la femme fatale

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Distraído por el sinuoso caminar de la mujer del vestido rojo derrame el café negro sobre mi camisa nueva. Esta me la había obsequiado Susy, la recepcionista del edificio Ávila. Una mujer pequeña pero agraciada como un bombón de chocolate, siempre dispuesta a decirme que sí en cualquier instancia. A mí no me gusta, pero ella en particular bota la baba por mí.

La mujer del vestido rojo seguía caminando, cruzo la acera de enfrente, viro en sentido contrario y de golpe ingreso en una farmacia. Esta chica de colores finos, portento del mestizaje caribeño zarandea al que se le atraviesa con una sola mirada. Ojos rayados de cunaguaro, pechos pronunciados como una amazona que no se deja dominar a la primera, ella se abalanza sobre su presa. En fin, veintiún años en fila india (asociación natural por el conjunto exótico que hace con el vestigio de su raza) dedicados al asesinato selecto.
Se me para el huevo y no puedo seguir analizando el prontuario. Esta maldita mujer me va a producir una cojonera de película.

Cuando estoy limpiando el excedente de café en la camisa se acerca un pequeño de cara sucia y aspecto de huelepega. Me comenta que quiere limpiarme el parabrisas por una pequeña colaboración (la que usted disponga, lo que dios le dicte a su cristiano corazón) la cual acepto sin mucho alboroto.

El inmarcesible Camaro SS del 67, joya de la familia; muestra su mejor cara en la avenida Casanova, brilla su color negro como una perla en el fondo del mar. El pequeño vagabundo se inclina sobre la ventana, le doy 10 bolos. Se va feliz con una sonrisa de oreja a oreja. En menos de diez minutos terminó su cometido. Me salgo del carro, cierro bien las ventanas y me acerco de nuevo al vendedor de café. Me despacha un negrito y un cigarro. Vuelvo a la guardia.

Regreso sobre el expediente. Reviso las fotos al detalle, leo cada punto y coma, sirviéndome cada palabra como un suculento trozo de carne. Es la mujer de Rodolfo Padilla alias culo e’ vieja. Tiene varios meses engañando al tipo con un escolta que le puso a servicio. El tipo se la coge bien sabroso porque la niña no repara en casa, siempre tiene “compras que hacer” o bien “la rutina del gimnasio la tiene mamada”. Esta ultima palabra con un énfasis bien grotesco por parte de la susodicha.

Rodolfo me dijo: “Síguela a donde vaya, dame parte de todos los sitios que frecuenta, las personas con que habla, y al tipo no le hagas nada. Apenas termines el trabajo me llamas. Allí te daré la ultima indicación”.
Parpadeo un poco para tratar de humedecer los ojos irritados por el cansancio.

El insomnio ataca de nuevo, noche larga e imágenes repitiéndose por las paredes y el techo. Busco algo de picar en la nevera, me hago un sándwich para seguir leyendo un rato. Pero no puedo. La sola idea de descuartizar a alguien me revuelve el estómago. Padilla me prometió un pago del carajo, pero aun así tengo cierto recelo, un asco instintivo. Como los gatos que odian el agua aun sin antes haberla visto.

La pensé bien. Me dispuse a jugarle en su propio terreno. Conocerla primero y luego darle tostón. Una mujer como esta no podía dejarla pasar debajo de la mesa. Demasiado rica para no darle un probadita.

Así que un día fui al gimnasio donde entrenaba la señora de Padilla. Pude sacarle conversación por una nimiedad absurda sobre la cantidad de agua y la proporcionalidad que esto tiene con el rendimiento al ejercitarse. Luego un par de chistes malos, sonrisitas, miradas cruzadas. Bingo de cuatro esquinas. La invite a mi apartamento para seguir conociéndonos ya que teníamos tanto en común.

Al principio parecía una mujercita recatada y firme de carácter. A la tercera cerveza se me abalanzo sobre el cuello, me entrelazo sus piernas para ponerme como buen chico a comerle la ostra. Me sentí como un indio guajiro buceando a punta de pulmón buscando perlas. Ella era insaciable como una gata en celo, al cabo de diez minutos le succione todo lo que podía extraer sin tener tiempo de bracear hacia la superficie y respirar. Estaba mas mojada aun, gemía y decía groserías como camionero ebrio. Me baje los pantalones, me manosee un poco la pistola e introduje toda mi humanidad en su sexo depilado con un leve diseño, perfecto para la ocasión. En un forcejeo endemoniado la dominé sobre la mesa de la cocina. Los platos fueron a parar al piso, vasos y cucharas también. Derramamos las botellas de cerveza cuando de pronto pego un alarido brutal, se echó hacia atrás con los ojos blanqueando, las piernas aun temblorosas, luego volvió sobre mí, me beso largo rato y me mordió el labio inferior al que creí perdido por la violencia infringida.

Tendidos sobre la cama, fume un poco mientras ella dormía. Afuera un carro frenaba de coñazo y alguien mentó la madre de forma desproporcionada. Me dormí y caí en un pozo profundo.

El sol estaba calentando sobre la persiana y el vapor se empezó a condensar sobre mi cuello, la almohada era una arena pastosa, la cual me produjo rechazo paulatinamente. Algo no andaba bien, mis manos y mis pies no podían moverse de su sitio. Estaba atado con trenzas de zapato a los extremos de la cama. Muy apretados los nudos porque ya tenia las extremidades un tanto dormidas. Una nota sobre mi pecho desnudo, la cual podía leer por el espejo que tenia en el techo para cumplir ciertas fantasías de vieja data. “Ya se quien eres, será mejor que te borres del mapa si no quieres terminar con la boca llena de moscas. Mi amante y yo te vamos a joder. Gracias por la cogida. Postdata: te gusta que te palanqueen”.

En efecto, me dolía el ano tremendamente. Como cuando te ponen supositorios o te da diarrea severa. Estaba confundido: mezcla de asqueado, satisfecho. Para colmo no sabría como salvar la situación, Susy tendría que entrar arbitrariamente al apartamento. Verme en este estado, y en todo caso, abusar de mi con lascivia, ya que la mujer tiene esas palpitaciones a millón.

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