También como en la vida, la mirada actual del arte sobre el siglo XX es una visión cansada; en los últimos doscientos años las corrientes expresivas han estéticamente eclosionado tanto material ideológico como estético que el balance general suele acoger el consenso de la indigestión cultural que vivimos. La pluralidad y la urgencia de librarnos de los yugos del mundo racional ha generado una evidente repulsión fascinante y/o fascinadora hasta llegar a convertirla en algunos casos en un modo de existencia. Para muchos artistas la fusión de elementos disonantes demuestra un interés por la belleza aún en lo monstruoso, la alegría de la posesión vale "la pena".
Franklin Fernández (Caracas, 1973) es uno de los artistas novísimos más comprometidos con la palabra y la imagen pictórica. Inevitablemente como otros creadores ha caído en la oximorónica tela de araña de su ser pensador que habita en lo visual. Como buen patafísico su ilusión, o más bien su necesidad, consiste en imaginar soluciones que simbólicamente atribuyen las propiedades de los objetos, descritos por su virtualidad, a sus lineamientos. En 1998, Fernández decide realizar un homenaje personal al fallecido Joan Brossa y al movimiento literario y artístico catalán DAU AL SET. Estos objetos constituyen el punto de fuga de constantes meditaciones-revelaciones sobre los seres y las cosas.
Teniendo en cuenta la substanciación de los objetos el artista experimenta maneras de superar el espacio de incomunicación que caracteriza a la modernidad, la insatisfacción por contenidos imagéticos desgastados o tergiversados; recrea el orden simbólico de los elementos y recurre (a través de una consciencia de la sensación) a un lenguaje paradojal y catafórico, metafóricamente consustancial. El humor palpita sugerentemente en algunos de estos objetos-poéticos, tal es el caso de "Chupón" (1998) y "Carta de Amor" (1998), develando ya nuestras idealizaciones, ya nuestras perversiones más ocultas, haciendo una apuesta por la consciencia terrible que alimenta el lado luminoso de lo pasivo y lo femenino. Fernández no hace más que reeducarnos la mirada hacia lo "natural" de cada imagen, nos recuerda como el poeta andaluz "El ojo que ves no es el ojo por el que tú lo veas; es ojo porque te ve"*. Toca al espectador desconstruír lo que ve para arcádicamente aceptar la visión de lo que es. Lo hallado goza de una reverberación que trasciende lo epifánico y se hace correspondencia oracular de nosotros mismos, en este sentido los objetos patafísicos del artista como "Mensaje" (1998) y "Tijera con círculo" (1999) son explícitas en el hermetismo y densidad de un discurso que es reflejo de nuestras propias limitaciones a la hora de tejer y destejer nuestro propio imaginario, en ellos no hay razones ocultas, ni cultas, en todo caso constituyen un termómetro de nuestras capacidades de sentir y confrontar lo absoluto