviese oportunidad con ella, Fabiola y yo teníamos una amistad de muchos años, cuando nos conocimos nos odiábamos, o al menos ella me odiaba, no era para menos, yo era un estúpido niño polémico, petulante, delgado, pálido, débil mientras que ella siempre fue la misma bella mujer, a sus 15 años tenía un hermoso cuerpo torneado que mejoró a medida que iba creciendo gracias al ejercicio y a su actitud despreocupada y arriesgada ante la vida, de fuertes, pero femeninas piernas, estrecha cintura, senos grandes y una cara reminiscente a las pinturas más sabrosas del quattrocento, era inevitable no estar embobado por su egregia figura y no estar enamorado de su recia y aventurera posición ante la vida, Fabiola era toda actitud, toda belleza, un huracán de sexualidad.

Con los años crecimos y eventualmente volvimos a reencontrarnos, ya ella estaba aplacada aunque aventurera, yo estaba más sereno y más maduro, empezamos a salir, siempre como amigos -aunque no niego que yo quería usar sus piernas de zarcillos-, terminamos teniendo una amistad muy fuerte y muy unida, nunca dejé de pensar que nos amábamos pero estábamos en la misma frecuencia y sabíamos que ese amor era lo más fraternal que ella y yo podíamos encontrar fuera de nuestros propios hermanos y Natalia no sabía eso.

Natalia y su amiga terminaron yendo a clases, cuando se iban Natalia me lanzó una mirada “accidental” nos vimos a los ojos, en esa milésima que compartimos miradas sentí un estremecimiento en mi pecho, casi taquicardia, sentía que el corazón se me iba a salir del pecho y un aturdimiento súbito explotó en mi cabeza, Fabiola seguía abrazándome. Leonardo vio la hora y se fue hasta su clase, Fabiola se fue detrás de él mientras que Roberto y David se quedaron conmigo, encendí un cigarrillo y empecé a conversar con ellos.

Conversamos de muchas cosas, David nos comentaba que había empezado a leer a Isaac Asimov mientras que Roberto se dedicaba a armar la pipa con marihuana para empezar a fumar, David y Roberto eran los mejores amigos, David no era nativo de la ciudad, el venía de la capital, era un tipo de piel blanca, de aspecto anglosajón, con ojos verdes, cabello castaño claro y barba casi roja, tenía una voz grave de locutor de radio, imagínate un Iván Loscher ligado con Asier Cazalis y un acento capitalino que lo hacía resaltar cada vez que abría la boca, era en general un tipo amistoso, leal e inteligente, Roberto por el otro lado era moreno de rasgos finos, gruesas ojeras, pelo largo y rizado que le llegaba a tapar los ojos, era también un psiconauta jurado, se jactaba de haber probado todas las drogas que vendían en la facultad y de conocer a todos los dealers del campus, Roberto era al tipo al que llamabas para conseguir heroína un domingo de resurrección a las 2 de la mañana con los militares en la calle, y si en ese caso hipotético lo llegabas a llamar, él se aparecía en tu casa media hora después con la bolsita negra de plástico y una lata limpia para fumar “en carrito” como solía afirmar, su única condición era munchies y que compartieras la nota, a pesar de su actitud poco sana hacia las drogas, era un tipo agradable y profundamente inteligente, distaba mucho de ser un junkie porque a pesar de sus constantes ojos entrecerrados y ojerosos, su actitud no era errática, sabía manejarse socialmente y cuando la situación lo ameritaba, él podía disipar esa mirada, cambiar el discurso y aparentar estar sobrio frente al mismísimo presidente si así era requerido. Roberto tomó la pipa entre las manos y la descorchó con un suspiro que lo hizo irse en tos, la enorme humareda se disipó y mientras se tosía el puño le compartía la pipa a David que fumó con mucha fuerza, cerró la aspirada súbitamente y estuvo con esa cara arrugada de los marihuanos que quieren evitar toser, me pusieron la pipa al frente, yo me reí y les dije, “no gracias, yo café con pan.” Mientras sacaba un cigarrillo de mi bolsillo, los tres nos reíamos mientras lo encendíamos, quería decir más, pero en ese momento solo pensaba en ella.

Una noche recibí un mensaje desconocido a mi What’sapp, la foto indudablemente era de Natalia, no podía verla bien pero se veía en el thumbnail, la misma blusa y el mismo suéter de la otra vez, ver la animación de escribiendo se sintió como se debería sentir estar en medio de 2 estrellas colisionando en el vacío del espacio, yo me siento Dios, vivo en el mundo de los absolutos y siento en términos absolutos, los sentimientos a medias son para el lumpen, los pendejos, y los mortales, me dijo que consiguió mi número por Rob, aparentemente compartían una clase y no se hablaban, pero debido a lo de hoy empezaron a conversar, ella me dijo que él le parecía un tipo muy inteligente y amistoso y que empezaron a conversar sobre Wes Anderson, aparentemente Rob le dijo que yo era un fiel seguidor de las películas de Wes Anderson – cosa que no soy – y le dio mi número para que conversáramos, me eché a reír y le pregunté si él le dijo que yo era fan, cada vez que ese escribiendo… salía me emocionaba más.

Acostado en el sofá de mi casa estaba serio, pero por dentro reía como vieja histérica, pasamos la noche entera conversando, ella era tan fascinante como se veía, sus temas eran profundos, sus ideas reposaban en concreto romano, su harem de saberes era amplio, está de más decir que nuestro catálogo de intereses compartidos convertía esa conversación en una de las cosas más orgásmicas que podía existir sin involucrar genitales o desnudez, me habría escrito a las 11, yo estaba cansado, la conversación se mantuvo ininterrumpida hasta las 3 de la tarde, amanecimos conversando, yo esa mañana la pasé solo y sin los muchachos, ergo pasé todo el día escribiéndole, hablamos de todo lo que nos dio la gana, filosofía, historia, poesía, literatura, cine, sexo, música, cada tema del que hablábamos era un movimiento pélvico para la cabeza del otro, bailamos con esos dedos y a una velocidad que para cuando caímos exhaustos las manos nos dolían, conversar con ella había sido absolutamente mágico. Decidimos vernos esa misma noche, una amiga de EEUU me dio de cumpleaños unos DVD’s que compró en el norte, eran principalmente viejas comedias de los 80 y 90 junto con un puñado de películas de culto de ambas décadas que no valían sino centavos en la thrift store de donde los sacó pero para mí bien podía valer toda la bóveda del BCV.

Era un paquete considerablemente bien equipado y como ambos estábamos constantemente drogados en vaporwave y nostalgia vibrábamos al mismo son, le ofrecí ver Spawn, Judge Dredd o Big Trouble in Little China, Carpenter fue el elegido. Instalé el DVD en mi sala, monté un café, puse los cigarros y me dediqué a esperar, 20 minutos después de organizado todo llegó Natalia a la casa, se bajó del taxi y nos saludamos, el saludo estaba marcado por la incomodidad, en ese momento Natalia aún era un enigma, habría visto su cara miles de veces pero cuando recordaba la primera vez que la vi su cara era aún borrosa, si hubiese dejado de verla en ese mismo momento, tal vez no la reconocería en la calle, tal vez era mi pésima memoria jugándome una broma como siempre. Natalia traía consigo unas galletas que había horneado recientemente, me ofreció una la que acepté cortésmente y le di las gracias, aprovechando siempre mi velocidad para el chiste y el comentario agudo de manera de aliviar un poco la obvia tensión entre ambos, nos sentamos en el mismo sofá, en cada extremo diferente, un hecho interesante de la vida es que cuando un hombre y una mujer se tienen ansias carnales la mujer es la mejor disimulando esas apetencias, pero no la mejor disimulándolas en su subconsciente, en mi campo visual podía ver su lenguaje corporal, me invitaba a tocarla, a besarla, los cigarrillos y el café no hacían mella en su aroma, esa suavidad canela y dulzona se sobreponía sobre el acre del cigarro y la fiereza del café caliente.

Me tomó 40 minutos llegar hasta sus hombros, 5 hasta sus labios y 2 hasta sus senos, besar sus dulces labios fue tocar una supernova, no nos tomó mucho tiempo darnos cuenta de que la película era la menor de nuestras prioridades, la llevé corriendo a mi cuarto dejando tras ambos la compañía del café y los cigarros, nos desnudamos como truenos y nos arrojamos sobre la cama víctima de nuestras propias hormonas, era increíble lo bella que puede ser la música en la sintonía correcta.

2 horas más tarde terminamos, estábamos sudorosos y agotados, tanto fue así que incluso ella tuvo que pedir una pausa por el mareo, desnuda sobre la cama me admitió que no pudo probar bocado ese día por los nervios que tenía al venir a verme, nunca me había sentido tan sonrrojado en mi vida, era tan auténtica verla diciéndome eso, en sus ojos veía que era honesta conmigo, al menos eso sentía. Las 2 horas de sexo llevaron a una hora más desnudos en la cama, no queríamos levantarnos tal vez por el temor mutuo de que el hacerlo el otro lo vería como señal de vestirse y marcharse y no era la idea, la noche era joven y aunque no habíamos dormido ni tampoco comido, no queríamos despegarnos del otro, Natalia que era una palma sola, yo, que era un lobo solitario, de repente necesitábamos la compañía del otro.

Nuestras mentes hicieron desastres sobre el otro, alguien dijo una vez que la comunicación humana es 90% física, pero yo difiero, creo que es solo 70%, hay muchos elementos de la comunicación que brillan ante una desnudez y no de otra forma, y conversar desnudos, ver su sonrisa haciendo juego con sus senos y sus palabras haciendo lo mismo con las mías llevó todo a otro nivel, por primera vez Natalia y yo descubríamos algo que no sabíamos que buscábamos y aprendimos algo que no sabíamos que desconocíamos. Lo primero era un igual, ambos, aunque sociables, nos considerábamos islas solitarias forzadas a moverse en un mundo que no le interesaba entendernos ni a nosotros formar parte de él, de repente las dos islas se encuentran y como en la realidad, la tectónica de placas arroja una catástrofe telúrica y genera el cambio a pulso de cataclismos, de repente estábamos desnudos tanto mental como físicamente ante un par total e ideal, y la sola idea de perdernos mutuamente nos aterraba un poco más que la idea de amarrarnos, lo segundo, era lo sublime, nada en nuestra vida nos había enseñado a entender lo que pasó entre los dos en ese momento, entendimos y vimos lo sublime, lo auténticamente sublime, nunca vi ni veré una desnudez como la de ella, me limita como nunca el idioma, faltan adjetivos, extraordinario, divino, metafísico. A esas alturas, la mujer había hecho posesión de mi pensamiento.

Ese primer beso generó una reacción atómica que, como en la vida real, no se detuvo hasta que cada átomo fuese divido y reconvertido en uno, decir que nos convertimos en uno no sería tan cliché si tomamos en cuenta que por meses no hacíamos más que pasar el tiempo juntos, todas las estupideces corny de la que ella y yo bromeábamos, todos los tropes ridículos de los que nos burlamos y todas esas babosadas melosas de telenovela mexicana que los dos despreciábamos, todo lo hacíamos de manera inconsciente, decía mi abuela que la lengua era castigo del cuerpo, dicha frase nunca fue más honesta que cuando ella y yo estábamos juntos.

Duramos un año, pero ni de eso estoy seguro, estar a su alrededor era como orbitar alrededor de un agujero negro, el tiempo se ponía lento, me sentía atado a ella por una soga gravitacional invisible y toda la luz la absorbía ella, su risa misma no era un destello sino un centellazo, insistía en ser mi centro, mi ápice, no podía alejarme, no sería capaz de perdonármelo, no sabía si lo que me ataba era mis sentimientos hacia ella, toda la droga que consumíamos juntos que tal vez influenciaba mi propia weltanschaung o tal vez era su adulación constante hacia mí, había de ella mucho de niña insegura que se sentía como obligada a alabar todo lo que yo hacía, Natalia se había convertido en mi amante, mi amiga y mi más grande fan, no cesaba de repetirme que yo era su rockstar, ella podía reflejarse en mucha de mi obra y yo podía reflejarme mucho en su actitud de fangirl, no he de negar que me encantaba sentirme así de alabado, cuando vienes de una casa donde tu padre te rechaza por otra familia, tu mamá lleva 11 años fuera del país y tus abuelos son un par de cariñosos aunque racistas españoles es fácil dejarse llevar por las mieles de la alabanza, o como decía Yeto, ese fiel ayudante de mi abuelo “sabroso es que a uno le jalen bolas.”

Durante ese año discutimos mucho, ahora me doy cuenta del porqué, ella insistía en amarme con tanta desesperación como yo, pero nos amábamos diferentes, yo amaba a la hermosa mujer que me permitió circunnavegar el canal entre sus piernas y nadar en el agua dulce de sus ideas, amaba a ese ser imperfecto que me puso en su seno y me poseyó en sus afectos como quien se aferra a una tabla en medio del océano, ella por otro lado amaba a ese ser mitológico que se pintó en mí, si, teníamos la misma edad, pero en mi vida había dado muchos tumbos y de tanto dar tumbos, de tanto cometer errores y de tanto recibir palos aprendí a ser mi propio yo, impuse mi ego ante un mundo y ahí brillaba, por ser yo mismo, nunca podía aquietarme, no era una safe bet. Sin embargo no era algo que me enorgulleciese, yo mismo me quejaba de los clichés y detestaba ser uno de esos tired old tropes, trataba de vivir mis días siendo lo más auténtico hacia mí mismo y eso parecía encantarle, tampoco le caía mal mis breves apariciones en algún diario local o en las revistas universitarias de literatura, a fin de cuentas, David era el fundador de Pour les porcs, una webzine local de interés universitario que tenía mucho éxito en 2 de las 4 facultades gracias a nuestras habilidades intrínsecas de agarrarnos de lo más trendy para exprimirlo y condensarlo ante las masas (o les porcs como jocosamente se refería a nuestro target David) y del espectacular manejo de redes de Gina, su novia, una morena bellísima que estudiaba comunicación social y que era una mataora con todo lo que tenga que ver con social media.

Una tarde me llamaron al celular, era David, estaba en la capital desde hace un par de semanas visitando a su mamá y me llamó para invitarme a pasar unos días con Natalia y el en su casa, las cosas con la cuaima no estaban en la mejor de las posiciones, los últimos dos meses se nos fueron en peleas y sexo para reconciliar dichas peleas, 2 semanas antes de eso y en medio de una discusión me llamó miserable y me tiró un libro sobre Antístenes en el ojo, el golpe casi me dejó tuerto, ella solo se lamentó en su momento de no haberme sacado el ojo y de mearme en la cuenca, su odio como su amor era profundo y tempestivo, no conocía de perdón ni medias tintas.

Después de un viaje en el que ni conversamos ni nos sentamos juntos terminamos llegando a la capital, la horrible pirámide rosa que por alguna subliminal razón erigió el gobierno a la entrada de la ciudad nos recibió con sorna, a un lado fuerte Tiuna y al otro las barriadas, una cálida bienvenida que nos recordaba tres de los grandes problemas de este país, a la izquierda la miseria, a la derecha el gorilismo y al frente, la pirámide, el mal gusto. Al bajarnos del bus tomamos un carrito directamente al Cafetal, teníamos los bolsillos llenos y muy pocas ganas de correr más riesgos, el carrito nos dejó frente a casa de David, una casa blanca de dos pisos construida en los años 60 con ese estilo que puede pasar por californiano o texano y que se coló con los petroleros que vinieron al país, contaba con un jardín verde bien podado y dos chaguaramos enormes en espacios equidistantes al camino de piedra que llevaba desde la acera a la casa, parecía el escudo de España rematado con las columnas de Hércules. David abrió la puerta, se encontraba con los ojos rojos y un cigarro en la mano, nos abrazó e  invitó a pasar a su morada, nos sentamos en la sala y con un vaso de coca cola y un cigarrillo empecé a contarle las vicisitudes del viaje, Natalia se levantó para ir al baño y en la pausa David aprovechó para preguntar qué pasaba, la distancia entre ella y yo era extremadamente evidente, le conté sin muchos detalles nuestros problemas y él se limitó a asentir y fumar, mi abuelo solía decirme cuando me estaba empezando a salir barba y pelos en otros lugares que la marca de un varón brilla en la forma en que se manejan los silencios, recordé eso mientras hablaba con David. Al terminar se limitó en darme una palmada y decirme a modo de broma “bitches be crazy”.

A las 9 me despertó David, habíamos pasado la noche anterior bebiendo con algunos de sus viejos amigos y dejamos la casa destruida, Natalia pasó la noche con nosotros pero se fue a dormir a eso de las 2, yo por otro lado no recuerdo la hora de mi caída, solo que estaba durmiendo en el sofá de la sala, al sentarme en el sofá vi a mi anfitrión con dos tazas de café mientras armaba un porro, me ofreció una y yo le ofrecí un cigarrillo, saqué dos y empezamos a fumar, me dijo que saliéramos a comprar comida que a él le fastidiaba cocinar, asentí y salimos. 15 minutos exactos nos tomó llegar a la panadería, pedimos cachitos y una coca cola grande, yo seguía pensando en Natalia, su presencia en mi cabeza era tensa y amarga, yo sabía que lo nuestro se encontraba moribundo, David me hablaba de la noche anterior, de los desastres, el baile, la droga, y yo solo tenía espacio en mi cabeza para Natalia, a veces bajaba la marea y me ponía al día en la conversación, lanzaba algún comentario y volvía absorto a mis pensamientos, los que ella poseía.

En la mesa de la cocina quedaron los cachitos y el refresco, yo subí al baño a enjuagarme y cepillarme después de fumar, ese es el ritual del mañanero, Natalia estaba en la ducha, le dije que le había traído desayuno y bajé inmediatamente, no necesitaba ni esperaba una respuesta. Me acerqué hasta el patio donde se encontraba David tumbado en una silla de hierro blanca y una botella de whisky barato al frente, tiré la cajetilla de cigarros sobre la mesa y me senté, empezamos a conversar rato largo mientras nos bajábamos la botella de trago a trago cuando escuchamos el sonido de la puerta deslizándose, Natalia salía vestida con un vaso de coca cola y un cachito aún humeante del microondas en la mano, nos saludó a ambos y se sentó.

Conversamos cordialmente unos 40 minutos hasta que David se levantó para atender una llamada, Natalia y yo quedamos solos por primera vez desde que llegamos, en silencio, sin más compañía que dos vasos de whisky y una botella. Tomé la iniciativa y encendí un Marlboro en silencio, ella sacó de su bolsillo una cajita de metal negra que tenía unos cuantos Lucky strikes y fumó uno, consumimos nuestros cigarrillos en silencio sin mediar palabras mientras escuchábamos las graves y ruidosas risas de nuestro anfitrión a la distancia, ella mientras fumaba me veía sin decir una palabra y yo mientras tanto la miraba de vuelta, más por dinámica de poder que por otra cosa, vi el cigarro y me encerré en su aroma, cuando aspiré el humo recordé que entre el aroma y el silencio incómodo nos encontrábamos ella y yo, en mi casa, sin decir una palabra el uno al otro, con mucho miedo de cometer errores, y con un mundo de emociones en cada uno de nuestros pechos, su hermosura era y es inconmesurable, con esa espada tomó posesión de mi pensamiento. Volví en mí, David seguía al teléfono ¿Cuánto tiempo había pasado? – Me pregunté – Natalia estaba en silencio, viendo el vacío, estaba perdida en sus ideas como yo hace segundos, una guacamaya que voló sobre nosotros la regresó a la realidad, me miró y solo me dijo. “Me voy.” Alcancé a verla y decirle simplemente “Ok”, se levantó de la mesa, buscó sus cosas, llamé un taxi mientras David se acercaba, me miró y me preguntó qué pasaba, “Natalia está recogiendo sus cosas, acabo de llamarle un taxi”, David se sorprendió por un momento, en su cara lo vi, sirvió un par de vasos de whisky y me preguntó si conocía bien la dirección, dije que sí y volvió a entrar, Natalia aún daba vueltas por la casa confirmando que nada hubiese quedado atrás, aprovechó para hacer algo de limpieza extra, ordenó algunas cosas, limpió el piso, lavó platos, incluso nos dejó algo de comida adelantada, siempre quería complacer, a veces era un auténtico ángel. La acompañé hasta la puerta y nos despedimos sin contacto físico alguno, mientras se perdía en el camino me daba cuenta que ahora, Natalia tomaba posesión de mi memoria.

Acá podríamos decir que la historia termina formalmente, unas horas más tardes terminó de llegar el combo y lo que era una visita de fin de semana se convirtió en una semana con los muchachos, recibí un mensaje unas horas más tarde de Natalia diciéndome que me había dejado algunas cosas en mi casa y que cuando regresara podía devolverle lo suyo. Mientras ponía en una caja el año y algo que estuvimos juntos repasé todas las idioteces que hicimos, desde nuestros libros robados de la biblioteca de la universidad hasta las misteriosas fotos viejas que encontramos una vez caminando ebrios a mi casa después de salir a comer en noche de citas y terminar mareados de tequila y unos fulanos hongos alucinógenos.

Recordé todo lo que aprendí de Natalia y la experiencia realmente había sido algo digno de escribirse, esa es una de las razones por las cuales dejo constancia de tal experiencia, la otra razón sin embargo no es tan tierna, antes de conocer a Natalia recordaba que escribía con una pasión que me poseía como los espíritus viejos que acechan las pesadillas de la gente del sudeste asiático, espíritus primitivos, salvajes, primordiales, que habitan en la selva y buscan siempre comer niños o genitales, poseían a sus pobres víctimas y luego con un indetenible frenesí salían a mitad de la noche en cuatro patas como animales a traer muerte y pesar sobre sus confundidas víctimas, estos espíritus no tenían control total sobre sus huéspedes, esto era lo interesante, la conciencia de los huéspedes estaba intacta, ellos aún podían ver lo que hacían con sus cuerpos estos espíritus, simplemente no tenían control, cuando yo me sentaba frente a la computadora no tenía control, escribía de manera mecánica, sin pausas, sin comas, sin puntos, sin nada, solo yo y el teclado en una pelea a muerte donde el resultado final se anunciaba en la pantalla que estaba frente a mí, era esa capacidad de escribir desconectado de mi propio yo, si quieren llámenlo mi propio ego, era lo que me empujaba a escribir, a crear, gracias a esa inquietud salió Pour les porcs, y todo el trabajo que conllevó y toda la satisfacción que trajo. Mi espíritu, lo que me poseía, era esa inquietud de hacer y crear, Natalia llegó a mi vida y eliminó muchas cosas negativas y me hizo muy feliz en el proceso, pero hizo algo que será difícil de perdonar, después de ella, simplemente no pude escribir más, se llevó eso sin lo que no podía vivir, tomó lo que me definía por encima del resto y se lo llevó, tal vez ni se dio cuenta, o tal vez si, un mes después renuncié como columnista de Pour les porcs por razones que eran solo relevantes para mí – O eso le dije a David – y me dediqué a trabajar en otras cosas referentes a la revista pero totalmente ajenas a la escritura, simplemente no podía seguir escribiendo.

Natalia bien podría haberse llevado mi geist pegado a su zapato y no se dio cuenta, o tal vez si y se lo limpió contra el borde de una acera, no estoy seguro. Aún con la caja frente a mí, llena con sus recuerdos, vi a mi estante de libros, brilló sobre todos ese pequeño libro verde de Antístenes con el que una vez casi me deja tuerto y recordaba una añeja frase del heleno sabio del Cinosargo: “Los cuervos devoran a los muertos, pero los aduladores devoran a los vivos.”

 

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