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Matrix Recargado
Dir.: Wachowski Bros. 2003. |
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Irreversible
Dir.: Gaspar Noe. 2002.
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Mentiras que estafanNo podía faltar en este país de empresarios corruptos, tecnócratas especuladores,terroristas financieros, aspirantes al trono de Ramiro Helmeyer, burócratas robolucionarios, ejecutivos estafadores y maulas de cuello blanco, la desgraciada figura del cineasta embaucador, charlatán y farsante como el Espartaco Santoni de los fraudes medulares de nuestra industria del entretenimiento. Los ejemplos sobran y bastan para rellenar no sólo numerosos expedientes, sino para abarrotar de directores piratas a las colonias móviles de El Dorado. Con gusto y verdadero placer, más de un pobre inversionista engañado firmaría el auto de detención de los pillos de siete muelas de Bolivar The Liberator, aquella superproducción promocionada con bombos y platillos por Gilberto Correa en el programa Flash, o Flas como a él le gustaba llamarlo. También, con fruición y alevosía, más de un luminito traicionado, más de un cargacables engañado, más de un asistonto de producción, testimoniaría en contra del clásico director mala paga, que roba, huye y escapa con el presupuesto de la película, antes de concluir el rodaje, al mejor estilo de nuestros banqueros prófugos. A Espartaco, a los pillos del plan Bolívar The Liberator y a los autores intelectuales del típico gran escape, ahora se les une una nueva clase de bandido largometrado, un nuevo arquetipo de nuestro inconsciente corporativo, otro ilustre americano: Alvaro Planchart, el primer Venezolano en ostentar un Oscar virtual, uno de juguete, y recibir a cambio el tratamiento mediático de un ganador real, de un Tom Hanks con doblete. ¿No lo creen? Vean la siguiente foto, y después lean la reseña de El Universal.
Alvaro no sólo desfiló por la redacción de los periódicos con un Oscar de esos que rematan en Disney a treinta dólares la unidad. También apareció con una de esas fotos trucadas que hacen en Universal Studios, en cualquier parque temático, o hasta en un centro comercial como El Sambil, donde por cierto hay un centro especializado en este tipo de montajes digitales. Por apenas diez o doce dólares, usted puede figurar al lado de Bill Gates en la portada de Fortune, dedicada a los dos hombre más ricos del mundo. Por menos, Alvaro compuso el momento kodak de la infamia, un plano de conjunto donde exhibe el premio de la Academia en compañía del mismísimo Tom Hanks y de la frente brillante, Ron Howard. Apartando el hecho de que Ron y Tom jamás asistieron al evento, la imagen es tan verosímil como un collage de la revista MAD, pero sin su sentido del humor. Del lado izquierdo de la foto, destaca el plano medio de un Tom Hanks muerto de la risa. En el mero centro de la estampa, codo a codo con Forrest Gump, descuella nuestro amigo Alvaro con una mueca de satisfacción, muy similar a la de Bubba. Más a la derecha, medio agazapado, no descubrimos al Teniente Dan, sino al subalterno de Zemeckis y Spielberg: Ron Howard. De telón de fondo sobresale no la deslucida cortinita de los foto estudios, con la cual nos arropamos para las tristes instantáneas de carnet, sino el velo de la ABC, dispuesto para la ocasión de los Oscar. Pues bien, vista así, la foto es un total disparate que no soporta una evaluación seria. Las miradas no concuerdan, las figuras se intercalan a la fuerza, todos están juntos y revueltos como en un pequeño trencito de la emoción, hay demasiada confianza para el poco tiempo en que se conocieron, y la mano que sostiene el Oscar es más grande que la cabeza de Alvaro. Muy a pesar de sus palpables defectos, la imagen convenció al competente tribunal de la imparcialidad nacional. Probablemente se dejó persuadir no tanto por la imagen como por el verbo del acusado. Así las cosas, armado con el soldadito de plomo y la instantánea intervenida en Photoshop, Alvaro defendió y declaró su versión de los hechos ante la plana mayor de la inquisición mediática. De cajón, el comité de censura, dispuesto a silenciar verdades del tamaño de una avenida, decretó informar la mentira, como si fuese un 28 de diciembre. Naturalmente, todos caímos por inocentes. El mensaje era una buena nueva en el medio de las malas noticias, el testimonio incuestionable de la iniciativa individual, la evidencia del mito del self made man. Su intención comunicativa era bastante clara: contrastar con el resto de las miserias informativas, legitimar un rostro del éxito,consolidar la imagen de cierto liderazgo mesiánico, comparar el éxito extranjero del ingenio particular con el fracaso local de la gestión colectiva. De esta manera, lo público y lo privado chocaban de frente en otra manifestación velada de nuestro sempiterno conflicto de intereses. Defensor absoluto de la ideología dominante, el cuarto poder destina sus páginas a la representación mitológica de la realidad social, resaltando los triunfos de la clases altas en la mayoría de los cuerpos, y destacando la pobreza, la desdicha ,la necesidad y la criminalidad de los pobres en las crónica rojas. Este discurso racista impide reconocer el talento de la cultura popular, pero a la vez, permite descubrir las victorias y conquistas de la inteligencia divina, sean reales o virtuales. Gracias a una superestructura tan condescendiente para con los miembros de su gremio, Alvaro fue un tubazo y un gran negocio. En efecto, bajo la legitimidad de la noticia, el ganador del Oscar al mérito técnico organizó un taller millonario para desarrollar una miniserie de animación con el software Maya. El cómic digital, supuestamente, estaba vendido a 132 países y sería traducido a 32 idiomas .El monto de la inscripción ascendió a una cifra inverosímil.De buena fe, jóvenes y adultos pagaron el sacrificio. Era su puerta de entrada a Hollywood, al Oscar, a la fama. Hoy, tras la abrupta suspensión del curso por razones de fuerza mayor, ya no sueñan con posar al lado de Tom, sino con borrar de su memoria al hombre que los engañó. -Sergio Monsalve |
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Maid In ManhattanDir.: Wayne Wang. 2002.Jeniffer Lopez perdió el sentido de la orientación a partir de Enough. Desde entonces, deambula sin rumbo y dirección por los meandros largometrados del folletín, merodeándole a Salma Hayek en la cueva del soap opera. De tumbo en tumbo, del timbo al tambo, la mulata de fuego reconquista para Hollywood el mercado vital del melodrama latino, ofreciendo su imagen al servicio de la recesión económica. El negocio redondo garantiza taquilla por un lado, y balances estéticos en rojo, por el otro. Del divorcio del efectivo con la calidad, del comercio con el arte, del cash con el brain, queda un hijo bastardo a la deriva: Maid In Manhattan, película a mitad de todo y a final de nada. Quiere ser comedia, pero sus chistes son una tragedia. Le jura fidelidad al romance musical, pero le coquetea al juego de lagrimas. Intenta plagiar a Mujer Bonita, pero sin asumir el riesgo de transfigurar el cuento de la Cenicienta. Inversamente proporcional a cualquier atisbo de imaginación, la adaptación de la fábula resulta tan literal como la de Disney. A fairy tale is death. En vez de marcar la diferencia, los pequeños cambios perjudican al guión. El arquetipo del príncipe azul recae sobre la conservadora figura de un odioso Senador Republicano. J Lo rinde tributo al estereotipo, entregando cuerpo y alma a la interpretación de la muchacha de servicio en cuarto de hotel. Obviando el antipático trabajo de reconstruir el amor a primera vista o de describir el vestido de la novia a lo Roland Carreño, la nobleza del oficio obliga a explorar el subtexto, el trasfondo y el anverso del discurso oficial. Como muchas de películas del presente, Maid in Manhattan se propone reivindicar al personaje latino, redimiéndolo de su pasado de trata de blancas, lavado de dinero, cuchillos filosos y armas de alto calibre. Ya no se trata de rebajarlo al nivel de caracortada, sino de encumbrarlo a las alturas de las nuevas coyunturas geopolíticas. ¿De qué forma? Por un lado, remodelando su proporción estética, y por el otro, regenerando su configuración ética, en un drástico cambio de look y mood, personificado por las estrellas iberoamericanas del momento: Antonio Bardem, Antonio Banderas, Penelope Cruz, Jeniffer Lopez, Salma Hayek, Alfred Molina, Gael García Bernal y Benecio del Toro; los nuevos midas del mercado hispano. Son seres intercambiables, fichas mutantes del monopolio eurocéntrico de la representación cinematográfica, logos de una factoría cultural. Incorporan toros sentados con peluca, absurdos muralistas chicanos con pinta de pedro picapiedra, símbolos sexuales y valetinos de nueva estirpe. Todos hablan el inglés de Ricky Martin y Gloria Estefán, del Gordo y La Flaca. Imitan el estilo de vida autorizado, repiten como loros el vocabulario permitido, contraen el perfil sugerido. Son reflejos serviles del emperador amarillo en el país de los espejos. Encarnan la concepción neocolonial del mestizaje global. Cabalgan el caballo de Troya del ALCA. Si todo lo que tocaran no se convirtiera en oro, probablemente no existirían, o al menos no sobrevivirían en la meca del cine. Por fortuna para ellos, y por desgracia para el séptimo arte, su presencia ocupa las fronteras subjetivas del patio trasero, sembrándolo de mitos y supersticiones, de quimeras y falsas esperanzas, de anhelos de integración y desarrollismo. Siempre optimistas y resueltos, estos estandartes del boom latino llegan eventualmente a nosotros como una comunidad de misioneros con un baúl lleno de recuerdos, importados del extranjero. El último desembarco de la temporada contiene una reliquia, Maid Manhattan, cuyo brillo deslumbra pero no opaca la triste realidad de la minoría social. En compensación a tanta disimulo, esperemos que algún día nos regalen una verdad, aunque mal pague en taquilla. -Sergio Monsalve |
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El NúcleoDir.: Jon Amiel. 2003.
Para los que andaban buscando una metáfora del nuevo orden mundial, aquí está El Núcleo para complacerlos con una versión contrapuesta de Teléfono Rojo, donde los postulados de Kubrick se invierten por completo, para enseñarnos a querer y amar la Bomba, sin complejos de culpa,sin ningún atisbo de ironía y sarcasmo. Desde luego, el humor involuntario es el gran agasajado de la función; pero nada más serio que El Núcleo y su filosofía de hormiga atómica. Más cercano al Día de la Independencia que a Mars Attack, este largometraje de Jon Amiel guarda sospechosos parentescos con la estética belicista de C.N.N, al difundir imágenes de alto impacto, al transmitir paralelamente diversas catástrofes globales, y al exhibir como símbolos del orden mundial, como únicos conjuradores del caos universal, a los voceros y estandartes de las grandes potencias. Al tiempo que el tercer mundo no figura en el casting, los protagonistas de la trama son esperanzas blancas de la ciencia y la armada norteamericana, con licencia para disparar ojivas radioactivas contra la fuerza misteriosa que desestabiliza a la tierra, y que se esconde en lo más profundo del subsuelo, como cierto conejo de la suerte que responde al nombre de Osama Bin Laden. Símil o realidad, espejismo o certidumbre, y fuera de cualquier broma, la moraleja de El Núcleo es tan diáfana como la política unilateral de Bush: para acabar con la transpolítica del mal, representada en el orbe por destrucciones inexplicables, la transparencia del bien debe destruir el corazón del desequilibrio universal o el centro del lado oscuro de la fuerza, como en la guerra de las galaxias. Sucede en las películas, sucede en la realidad. -Sergio Monsalve |
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