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Teclas en la piel
El insomnio sugiere sórdidos caminos al pulsar el botón de encendido. Umbrales sonrientes cuya invitación acepto para descubrir que mi instinto ha llegado antes que yo. Nombres que revelan ansias conocidas. Al otro lado de la pantalla una desconocida responde a mi deseo de entrar por unos ojos sin ser visto, y hurgar por una mente transigente. Cambio de alma y soy la posibilidad que en el día no me atrevo a conocer. Dedos que se esparcen sobre las teclas y se vuelven palabras. En su destino volverán a ser dedos sobre un cuerpo extraño, engañoso, pero tan perfecto como lo imaginé. Caricias que se hacen tangibles mientras alguien me lee. Por horas permanezco besándola sin conocer sus labios. Cubierto por abrazos que no abrigan. Acompañado por palabras que no puedo escuchar.
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Idealizar a alguien es sumamente peligroso, la realidad tiene su propia lógica. Ser idealizado es aún más peligroso; puedes terminar traicionándote a ti mismo y al otro. Sé que estoy más cerca de ser una rana que una princesa: no tengo una linda sonrisa, casi nunca digo cosas atinadas, me duermo en las conversaciones largas y prefiero mirar a ser mirada. Soy terriblemente tímida y a ratos torpe. Desde hace mucho tiempo uso uñas azulverdedoradolila, no por llamar la atención sino, qué barbaridad, porque me gustan. Visto de negro con frecuencia por la misma razón. Soy tan pequeña que los niños me confunden con uno de ellos. Tengo súbitos ataques de ternura y suelo pasar horas sin decir palabra. De quien quiera estar cerca sólo pido que soporte con estoicismo esos ataques, que comprenda mis largos silencios y que me haga reír. Entonces sabré que he encontrado mi príncipe (o que él me ha encontrado a mí).
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