Los Fantasmas del Tolón

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Sufro de una extraña enfermedad indescriptible. Vivo en Caracas y soy cinéfilo. Es lo único que necesitan saber de mí(en esta oración).
Llevo tiempo sin conseguir las pastillas que me recetó el doc. De modo que alucino por la falta de la pepa. Es uno de los efectos secundarios que implica consumir drogas por prescripción.
Ahora tripeo con percosé.
Antes me ponía bien llorón y dramático con el tema de la escasez de fármacos. Ahora me da perfectamente igual.
Camino por calles solas, hago colas y veo fantasmas por todos lados. Así que cualquiera se puede identificar con mi visión de las cosas.
Ayer fui al cine a ver una película que me recomendó un profesor pedante que me cae bien. El único ticher prepotente que me vacilo en la Universidad. Odio a los demás porque no se saben la materia y yo tengo que recibir sus clases piratas.
Este broder de la facultad me dijo: ve a ver “Taller de Escritura”, es la mejor peli del Fest de cine Francés que ya termina. Vela de una porque la van a sacar de la cartelera para tirar más copias de la nueva “Star Wars” o para darle más salas al Maduro de “Thanos”.
Total que le paré bola al mister y me fui al Tolón a las siete de la noche, tras una jornada en el job.
Trabajo en una agencia de publicidad súper pija. Ahí me la paso la mitad del rato, hablando con una niña de apellido impronunciable sin mandibulear(Luján-Stelling-Morrison). No le gustan las películas como a mí, sino las series, a las que siempre califica con los mismos adjetivos: “cool, brutal”.
La invité a que se llegara al Tolon pero me inventó la típica excusa de “mi papá no me deja salir después de las siete”. Rolo de bruja. Luego reviso su historia de Insta y la veo en una reunión, cantando borrachísima: “a mí me gustan mayores, de esos que llaman señores”. Me he acostumbrado a vivir con la hipocresía del caraqueño doble cara.
Llego al centro comercial, corriendo como un loco, me dejan pasar de vaina porque ahora dizque cierra técnicamente a las cinco de la tarde. La mayoría de los empleados no consiguen autobuses más temprano, así que les permiten irse antes de la hora en que bajan las rejas del Mall(siete y media de la noche).
Subo apresurado por las escaleras mecánicas y no encuentro signos de vida hasta el famoso quinto piso, donde un grupito vive en el Hotel Abismo, en la Isla de la Fantasía, fingiendo que consume, que no pasa nada alrededor, que no hay hambre, miseria e inseguridad.
Mi película se puede llamar “Solo: Una Historia del Tolón”. Soy yo contra el mundo, pues.
En la taquilla del cine, atiende una pana simpática que me vende el ticket por mildo(un millón doscientos de los viejos). Cero pipol en el despacho de cotufas, refrescos y combos. Me pregunto qué país y qué negocio puede sobrevivir a una deserción tan criminal.
“Taller de escritura” comienza en media hora, dentro del VIP de algo cuasi extinto llamado “Privé”. Puros rodeos para no llamar a la crisis por su nombre.
Hago tiempo merodeando por el laberinto de “El Resplandor”. Seguramente toparé con algún zombie, con algo que no sé determinar si es realidad o ficción.
Bajo un piso y pillo la vitrina en remodelación de la Adidas. Fantaseo con robarme las chaquetas, los pisos y las franelas. No debe ser tan peluo.
A cinco metros veo a unas jevas que entran y salen desnudas del mostrador de una tienda de ropa surfista. Intento pasar desapercibido. Las buceo por una rendija, entre luces apagadas. Hacen una suerte de strip tease. Disfrutan del placer gratuito que brindan sin ser tocadas y comprometidas. Es su minihistoria de Instagram en 4DX. Solo faltan los vapores y las lluvias. Pero no me quejo, el efecto especial funciona.
Resumiré el resto del relatillo. A la hora de la función, las luces seguían prendidas con las butacas vacías. Tuve que subir a reclamar.
Me encontré con un narrador de fútbol empericado de la TeleTuya, que cargaba una cresta tuki de pelo negro azabache más pintado que el de Trino Mora.
La chama simpática de la taquilla me respondió de mala gana y a destiempo. La película arrancó 20 minutos después de su hora programada.
En la sala se asomaba a cada rato un conejo como el de “Donnie Darko”.
En mis pesadillas hípster, no sé por qué siempre tiene que aparecer un conejo feo. A la tercera asomada, le dije al Bad Bunny: déjate de pendejadas, termina de pasar y siéntate. Sumisamente me hizo caso, preguntándome: ¿qué tal la movie, causa?
Yo le respondí: fíjate, los chamos están con una escritora súper hot, haciendo un taller de escritura en una provincia de Francia que parece La Guaira en su mejor época. Hay un astillero abandonado y unas playas llenas de riscos. Los chamos deben escribir una novela negra entre todos. Y claro, no se ponen de acuerdo. La profe guapa los invita a ser reales, a destapar las alcantarillas de su pueblo. Surgen beticas y desencuentros. El reparto es multicultural, en una especie de alegoría de la Francia de hoy con sus conflictos étnicos y políticos. Si viste “Nocturama”, conejino, descubrirás cualquier cantidad de conexiones.
El conejino respondió: sí, me llegué a ver “Nocturama”, la de los niños lindos que aterrorizan París, armando un atentado como de Isis. Full Doom y Call of Duty.
Entonces, “El Taller de Escritura” también va de conflictos generacionales y rollos sociales no resueltos, después del atentado de Bataclán. El Conejo tripea con la película y sus huevos de pascua(un pana gamer que la cae a tiros a la luna).
Le explico que el director es un puto amo como Zidane. Se llama Laurent Cantet, hizo dos pelis increíbles sobre la explotación laboral y el fin del trabajo como concepto(“El Empleo del Tiempo” y “Recursos Humanos”), ganó la Palma de Oro de Cannes por un filme titulado “La Clase”, que es como su obrita maestra y un claro antecedente de “Taller de Escritura”, al ahondar en las complejas relaciones de un profe con sus alumnos.
El Conejo anda sumergido en las imágenes de tinte documental, apreciando la fotografía naturalista y las actuaciones no profesionales, que huelen a un largo proceso de improvisación.
“Taller de Escritura” se lacrea en guion, dirección, fotografía, montaje, arte.
Siento que habla con franqueza de mi mundo, que no me esconde o me embellece los problemas que he padecido al crecer; el sentirme aislado en un puerto donde aparentamos ser felices, mientras la mayoría ha optado por refugiarse en una nostalgia que no me interesa, que no es mía. Una nostalgia por un pasado que no viví, un pasado que no extraño, un pasado que fue la semilla que germinó este presente inconcluso y mortuorio.
La película despedaza a placer los tópicos del género, sugiriendo que las personas somos eternamente incomprensibles, extrañas, ambiguas, ambivalentes, contradictorias, insatisfechas. El alumno de derecha logra seducir a la profe medio progre, que no se resiste al tabú y al llamado que convoca, que ejerce la banalidad del mal encarnada en un ángel exterminador del milenio.
El filme, fiel a su filosofía wiki, se construye desde los diversos ángulos de los personajes, incitando la participación activa de la sala que comparto con el conejo.
No hay buenos, malos, triunfadores, vencidos o fracasados en el desenlace. La vida no es así de simplona. Mi vida semeja el eterno suspenso de “Taller de Escritura”, la incertidumbre del devenir amenazado por espectros que no domino.
Por tanto, un largometraje magnífico que les recomiendo en la reseña que teclea el conejo en la compu de mi cabeza.
Encienden las luces de la sala, el Conejo se esfuma, retorno a mi juego de rol. En la calle, el cine distópico continúa. Lo que veo es como “Yo soy Leyenda” de Will Smith en Las Mercedes. El loop de un capítulo de “Walking Dead” que plagia al “Amanecer de los Muertos” de George Romero.

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