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Mi amor tiene forma cuadrada


Hoy pasaré la mañana con mi cibernovio. No se trata de encuartarse o de pegarse a icquear, sino de encontrarnos a ratos entre una cosa y otra. Es una sensación única saber que del otro lado alguien está pendiente de ti por tantas horas. Y estar pendiente de alguien, más fantástico todavía.

Querer compartir una mañana así es algo que no me sucede muy a menudo. Sé que esta vez es realmente especial: alguien con quien me entiendo la mayor parte de los mensajes –me hace reír (por eso mis amigos me llaman Jessica Rabbit, porque sólo me enamoro de Rogers), y además nos une algo en extinción estos últimos tiempos: el gusto por el mail, por la belleza de la epístola. Un poco nostálgicos, casi los últimos románticos de la net.

Hace ya tiempo que no voy a discos, fiestas o afines. ¿Qué tipo de gente aspira uno a encontrar ahí? ¿Mr Goodbar? En cambio en la red uno casi siempre encuentra lo que anda buscando. O mejor aún, lo encuentran a uno.

Yo la verdad no soy muy dada a los amores, así que citas en la red no es una de mis diversiones. Tengo que confesar, sin embargo, que esta vez estoy amarrada a la pantalla sin salvación. Su forma de decir las cosas, sus bromas, hasta sus horas de escribir son perfectas. Ya de la red sólo me interesan los mails de mi novio. Sus poemas. Sus citas de poetas y filósofos. Sus cuentos insólitos. Sus chistes. En fin...

Los amores en la red pueden llegar a ser muy obsesivos. Como la realidad no te pone frenos, puedes dar rienda suelta a los siempre reprimidos impulsos de penetrar en el otro hasta donde sea posible. Algo así como que la pantalla te protege de algo que de otro modo sería llamado simplemente intrusión. Digamos que por lo pronto este amor tiene lo mejor del romance sin sus complicaciones cotidianas. La prolongación perfecta del cortejo, virtualmente imposible para los amores cara a cara (el deseo es deseo por lo que no se tiene, dice Sócrates). Es posible que ahora sí haya encontrado mi objeto del deseo para el resto de mi vida. Siempre y cuando, claro está, no aparezca un deseo más fuerte: tener al otro. ¿Qué puede ser mejor que encontrarte a cualquier hora con la persona con la que quieres estar, contarle todo lo que no puede ver de ti, no tener que estarse cuidando de los límites o de su falta? Un solo peligro: idealizar demasiado al otro; o más peligroso todavía, ser idealizado. Y luego estar perdido en un mundo de seres llanamente reales.

Aun así, no negaré que es maravilloso abrir los ojos por la mañana y encontrarse con una persona de “carne y hueso” a tu lado. Mientras tanto, juro que si me llegan mails todos los días, no me interesa el rollo de tener que estar lidiando con esas pequeñeces cotidianas que terminan por matar cualquier amor.


 

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