Semblanza de Praha
(Notas de viaje desde la capital de Bohemia)
por Daniel Pratt
En ese tren rumbo a la ciudad de las mil agujas, polacas riéndose mientras hablaban o hablando mientras reían. Parada en Breclav, no entender absolutamente nada de lo que esta escrito en los anuncios. Llegada a Nádrazí Holesovice y la sensación de estar en un lugar que alguna vez fue resplandeciente y ahora está poblado de desesperados que atacan a los turistas buscando conseguir un dólar. Los anuncios al público en alemán ruso y checo, un Silvio Rodríguez cantando en esa lengua extraña, Skodas por doquier, solteronas fumadoras que viven con sus perros, los vestigios de la grandiosidad del comunismo, obras de metal pulido entre calles sucias y plazas descuidadas con mercados públicos que venden ropa interior. Al hombre del metro no se le entendía nada de ese idioma con escasez de vocales y todos tenían una cara de estar viviendo una especie de recuperación después de veinte años de estupor.
Y en el medio de todo aquel aparente desastre, de ese desconfort, de esa sensación de que lo prevenido por otros era cierto, el verdor intenso de un árbol se mecía lentamente en nuestra ventana con la brisa dominical.
Luego, desde el parque Letenské la ciudad se abrió ante nosotros: su lado turístico, impecable e imposiblemente lleno de millonarios alemanes, norteamericanos en shorts y japoneses epilépticamente pulsando sus botones. Vimos las agujas, los puentes sobre el negro río Vltava, Josefov, el barrio judío y súbitamente comprendimos por que Kafka solo pudo haber nacido allí, en ese most entre las dos Europas.
Karluv Most.
¿Como es posible que ésta ciudad esencialmente, inigualablemente hedonista haya soportado 20 años de frío burocratismo soviético?
Preguntamos desesperadamente cómo se saludaba, se decía por favor y gracias, para después olvidar irremediablemente esa lengua al revés. No podíamos soportar la incapacidad de retornar tanta amabilidad, tanta discreción, tanto buen trato. Odiamos y perdonamos inmediatamente a aquellos checos antipáticos de voces tímidas que estaban hartos de la opulencia alemana, los gritos norteamericanos y los flashes japoneses que dañaban la vista de las estrellas.
En ocasiones, mientras estabamos en sitios como el Prazsky Hrad, sumergidos en ese mundo irreal que le muestran al turista, la verdadera ciudad se dejaba entrever, asegurándonos que existía un mundo más atractivo que el que veíamos. Estas rendijas nos condujeron a lugares fantásticos en los que la gente todavía hablaba solo con consonantes, en los que los verdaderos habitantes de la ciudad escapaban para echarse en el césped amarillo a disfrutar de su propio París, lejos de los flashes. Por fortuna dormimos en una zona residencial de la clase trabajadora en la que daba pánico caminar de noche, edificios desvencijados, grises, agrietados, los pasos el único sonido audible por encima de nuestra respiración. ¡Que desgracia hubiese sido conocerte únicamente vestida de gala!
Catedral de San Vito en el Castillo de Praga
Entre tus imposibles baratas encontramos una tienda de pertrechos de guerra, me probé imaginariamente la casaca de la estrella roja y la gorra de la calavera plateada. No compré nada, la memoria de los miles que murieron con los ojos abiertos en nombre de ambos iconos arruinó el momento. Me ahogué pensando en los ancianos borrachos solitarios hambrientos vendiendo sus recuerdos por una miseria para maravillar a los turistas.
Creímos que la Strelecky Ostrov era un intento de imitación de la Ilé de la Cité, ¡que equivocados estábamos! Anotamos el próximo hostel dónde nos quedaríamos, paseamos por un oasis citadino y vimos a los cisnes despreocupadamente acercarse a menos de cinco metros de nosotros mientras los enamorados sentados sobre las ramas hacían lo mismo con el río que se abría ante ellos.
Los contrastes eran evidentes, de Malostranské Námesti al Karluv Most a veces parecías un pequeño pueblo italiano, una ciudad aún comunista, un enclave andaluz y un museo gótico, pero al levantar la mirada, los ápices de Staré Mesto nos recordaban que las comparaciones son imposibles, tu configuración es inefable.
Reloj Astronómico en la plaza del Stare Mesto. 12 apostoles y la muerte.
Fui un idiota un par de veces, pero eso no desdibujó tu perfil, ciudad llena de misterio, llena de historias cegadas por la invasión, llena de recuerdos de la aplastante estrella roja, añoranzas del comunismo con un rostro humano, de aquella primavera del 68 cuando el mundo entero decidió, antes de la lobotomía, que era hora de amar.
Querida Praga, no averigüé lo suficiente acerca de ti, fui mal preparado para encontrarme con tanta belleza, con ese resplandor infinito, amantes en bancos de madera rústica, anuncios que nadie entiende, rostros arrugados por el comunismo y sucio metal pulido. Quiero volver con esta nueva noción a ti, abstraerme en contemplaciones Kunderianas y pasear otra vez, completamente enamorado, junto a Tomás, Tereza y Sabina, por tus históricas calles de nombres rojos.
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