panfletonegro

White rabbit

Un bumerán en mis narices. El rostro se me deformo en una mueca horripilante, algo absurdo, y muy parecido a una sonrisa. Los ojos pelados buscando una respuesta, inhibido en un estado de shock. Era el gaje estúpido que te da una patada en el trasero, pero tenía lógica. El hoyo del conejo, ese mismo que abre las puertas de la percepción, acalla las voces de interferencia, te estabiliza y organiza tu centro.

Casi olvidaba que el tipo trabaja en una librería del este de la ciudad. Tiene pinta de jibaro con su chaqueta sucia, lentes rayados y gestos nerviosos de roedor. Me cae bien, no suena como un maldito pedante librero, saben. Esos carajos se creen la pepa del queso, no es porque sean miembros de una elite en descomposición, sino por pura maña, por delirios de superioridad. Quizás, y si estoy equivocado me retractaré. Son un grupillo de seres bastardos con traje de pastor.

Se cumplen quince días exactos, y Jim toca a mi puerta. Trae la creme de la crema en su maletín de mercancía. Puro lomito como él dice, se pasea desde los sudamericanos, pasa por los alemanes, franceses, norteamericanos, y por ultimo las drogas duras, los rusos. Abrimos unas cervezas para darle color al asunto. Esto comienza a convertirse en un ritual pagano. Un mundillo dentro de un universo vasto de cosas fútiles, incognoscibles, proclives al olvido.

Lo nuevo en el menú son unos autores norteamericanos de la posguerra. Paso de reojo por ellos y me detengo en un librito pequeño, enclenque con un título sencillo “Demian” escrito por Hermann Hesse. Aquel viejo alemán del que ya consumí (deliberadamente el “Lobo estepario”) además, quede preñado de esa atmosfera surrealista, absurda y desgarradora del romance bucólico suicida de Harry y Armanda.

Jim propone que lo lea de una sentada, toma notas en un cuadernillo vuelto chicha que saca a relucir. Dice, sin despegar los ojos de aquello interesante que escribe “No pierdas ni un segundo en rascarte las bolas, cacique. Con esto te quiero decir, lee esta mierda hasta el fondo. Solo así podrás disfrutar el viaje completo”.

Oye Jim, “¿Por qué sigues trabajando en esa librería de mierda, tipo?” le pregunto sin dejar de leer el prólogo y la contratapa. “Soy un masoquista, y de los buenos mi pana. Si te soy sincero no gano siquiera para el pasaje. Pero me encanta el ambiente: la lignina, viejo. La lignina que despiden los libros, es como olor a coño”. Por otro lado, confió en mi buena estrella, allí consigo inspiración para darle a mis poemas”.

Durante cinco años ha permanecido en un cargo denominado “aprendiz de librero” no sé qué tan importante sea. A mí me suena a asistente o eunuco de turno. Sin embargo, a Jim le gusta su chamba. No lo envidio pero siento que desperdicia su tiempo en un lugar que le devuelve dolores de cabeza. Aunque, si no fuera por ello no tendría mi provisión de libros en la puerta de mi casa.

Continuamos parloteando de cualquier otra vaina menos el amor. A Jim le duele que toque ese tema, resume todo a relaciones de poder. El amor es un accidente innecesario, un coma fortuito. Se destapa otra caja de cigarrillos, la ceniza colma el cenicero azaroso en una esquina del balcón. Antes, a principios de año fue un amor, dos piernas con intenciones genuinas puestas en el buen camino de mi socio Jim. Este lo arruino. Con sus maneras de poeta maldito, las locuras adolescentes que no se guarda, el peso muerto de su mente destructiva.

Un portazo concluyo la reunión. Ahora me deparaba una noche larga, donde el único aliciente que tenía era el final inexorable de la vida, la muerte me abrazaba, la belleza tenía un orgasmo largo a expensas de un espíritu contaminado por la locura del alemán.

El despertar será hermoso, dentro del hoyo del conejo.

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