Sólo sé que le vi y tras él, unos veinte perros corriendo. Se detenía de vez en cuando a acariciarle la cabeza a alguno de aquellos ejemplares callejeros. Parecía que iba aconsejándoles estrategias, proponiéndoles formas de acercamiento y a cada tantos metros, camadas de nuevos perros se iban incorporando al grupo inicial. Yo también decidí seguirle. Corrían un poco, se detenían, de nuevo, ingresaban otros perros; aparecían caricias y palmetazos de aprobación por parte del muchacho que encabezaba el grupo y seguían corriendo. Al cabo de siete cuadras, una vorágine de lomos acompañaba por el medio de la calle, al joven de camisa marrón a cuadros, pantalones oscuros, lentes y cabellera negra.
Los espacios entre las aceras se hacían estrechos, las calles ya ni eran suficientemente anchas como para dejar pasar aquella aglomeración de hocicos, colas moviéndose entusiastas, patas aglutinadas y jadeos animales. Yo continuaba tras ellos a distancia prudencial y a cada nueva pausa, más efusión y pretextos para el palmoteo cariñoso y el intercambio corporal. La transpiración animal cubría el aire y los transeúntes se apartaban paralizados por la imagen. La turba de perros avanzaba como si tuviera un propósito fijo y definido. Por lo menos todos íbamos tras el muchacho de camisa marrón a cuadros, pantalones oscuros, lentes y cabellera negra.
Las personas empezaron a alarmarse, tal cantidad de perros no parecía natural. Los viandantes llamaron a los cuerpos de seguridad.
Llegados hasta la avenida, centenas de canes se desbordaban ladrando y jugueteando, emergiendo como una turba de la bocacalle, el espacio libre era una ampulosa y laminada porción de cielo. De pronto, todos aullaron. Una pared de azul alzaba sus extremidades amenazantes pletóricas de cristales antimotines y garrotes. Desde una extraña boca de metal, se esparcía la voz fingida de un gigante que se enseñoreaba y decía que nosotros "tendíamos a subvertir el orden público". Luego replicaba "despejen la zona", continuaba con algo terminado en "actitud anormal". Algunos perros, los de la vanguardia, empezaron a mostrar los colmillos desafiantes; otros, los de los lados comenzaban a dispersarse con el rabo entre las patas y temblando. El muchacho de camisa marrón a cuadros, pantalones oscuros, lentes y cabellera negra les pedía a sus seguidores que mantuvieran la calma, que no se disgregaran, que no hicieran la más mínima muestra de agresión.
La muralla azul se hacía cada vez más grande. Con una señal empezaron a avanzar en dirección al grupo de perros. Los animales se inquietaban. El joven de camisa marrón a cuadros, pantalones oscuros, lentes y cabellera negra les dijo a los cuadrúpedos en tono impositivo: -¡échense!, ¡Háganse los muertos!-. Pero tan atemorizados estaban ya que sólo atinaban a mirarse entre sí con desconcierto, asombro e indignación. Unos ya había emprendido la huida; otros mostraban amenazantes las fauces caninas; otros se arrellanaban contra cualquier resquicio. El muchacho de camisa marrón a cuadros, pantalones oscuros, lentes y cabellera negra gritaba: ¡no pierdan la calma, manténganse unidos! Argumentando que nada podía hacernos aquel enjambre de hombres en franca barrera, con azules miradas y aditamentos. Decía que no nos enfrentarían si no les dábamos razón para hacerlo.
Pero ya la muralla era un tanque; una legión dispuesta a disolver, desarmar y aniquilar si fuese preciso y continuaba avanzando.
La consternación no se hizo esperar cuando, sin motivo aparente, un disparo tronó con furia rasgando el cielo en sentido contrario al rayo.
Algunos perros, aquella veintena que permanecía junto al muchacho de camisa marrón a cuadros, pantalones oscuros, lentes y cabellera negra, empezaron a sentir ira, él entonces les grito que no se alteraran, pero no le escucharon y el desafiante gruñir de aquellos se activó como una bomba; los nerviosos disparos se hicieron presentes.
Tras el tiroteo, ningún miembro de la barricada azul sufrió daño, pues eran diestros con el empleo de la razón. Empezaron a buscar al causante de todo aquel estropicio. Sólo encontraron un enorme perro de pelambre negra con el hocico deshecho y miembros sangrantes enfundado en una camisa a cuadros, pantalones oscuros y en algún lugar junto a los otros perros, unos lentes.
Por eso les digo, no rían cuando vean a un perro "levantar la pata" al lado de una patrulla y hacer su "gracia" sobre un neumático, ellos tienen sus motivos.