Un gato negro de porcelana con manchas blancas y grises se pasea por las barandas de mi jardín. Hace extrañas piruetas para llamar la atención. Y no se si está vivo o está muerto.
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Sufrir le hacía sentir intensamente activo sin hacer nada. El aprovechaba el momento y realizaba grandes obras y labores, sin mover ninguna de las dos manos.
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Hombres de alambre. Aparecen cuidadosamente alejados unos de otros. Algunos, intentan estrecharse las manos. Yo me desespero, cuando observo dedos metalizados llenos de púas.
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Me juzgan en el tribunal celestial. El escenario es gigantesco. Hay a mi alrededor unas doscientas cincuenta mil personas. El Juez dicta su sentencia. Termino por consolarme en lo senos de la Virgen María.
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Un centauro cobrizo, armado con un tridente se aproxima. Por su sigilosa penetración en el bosque, está de caza. Me refugio entre los altos ramajes de dos jabillos mientras sangran mis manos.
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Enanos verdes. Están colocados en hileras frente a mí. Permanezco inmóvil. Mi cuerpo está siendo mutilado; felizmente y sin dolor, por rayos incandescentes.
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Camelia tenía un movimiento ondular sobre la arena y en el mar, sigiloso como un pez. Entonces el sol la evaporaba; y como grandes gotas cristalinas, serpientes de diferentes tonos y tamaños caían del cielo.
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Sueño que todo el imperio se hará invisible. Que esto a sus habitantes les tiene sin cuidado. Y que también súbitamente desaparezco.
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Perros mecánicos. Dejan de olfatearme las piernas. Por la boca expelen sus excrementos. Expulsan un aceite viscoso con el color de la carne humana.
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Un pelotón de hormigas con alas metálicas despedazan a un hombre. Sólo se escucha el latir y el zumbido de los insectos.
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Los niños lanzan piedras sobre el lago. Ellas no se hunden, alzan el vuelo, se elevan. Les nacen alas.
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Se escuchan gritos de dolor. Inútilmente un hombre azota a sus fantasmas y nadie muere.
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Me bajan por una cuerda a una habitación llena de cerastas venenosas. Mientras esto sucede, se me cansan las manos. Por los respiraderos de la habitación, observo los rostros ansiosos y desesperados de mis anfitriones
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En lo alto de la colina, la figura de un hombre hace señales. Atravieso los campos de espinas para llegar hasta él. No se consuela de mí. El espantapájaros no puede hacerlo.
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Una hermosa rubia vestida de blanco, me invita a un hotel. Sus ojos de metal le brillan.
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