Fui con Malena Ferrer, profesora universitaria y documentalista, a dar una vuelta por el nuevo parque Simón Bolívar, recién inaugurado por los milicos del fascismo rojo, al lado de la Bola de Soto y detrás del Parque del Este.
Yo soy Sergio Monsalve, documentalista y crítico de cine. Escribo aquí desde el año 2000, aproximadamente. Panfletonegro me permite publicar lo que otros portales silencian o sencillamente excluyen por motivos que ignoro, pero que sospecho.
El Parque “Simón Bolívar” nació de una idea de Farruco Sesto, el autor del platillo volador de La Villa del Cine y de la quilla del Panteón Nacional. Farruco sembró otra semilla de su plan para retirarse como el faraón imbatible de la arquitectura no milagrosa del chavismo. No milagrosa porque tiene el toque invertido de Midas.
Cito a Farruco en una entrevista concedida a un medio alternativo del proceso:“Es una idea incluyente que resume años de reflexión colectiva a nivel académico, profesional e institucional. Recoge ideas de Fruto Vivas y otros arquitectos, así como las luchas vecinales”.
Una rampa, construida sobre la autopista, conecta al parque del Este con el Parque Simón Bolívar, ubicado en la trastienda o el patio trasero del aeropuerto La Carlota.
Se llama Puente de La Independencia.
¿Cuál independencia si el desgobierno construye con dinero de los chinos y tecnología de los Rusos? ¿Los cubanos no controlan el SAIME?
El puente, de dimensiones norcoreanas, quiere opacar al resto del contexto y ensombrecer a la esfera de color naranja.
Dos banderas de Venezuela se izan a los lados del puente en la entrada de Parque del Este. Los símbolos patrios cubren y nublan la vista del transeúnte durante el recorrido. Los ingenieros chavistas planifican la implantación de no lugares, siempre acentuados por la exageración de los efectos nacionalistas.
Desde el nombre del parque, Simón Bolívar, el diseño rinde culto a la personalidad de los hombres fuertes del madurismo, en su estado de paternalismo redundante.
La Casa Simón Bolívar, la Universidad Simón Bolívar, el centro Simón Bolívar, el Bolívar fuerte, la gobernación de Bolívar, la película de Simón Bolívar. La épica bolivariana se instrumenta con un fin propagandístico. La Presidencia de la República es la primera en abusar de su explotación.
No en balde, una valla con la cara de Maduro se dispone a un costado, dando una supuesta imagen de transparencia a su opaca e hiperflanda construcción.
¿Debo dar gracias a Maduro por construir un elefante blanco del futuro, como el ejercicio de modernidad fallida de El Helicoide, cuyas ruinas sirven de aposento a las mazmorras del Sebin?
Extiendo mi sonrisota de oreja a oreja para pasar desapercibido, tomar fotos y fingir una apariencia de turismo endógeno, de consumidor eterno de burbujas caraqueñas y criollas, a precio de dólar negro.
Malena detecta pronto las relaciones con la estética fascista de los chinos y los soviéticos. Le causa gracia la irónica visita de chicos y chicas lindas de la clase media alta de Caracas.
Una pareja de jóvenes caucásicos rompen con el clásico look de los comerciales zamoranos, de las cuñas del CNE en modo “La Máscara”. Me pregunto si son espontáneos, como nosotros, o enterados o comprometidos con alguna causa bolichica.
Él lleva zapatos caros sin medias. Ella luce una caballera lacia de color rubio, secada horas atrás. Ambos reflejan status y dinero. Verlos fuera de contexto, puede confundir a cualquiera.
La revolución propagó un sentimiento de sospecha generalizado entre nosotros. Es consecuencia de inseminar la posverdad en cada una de las mentes afectadas por el virus populista.
El puente no soportaría el análisis de un becario de la facultad de Arquitectura.
Luis Terife, arquitecto de profesión, lo tacharía de “puente de guerra”. Puentes de guerra se instalaron encima del río Guaire. Otro negoción de la revolución.
Cuando estallaron las protestas del 2017, la revolución obstaculizó y cerró los puentes de guerra, como era de esperarse. Hoy el “gobierno” cercena el derecho al libre tránsito, a placer, en alcabalas móviles decoradas para la ocasión. Les pusieron ahora cabinas y tubos plásticos. De ahí sale parte del dinero que falta en educación, cultura, salud y alimentación.
¿Por qué en lugar de construir el Parque Bolívar no tomaron el dinero de la inversión para volver a sembrar la grama que rodea a la Bola de Soto? Preguntas sin respuesta de la Quinta República. Venezuela es actualmente un país inexplicable. Se toman decisiones arbitrarias e inconsultas, como las decretadas por la Plenipotenciara Asamblea Constituyente.
Seguimos en el trayecto por el parque. Un avión blanco, como la Vaca Sagrada de Pérez Jiménez, le da la bienvenida al transeúnte cuando va descendiendo por el puente la independencia.
¿Por qué el avión tiene unos dibujos de helados? Sí, de helados. ¿En el avión va a funcionar una heladería? El decorador del espacio carece de la sensibilidad de un Burle Marx, tanto así que olvidó plantar árboles para evitar que uno se achicharre en la visita. Recomiendo llevar protector solar, si es que usted consigue uno en la Farmacia, sin que tenga que dejar todo el sueldo en la caja.
Obvio, la inclusión del avión es un guiño a la Carlota. Un guiño complaciente del arte figurativo y reciclado, del arte banal e inane, del arte oficial que gustaba a Pérez Jiménez y a sus esbirros, de los cuales saquean su mal gusto los funcionarios del chavismo.
La intervención recrea la atmósfera de los tanques y blindados que el chavismo “colocó” alrededor del Paseo los Próceres, para dizque los niños jueguen al “chavecito”. Desde pequeños, les quieren lavar el cerebro.
Siento que este vaporón ya lo pasé en la Plaza de la Revolución de Cuba, por allá por 1998, en aquella fea explanada de proporciones estalinistas que celebra a los fundadores de la patria habanera, y que asume que las personas somos masas, somos bulto, somos peones de un tablero que disponen y administran los bolcheviques.
También recuerdo considerarme minimizado por el entorno de la Plaza Roja de Moscú y de los monumentos barrocos de San Petesburgo, hoy ennoblecidos por la cobertura blanda del Mundial, que es un evento de lavado de imagen de Putin, así como el Parque Simón Bolívar quiere hacernos olvidar que en las inmediaciones de la Carlota protestamos, nos plantamos y mataron a varios de nuestros amigos. Cosa que yo no olvido.
No hay monumento para nuestros caídos, solo un parque que invita a la desmemoria y al despliegue de un reinado de apariencias, de simulacros que llamaría Baudrillard.
El Parque Simón Bolívar es un simulacro torpe e inacabado. Una ficción, un holograma, un espejismo, un “The Square” del chavismo, entendido como un territorio de paz.
Pero no es la paz belicosa de la OLP y de la cacería de brujas del Sebin, del FAES, del CONAS. No es la Paz de la Guardia Nacional que dispara bombas lacrimógenas a quemarropa. Es la paz hipócrita de los delirios fantásticos y fetichistas de Nicolás Maduro.
El recorrido circular expone puros cromos repetidos y desubicados: una pista de bicicrós, un espejo de agua, un miniparque para inválidos, una canchita de basket y otra de futbolito, una torrecita de control, un parquecillo infantil prefabricado, un cafetín cerrado y sin servicio.
Los maratonistas corren con gusto, al descubrir la nueva ruta. Veo maleza vieja, bordeando el parque. Hierba mala que sí crece. Un pasto seco que me concluye el trayecto con un ánimo sombrío y pesimista que comparto con Malena.
Al regreso tomamos más fotos. Decidimos broncearnos en el parque de inválidos. Nos mecemos frente al paisaje vacío, que llenan con más vacuidad.
Ya no sentimos el miedo al vacío que profetizaba Olivier Mongin o le damos la bienvenida ingenua al desierto que brinda Matrix.
El Parque Simón Bolívar es uno de los innumerables círculos del infierno, uno de los múltiples anillos del abismo que te propone Caracas.
Caracas la amable que se ha inventado el turismo y el deporte extremo de semiotizar sus ruinas, en busca de alguna explicación para su entropía.
Esto no es más que un ensayo de arqueología futura.