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Aller-retour Poissy
por Daniel Pratt
RER A5, desde la Gare de Lyon a Poissy. A esa hora, los vagones iban vacíos. Las pocas personas que trabajan en París durante el verano hacía rato se habían ido en sentido contrario y no volverían sino después de algunas horas.
Cruzamos el Sena varias veces, pasamos por una fábrica de Citrôen, miles de casas y bloques idénticos, llenos de inmigrantes africanos cegados a las vías de comunicación por el mismo muro de concreto, la uniformidad del París suburbano es, además de monótona, muy deprimente. Hicimos el recorrido en silencio, mi interés por llegar a Poissy era mínimo, necesitaba más de la Gran Ciudad, pero no quería estar solo, así que cedí en este viaje con la mínima esperanza de encontrar algo de interés fuera de París.
Este pueblo al noroeste de París figura en los libros de historia por tres razones: es el lugar de nacimiento del cruzado San Luis (Luis IX), fue sede del coloquio eclesiástico de Poissy y es el lugar donde fue edificada una de las obras esenciales del modernismo arquitectónico: la Villa Savoye. Esta última razón era el motivo de nuestra visita.
La Villa Savoye está localizada en el tope de una suave colina, a un par de kilómetros de la estación de trenes. Se puede llegar a ella en taxi o, como nosotros, siguiendo las flechas que guían a los miles de arquitectos que la visitan anualmente.
Después de tocar el timbre que anunció nuestra visita, entramos a la propiedad, de unas seis hectáreas, en cuyo centro se encuentra la casa, como un monumento geométricamente puro, liso y silente al ingenio de Le Corbusier. El espacio disponible en esta propiedad de Poissy, le permitió a Le Corbusier el completo desarrollo de sus cinco puntos: la terraza en el techo, la edificación sobre pilotes, ventanales longitudinales, planta y fachada libre.
Con detalles que vuelven locos a todos los arquitectos amantes de Le Corbu, esta residencia, ordenada en 1928 y terminada en 1929, ofrece para los no iniciados una oportunidad de entender la modernidad directamente del maestro y apreciar lo que significa una casa bien pensada y ejecutada por un arquitecto. Ir con un miembro del gremio es mucho mejor, pues facilita la lectura de la casa, aunque se debe estar preparado para utilizar las sillas de cuero de Le Corbusier durante dos o tres horas mientras nuestra compañía sacia temporalmente su sed de detalles.
Terminada nuestra visita a La Villa Savoye, fuimos a conocer el resto de Poissy: una encantadora plaza central, con teatro, tiendas, cafés y un poco más al sur, la inmensa Catedral de Saint Louis. Tocada todavía por la guerra, es una de las iglesias más acogedorametne lúgubres a las que he entrado: un boquete en su costado derecho que deja entrar la luz, columnas semiderruidas, un frío que contrasta radicalmente con el verano exterior y un penetrante olor a humedad hacen que Saint Louis, a diferencia de muchas otras, preserve su carácter centenario, sobreviviente de numerosas guerras, e invite a quedarse sentado mientras señoras vestidas de negro que parecen parte de la decoración medieval, permanecen inmóviles en los asientos del frente. Afuera, en la plaza, a la estatua del santo le falta la nariz. Imaginé el instante en que una bala nazi perdida o quizás un chico bromista la semana anterior, realizaba la mutilación.
Uno de los aspectos que más me llama la atención de la provincia francesa es que hasta el pueblo más inesperado fue lugar de alguna decisiva batalla, posee alguna catedral fantástica o una obra mayor de arquitectura, caso contrario de América. Descubrir alguna de estas bondades en un pueblo y quedarse a vivir una temporada en él es un atractivo innegable para muchos viajeros.
Cinco de la tarde, hora de regresar. Tomamos el RER que asumimos correcto, rumbo a París. El vagón poco a poco fue llenándose de gente y acabamos en Cergy, al final de la línea A3. Ya que era estación terminal no nos quedaba otra opción que bajarnos y tomar un tren de regreso. No queriendo pagar por nuestro error, ejecutamos un doble salto. Abordamos el RER rumbo a París y en alguna parte del recorrido, misteriosamente comenzó a llenarse de gente de nuevo, nos vimos las caras y presintiendo que nos ocurriría lo mismo, bajamos en una estación en medio de un suburbio anónimo y abordamos un nuevo tren en sentido contrario. Cuando el tren finalmente se fue bajo tierra y llegamos a la estación de La Defense, respiramos tranquilos. La red RER desde entonces es un misterio para mí, supongo que existirán decenas de turistas que terminaron viviendo en algún pueblo en las afueras, anfitriones de alguna obra famosa de arquitectura, sin poder jamás retornar a París.
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