Hay quien dice que la amistad entre hombres y mujeres no es más que otro viejo cuento venido a mito en el cielo contemporáneo. Otros, más distendidos, se preguntan inocentemente si es posible ignorar esa voz que se despierta cada vez que alguien peligrosamente similar se acerca demasiado; si el andrógino original puede mantenerse en calma ante el llamado de algo que pueda asemejarse a aquella mitad de la que fue separada en el principio de los tiempos. Porque en las amistades "intersexuales" suele ocurrir algo muy peculiar: mientras que en general las amistades de un mismo sexo se traban con personas distintas compensatorias, como diría alguien profundo, tendemos a sentirnos atraídos por interamigos muy parecidos. Y tanta similitud algunas veces termina en esa tierra de nadie que empates, novios, esposos y afines tanto temen y con no poca frecuencia sabotean.
Mi abuela solía decir que la amistad entre "varones y hembras" era una de las cosas más difíciles y, por eso mismo, más preciadas en esta vida. Que si había que cuidar la amistad, entonces la interamistad había que cuidarla doblemente, por amistad y por exótica.
Esa extraña complicidad entre los amigos es aún más profunda entre interamigos. A la belleza de la amistad pareciera sumarse el sentido de pertenecer a mitades distintas, que saben conservar su terreno y a la vez entregarse sin tantas reservas: el juego de ceder y retroceder de cualquier relación humana, sin las desleales pasiones del "amor carnal". Y sucede también algo que frecuentemente hace la amistad más meritoria que el amor: no se supone que exista en ella la diferencia entre amado y amante que remarcara Sócrates en El Banquete.
Como mi abuela, amo la amistad entre "varones y hembras". Pero creo que una parte del andrógino se mantiene en vela siempre. Una tensión, no necesariamente sexual pero sí de piel, de sentidos, "está ahí". Una fuerza misteriosa tejida por la diferencia-similitud, más allá de nosotros mismos, que envuelve en una cierta atmósfera de trasgresión estas amistades. Quizás sea eso precisamente su mayor atractivo, porque esa misma tensión hace que la comunicación se revista de un respeto que no tienen las otras amistades, cuyos límites muchas veces desaparecen en los terrenos comunes que comparten las personas de un mismo sexo.
La última vez que vi a alguien corriendo detrás de un "mejor amigo" fue a la Roberts. No entendió la voz de su propio andrógino. Se equivocó de apuesta y perdió.
No voy a acostarme con mi mejor amigo. Ni en mis más estúpidas fantasías aparece la posibilidad de transgredir este acuerdo tácito de paz que firmamos el día en que nos reconocimos como andróginos originales, tanto, que tuvimos miedo de echarlo todo a perder. Pero debo confesarlo: hasta ahora no he visto a nadie que luzca tan bien como él en un bóxer (regalado, de paso, por su mejor amiga).