¿La última pesadilla de Kafka?
Aunque posiblemente desmesurada, esa respuesta delata una concepción (influenciada quizás por el arte japonés, una de sus notorias escuelas) romántica, mística, casi religiosa, de la creación artística, esa que supone que cada trazo, cada frase, es una comprimidísima síntesis de reflexiones vitales y vivenciales. Con el mismo sentido de perpetuidad, de totalidad, de reverencia ante ese misterio, el poeta simbolista francés Stephan Mallarmé, afirmó en una ocasión algo así como: el mundo existe para llegar a un libro. Tal declaración, también grandilocuente, no oculta un intento de manifestar una de las razones por las que el hombre insiste en crear, de una forma casi supersticiosa, objetos para el consumo del espíritu, a pesar de los tantos y tantos artificios que su ingenio ha podido engendrar.
Palabra más, palabra menos, la onírica fábrica de producción literaria con la que tropecé, garantizaba a lectores y autores una permanente publicación nueva antes del tiempo que empleaban en leer la anterior novedad, contrastando absolutamente con aquella laboriosa industria que convierte el más grosero trozo de madera en un elaborado testimonio de la civilización; eso por lo que velaban los viejos editores (esa odiada raza). Verdadero prodigio de tecnología, oprobio del oficio de editor, luego me enteraría de que ese sitio era el territorio de los buscadores de novedades literarias en la red, los cuales, jóvenes en su mayoría, no tenían la paciencia de esperar para que sus obras estuviesen aptas para nacer. Sitio fast food, sitio MTV, sitio zapping, sitio as seen on TV, sitio envase no retornable, modestísimos quince minutos de fama, colosal homenaje a la futilidad; decir que es reflejo de los tiempos no es suficiente argumento, no es suficiente justificación.
Pienso en aquel pintor norteamericano y pienso en esa modalidad contemporánea de ¿reflexión?, ¿expresión?, en la que se instituyen gigantescos basureros automáticos, virtuales gavetas infinitas, íntimas y públicas a una vez, en las que el colectivo arroja sin pudor ni astucia alguna sus ideas más elementales, más urgentes, sin necesidad de dejarlas reposar, sin necesidad de aplicarles artesanía del pensamiento, ya que en 18 segundos deberá darle paso a otra novedad editorial. Pienso en todo esto, y no dejo de sentir aunque tenga que admitirme reaccionario una precisa forma de nostalgia. ¿Una infinita línea de producción masiva? ¿Una metáfora del olvido? ¿Un proyecto tan pasajero como sus novedades?
Escribí estas líneas teniendo que renunciar a hallar una conclusión. No pude dejar de notar, en cambio, una vez apagado el monitor, cómo un rostro me observaba en silencio sin ocultar una sonrisa irónica, un brillo de triunfo. -Héctor Torres La mejor prueba de que Héctor tiene razón: haga click aquí |
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