Por fortuna Viena era como la recordaba de hacía diez años: maravillosa. El Lebenskunst ("arte de vivir") de Viena parece mantenerse intacto con el pasar de los años. A pesar de la aceleración del mundo, esta es quizás una de las pocas capitales en las que se puede vivir al mismo paso de hace un siglo e inclusive visitar los mismos lugares que frecuentaban los vieneses de entonces.
Ella estaba más loca de lo normal por los eventos acontecidos durante el viaje que nos había llevado a la ciudad. Sus comentarios eran como para sacarme de quicio, lográndolo varias veces, pero, entendida como una prueba de resistencia, aguanté estos períodos insoportables a cambio de lo que ocurriría en una noche próxima y la posibilidad de una extensión indefinida de mi dicha. Entre juegos, risas y retoces habíamos diluido un poco el mal sabor de aquella noche en Zoobahnhof. Allí, en el Alba Palace de Margaretenstraße descubrí lo que ya intuía: aquella vez sería más importante de lo que había creído. No estaba seguro de si ella iba a ceder, suponía que no, además no quería aprovecharme de su estado de ánimo, arriesgarme a perderla. Algo me decía, sin embargo, que de Viena no iba a pasar. Yo deseaba cada uno de sus centímetros mientras ella intentaba sacarme de quicio con su comportamiento errático.
Estuvimos cinco días caminando y hablando como Ethan Hawke y Julie Delphi en "Before Sunrise", que no es una película para ser muy pensada pero es perfecta como una sencilla historia de amor entre dos personajes que se reconocen en medio de la realidad. Toda persona podría soñar con un encuentro como el que allí está planteado y pocos logramos algo similar: caminar por Viena sin destino fijo, hablando sin conflictos, sólo con la mutua aceptación de cada uno y nuestras vulnerabilidades.
Viena, más que belleza, tiene personalidad. Después de pasar nuestras tres noches asignadas en el Alba Palace, recorrimos la ciudad en busca de un sitio para dormir. Al borde de la tarde y mi paciencia, nos encontramos con el Hotel Kugel en la calle Siebenstern de Neubau (7mo. distrito). Bordeando el distrito de los museos y la calle de compras Mariahilferstraße, Neubau es un sitio excelente para quedarse, una vibrante comunidad cultural perfecta para caminar. En nuestra calle, entre otras amenidades, teníamos un abasto, una floristería, una heladería, una galería de arte y una lúgubre venta de armas blancas. El Hotel Kugel, una posada de principios del siglo XX según testificaban los artículos de periódico en la entrada, ocupaba para el momento de nuestra visita varios edificios adyacentes al original, dándole a cada grupo de habitaciones una característica peculiar. Nos fue asignada una de amplias ventanas con vista a Sibenstern, barata aunque tenía una especie de sala para recibir a las imposibles visitas y fresca a pesar de esa Viena veraniega de treinta grados centígrados. La ocupamos luego de buscar nuestro equipaje en el Alba Palace y comernos un helado enfrente. Al entrar, nos imaginé haciendo el amor frente a esos ventanales.
Algo en esa habitación me dijo que esa era la noche, así que tan pronto nos besamos, comenzó mi búsqueda frenética por un condón dentro del morral, estaban en lo más profundo por falta de uso y después de más o menos cuatro horas los conseguí. La espera no apaciguó las ganas, comenzamos a dar vueltas entre las sábanas de esa amplia cama blanca. Besé su cuello, sus senos y me detuve un rato en su sexo, comencé a oír el viento batiendo las ventanas y en la confusión de gemidos, piel, sábanas y almohadas, creí que los truenos eran imaginación mía o parte de una banda sonora que yo inconscientemente convencido pensé que acompañaba al acto de amor con ella. Comenzaron a volar las cortinas y en medio de un frío sin precedentes en esos últimos días, hicimos el amor dos veces. En la duermevela, los truenos y la ventolera me hicieron pensar que el mundo afuera, como lo había conocido, estaba a punto de acabarse.
Desayunamos en silencio, sonriéndonos con picardía, yo repitiendo en mi mente un poema de Víctor Valera Mora y ella devorando una porción de nutella con lascivia. Salimos a la calle para ser recibidos por Viena en otoño ¡Habíamos experimentado un cambio de estación haciendo el amor! Su carácter se puso más variable que nunca, no sentía frío a pesar de llevar shorts y escote, otra porción de nutella la mantuvo caliente durante el resto del día mientras yo, con pantalones y camisa, lo pasé entumecido. El Lüfterl, esa brisa suave que sopla desde el oeste en Viena, se había convertido en un ventarrón que volaba los abrigos de los locales, únicos vestidos acorde al clima.
A pesar del frío, caminamos más que ningún otro día. En medio del viento y una lluvia helada fuimos a Hundertwasser Haus y a UNO City, para completar los contrastes.
Por una combinación de ciertas decisiones que tomamos en este y otros viajes, retorné a Viena tres veces más, en ninguna otra de las oportunidades sentí el mismo deseo en el aire. La percepción de una ciudad es una función del estado de las cosas y la compañía que llevamos, por lo que rara vez hacemos la misma visita dos veces. No creo que Viena pueda ser considerada como una ciudad que despierte ideas eróticas, es probable que todo esté en mi mente, ya que no puedo dejar de pensar que al menos la mitad de las ciudades que he visitado poseen alguna característica que puede ser considerada erótica. Quizás sea porque el sexo es una necesidad humana que todas las ciudades deben satisfacer de alguna manera. Solo estoy seguro que, mientras el verano se autodestruyó afuera, nosotros volamos entre las sábanas una noche de comienzos de septiembre en la capital de Austria.