De todos modos, la disidencia consternaba al orden piramidal, esa estructura cuasi oligárquica para la cual sus miembros eran poco menos que fichas de ajedrez. Así mismo, se pensaba en la diferencia entre un helado de vainilla y uno de chocolate. No, no estaban hablando del partido, hablaban metafóricamente, sustrayendo uno a uno los hilos que median entre la libertad individual y la sumisión enfermiza. Eso quería la gente del partido, con sus tiránicos lideres forjados en el seno de las mejores instituciones universitarias del planeta. ¿Por qué obviar el tema electoral, a estas alturas cuando todo parece indicar que es un negocio redondo? Ellos me eligieron como chivato de…
- Con esa loca idea hermano, te lo digo de pana; me nació esa cuestión de la disidencia. Como si fuera un bálsamo sanador.
Lucho Fajardo se rasco el mentón surcado por una cicatriz de oreja a oreja proveniente de una riña en la cárcel, en los tiempos del estudiantado había sido preso político (aunque esta condición especial no le agregaba nada de solemne a su actitud de truhan). Y con los ojos entrecerrados respondió.
- Debes estar mal del coco si te lanzas en una aventura subversiva. Hermano, aquí no se trata de hacerte el chistoso sino de asegurar la pasta. Ya no estamos para esos trotes, piénsalo dos veces.
- Mírame a la cara vieja. Yo no he hecho nada importante en mi vida más que ser un parasito del político de turno. Este esperpento que llamamos política debe ser transformado. No me refiero a una rata por una hiena. Se trata de un cambio verdadero, algo sustancial, trascendente…
- Llámalo como quieras, después de viejo te dio sarna. A ti lo que te hace falta es mujer o volver a fumar marihuana, que sé yo.
- Eres un habla paja Lucho, te acordaras de mí, te acordaras de mí…
Había amanecido y las botellas de Brandy regadas por el suelo parecían serpentinas de una fiesta sin motivo. Sonreía al ver el gran afiche que tapaba una de las grietas en la pared con el rostro en serigrafía de Bakunin. Ese día me dirigí de una a la sede del partido, quería asesorar a la señorita Gómez sobre lo que descubrí en mi última visita al partido de la competencia. Dentro de esa organización tratan de forma exclusiva a sus miembros: buena comida, entradas en primera fila a eventos y espectáculos, putas de lujo y sin enfermedades, caña, cigarrillos y para el que le gusta su toque de mas allá: drogas hasta para tirar pal techo.
…ellos me eligieron como chivato para contener un plan de sapearnos a nosotros primero por temas de corrupción a expensas de lavarse la cara frente a los habitantes de este país. Ingenua tierra llena de gracia que cree en la gente que le vende esperanzas.
Ese fue mi punto de quiebre. El no retorno. Sumido en la desesperación volví a hojear unos cuantos poemas sobre la libertad. Y esa misma libertad que tanto amaba me llevo a decir que no, a proponerme un nuevo norte. Debía liberar a la fiera enjaulada que llevada aquí postrada desde los quince años. Ya rozo los 35 y mi cota de paciencia ha caducado. Además desde que me tire a la señorita Gómez ya no me importaba un carajo este fulano partiducho. Dizque coalición de pensamientos diversos sobre un mismo terreno en común: “la democracia”. Basura, solo basura embotellada. Para que la bebas como mamas de la ilusión de control sobre tu vida. Esta vida se hace a cada decisión, y yo no paro a revisarme los zapatos, no. Es hora de afeitar algunas pelucas. Hundir el dedo en la llaga y correr hasta que tus pulmones exploten llenos de adrenalina.
Me cite con Lucho, mi pana de la universidad en el Pipoka a tomarnos unas birras y a charlar sobre mis planes a corto plazo. Fue una transacción limpia. Antes de comenzar a intercambiar ideas me alargo sobre la mesa un paquete negro con un moño rosado. “el encargo” me dijo. Y proseguimos a disertar sobre la vida y el agujero negro que representa el matrimonio.
- Debes saber Otto que las mujeres son como una pistola. De esas de calibre grande, que debes tratar con cuidado. Pendiente de que no se te escape una bala, sino… ya sabes, te puede costar un ojo.
- La cuestión de las mujeres la tengo bien controlada, hermano. Hay que tener tacto, para cortejarlas, para amansarlas, para dominarlas. En el buen sentido… son como bestias. Solo tienes que descubrir su punto débil.
- ¿Cuál es ese punto? – Lucho fruncía el ceño y le daba una buena calada a su lucky rojo.
- Muy fácil, viejo. A que le temen en esta vida. Resuelve este difícil acertijo y tendrás a tu nena al pie (me sentía el papá de los helados).
- ¿Cómo logro dar con esa lado blando? Me interesa resolver unos trompos enrollados que tengo.
- Eres lento mi pana. Reflexiona un poco. Cuando la veas llorar, pero no llorar en son de hacerse la víctima. Sino un llanto en serio sabrás a que le teme con esta sencilla frase “te comprendo, cielo” y la abrazas contra ti.
- ¡coño! Sí, pendejo. Cualquiera cree que eres doctora corazón.
- Nos vemos el martes, este fin de semana tengo trabajo.
- Cuídate, y asegúrate de cargarla bien.
En mis años en la universidad nunca aborrecí tanto la política como ahora. Cuando después de haber participado en una agitada carrera al servicio de todo movimiento que surgiera pude comprobar que todo es una maldita mentira. Las frases rimbombantes, la puesta en escena, los gestos, los rostros de plástico. Era el momento de enmendar el asunto. Iba en asenso hacia la restauración de mí ser. De la mano de una colt .45.
La musa inspiración aparece de sorpresa. Te arrastra como un niño tras un caramelo de fresa. La apariencia del líder Mario Belmonte cuando lo apuntaba a la sien aquella fría noche de septiembre fue inspiradora. Volví a creer en hadas y duendes. Y también en que un mundo mejor es posible: sin los personajes que nos dicen que hacer, que pensar y que sentir.
Aparque el carro a la orilla de la playa. Noche fría y oscura, por demás. La gente en el restaurant hacia “chin chin” con sus vasos de curda. El dulce clima tropical. Desempolve un viejo cassette de Guns n’ Roses y volví sobre la ardiente melodía guitarrera del mejor hard rock que se haya compuesto jamás. Eso me inspiró, y lo sigue haciendo hoy, o lo había olvidado después de tanto pelear contra mi propio ser. La cabeza de Belmonte reposaba en la maleta del auto. Decidí aparcar acá porque es tranquilo y podré deshacerme de ella sin ser molestado.
Al franquear la media noche tuve que buscar municiones. Visite una licorería cerca del burdel de la Negra Susy. Welcome to the Jungle nunca sonó mejor en mi Camaro Ss. Mientras Fabiola me lamia el cuello en movimientos de sube y baja corría como champaña la sangre por mi entrepierna.