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He contemplado al mundo con los ojos cerrados.
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Acaso abraces mi cadáver, pues ya no será mío.
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Con aire en los huesos he llamado.
Silente nombré las hornacinas apagadas, el corro
de mangos, las sombras envueltas en el susurro del ocaso,
al claro de sopeñas en llamas
a las voces no escuchadas.
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¿Cuántos no arrastran su propio cadáver
y todavía cantan bajo el crepúsculo?
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Beber efusivamente del cuerpo.
Dar hálito al viento.
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Dentro de las horas
juntaba piedras rojas.
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Olvidar es una forma de hacer memoria.
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Despuntan piedras enhiestas
adonde alumbren tus ojos;
los mismos vientres abiertos,
la promesa de yacer adentro.
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Alto el humo del tabaco con forme
pueblan la noche las luces pesadas,
viene claro cuando no me llaman.
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Aunque los visos de la madrugada
muestren ciudades como rodales,
nada más que las piedras pudiera levantarse.
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A esto puedes aspirar todas las mañanas.
Pero el rumor de los mangos pasó claro
por la terraza en la que yacía recostado,
con libros cerrados, indispuesto a recibir gente.