En tiempos de paz, las tradiciones literarias y culturales son, traduciendo el modismo norteamericano "dinero en el banco": cerca están las bibliotecas públicas con sus libros, los museos y sus obras de arte, los monumentos llenos de significado histórico que fundamentan nuestro presente. Dentro de lo que reconocemos como nuestro país todos hablamos y nos entendemos en uno o varios idiomas y dialectos que, aunque no conozcamos de manera profunda, reconocemos como propios y cercanos; compartimos hitos culturales y unas raíces comunes.
A veces la paz se interrumpe y se entra en guerra. Entonces, aparece la amenaza sobre ese patrimonio. En una posición de ventaja o desventaja durante el conflicto vemos como en un retrovisor el reflejo de un extraño que llega con sus palabras, ideas, con su pasado a sustituir con ellos, como botín, los nuestros.
Este particular ambiente se vivió en la Europa de la Segunda Guerra Mundial, algunos intelectuales temieron que la tradición cultural que había nacido en Grecia, que comenzaba con el latín y que daba coherencia a tantos siglos de desarrollo de una manera de comprender el mundo, muriera. Uno de esos intelectuales fue Erich Auerbach quien, viviendo en Turquía, comienza la empresa de recopilar en un solo libro el desarrollo de la representación de la realidad en la literatura europea. Auerbach está aislado: físicamente, sus pies no pisan suelo patrio; intelectualmente cuenta sólo con una biblioteca personal reducida y está cercado por la imposibilidad de acceder en Turquía a un centro público de consulta que le proveyera lo necesario para su tarea. Sin embargo, esta circunstancia moldea el libro: privado el escritor alemán de la bibliografía necesaria para un trabajo investigativo académico, se deja llevar por los fantasmas que se desplazan en su memoria.
En Mimesis conviven, porque todos contribuyen a la representación de la realidad europea, el heroico Ulises y el patriarca bíblico Abraham con los más diversos tipos de caballeros andantes y San Agustín. También acude a la cita lo procaz y escatológico de Pantagruel con lo refinado de Proust o la distante precisión de Flaubert. Está Michel de Montagine en sus exploraciones personales que dan nombre al género de los "ensayos". También hay escritores que, sacrificando sus curiosidades individuales, sólo responden a intereses institucionales: de reinados o religiones.
La línea entre lo que merece ser escrito porque en su esencia es "sublime" y lo que se descarta por bajo o común comienza a hacerse borrosa textos y siglos tras textos y siglos hasta que se disuelve y, a medida que se acerca lo que alguna vez pudimos llamar presente, emerge una libertad muy particular, de temas, de personajes y de lenguajes que ahora todos podemos conseguir en cualquier libro (sin importar lo bueno o lo malo que sea): una libertad de lectura.
Nada de lo que dice el libro es así porque un estudioso llamado Erich Auerbach lo dice sino que largos pasajes citados por el autor lo van confirmando y uno parece absorber toda una vida de lecturas en las quinientas páginas del libro. Se hace un viaje en el tiempo y en diferentes dimensiones de cada una de las épocas visitadas que nos reencuentra con nuestro origen como seres culturales.
Auerbach deja clara su intención: "¡Ojalá mi investigación llegue tanto a mis amigos supervivientes, como a todos aquellos lectores a quienes va dirigida, y pueda contribuir a reunir a los que han conservado límpidamente el amor hacia nuestra historia occidental!"
No es necesario estudiar Letras o ser escritor para disfrutar un libro como Mimesis. El único requisito para acercarse a él es saber que existe un grupo de personas llamados escritores que han reconfigurado en lenguaje la realidad de su tiempo para adaptarla a sus preocupaciones personales, que hay unos objetos poderosos llamados libros donde se encierran estos puntos de vista y que hay un proceso de revelación mayor que cualquier despertar químico o religioso que consiste en el desciframiento, la absorción, la convivencia con las palabras que se encuentran en los libros.