Tin the mud arts & music festival
por O.
El eurostar era lo que llegaba más temprano a Londres. Pensé que valía la pena el costo y recordaba momentos del viaje para mantenerme despierto y ver el paso por el túnel. Despertaba y era la luna sobre las nubes. Despertaba y era el amanecer sobre algún lugar de Portugal. Despertaba y era la conversación con césar, chía y posto y cómo convencerlos de que me voy a Escocia, vean uds. la final aquí, yo me voy solo a mi concierto. La utopía de que nos vemos el lunes a las 4 frente a Notre Dame, como si se tratara del McDonald´s de El Rosal.
Londres fue hostil. Desperté en Waterloo, sin haber visto el túnel, y en la aduana una policía me obligó a deshacer totalmente mi morral (tuve que desenrollar el sleeping bag) y me dejó solo al no haber tenido éxito en su cacería. Comencé a preguntar mientras se hacía de noche: ¿cómo llego a Edimburgo? y nadie parecía saber. Tras dar tumbos por el metro de estación en estación (pues para algunos el sleeper for Ediboroughr sale de Euston, para otros sale de Kings Cross, pero la verdad es que no sale de ningún lado los sábados de quincena o algún venezolanismo parecido), tomé el autobús en Victoria coach station hasta Glasgow pues Edimburgo estaba vendido. A la mañana siguiente, Glasgow. El scottish es rudo, solo le entiendo a Karine y a Nicholas porque son canadienses. También iban al festival en un transporte proporcionado por los organizadores. Un autobús cubría la lluviosa ruta entre el terminal y el aeropuerto abandonado de Balado. No dejaría de llover en el resto del día. Había muchos chances para murphy, yo no tenía ticket y estab todo vendido, pero estaba frente a la puerta del concierto cuando llegó un gordito: ya gat tkt fodda T in tha pak?. No, How much?. Thore. Thirty?, ok! Ese era el precio regular de la entrada. Había tenido mucha suerte.
Entré directo a tomar un chocolate caliente, en la tiendita de Sue & Nathan, que me trataron como a un hijo que regresa por un rato y se va en la noche. Me cuidaron, aconsejaron, me dieron comida caliente. No soy el único para quien Escocia representa un lote de buenos desconocidos. Empezó entonces el show: el aeropuerto estaba poblado por un parque de atracciones mecánicas, tiendas de tatuajes, franelas y discos, y casi una decena de tiendas azules de lona, algunas como pequeñas churuatas, otras, como grandes circos.
En la primera, la de nuevos talentos, Genic, un britpop bien hecho, pero algo ruidoso, como toda banda que comienza; iluminación pobre y gente inexpresiva terminaron por sacarme a conocer el resto del sitio. En la segunda, la carpa de música tradicional, me di cuenta de cuán orgulloso está el escocés de su gentilicio. Había al menos unos cien jóvenes en ponchos llamativos bailando al violín en un performance envidiado por Hollywood. Al salir, vi una pantalla gigante, más grande que el jumbovision de Plaza Venezuela, aunque no me detuve a ver qué había en él.
La tercera tienda, que me pareció la más popular, era un inmenso rave. Al llegar, según mi cronograma plastificado colgante, tocaban los Invisible Armies. Buena música, pero me empezaba a preguntar si alguien se movería. Bajaron al poco rato los cinco jóvenes con muchos aparatos y subió Jon Carter, un chamo bajito con una caja de acetatos. Intenté preguntar quién era y me di cuenta que a mi alrededor, casi todos estaban aprovechando el intermedio para intercambiar drogas. Se inyectaban y fumaban más que todo (Luego me explicaría Grigor, a quién conocería milagrosamente al bajar del autobús en cuestión de horas, que Edimburgo es una de las ciudades con más serios problemas de drogas con su frase Trainspotting´s no fairy tale). Alguien pudo responderme que quién finalmente los ponía a todos a brincar era el DJ de un grupo llamado Monkey Mafia. Una cámara lo enfocaba desde arriba y nos dejaba ver que, de verdad, el tipo era ágil.
Al ir a The Enemy tent, patrocinada por la revista inglesa NME, por primara vez sentí que ir de una tienda a otra era un sacrificio, tanto por el esfuerzo de sacar los pies del barro como por el frío que parece quebrar los huesos. Al entrar, Asian Dub Foundation. Dub, raggamuffin, drum n´ bass y guitarras. Rage Against the Machine meets El General. Al terminar venía Natalie Imbruglia asi que me fui a la tarima principal, haciendo paradas en algunas tiendas para recuperar calor y descansar.
En el inmenso cráter donde estaba la tarima principal había unas 20.000 personas al menos. Tocaba Finley Quaye, asi que, craso error, me senté a descansar. Me quedé dormido y me despertó una tipa de seguridad al borde de la hipotermia, lo cual solucioné con elevadas dosis de chocolate caliente y un flamante (pero usado), grueso, calentito, poncho militar. La lengua ardida, sintió ausencia de sabor por casi una semana.
El toque se animó al subir Garbage, cuya vocalista es escocesa. Push it, I think I´m Paranoid, Stupid Girl y más de una hora de música que cerró con I´m only happy when it rains, coreada por todos los fans empapados. Me monté en las sillas de los discapacitados a tomar fotos de ellos y de los Beastie Boys, vestidos de obreros. Abrieron su set con Intergalactic, Three MC´s and one DJ, Root Down, Sure Shot y las piezas hip hop de su repertorio, mezcladas por Mix Master Mike, para luego colocarse los instrumentos y tocar las más pesadas, como Heart Attack Man y Sabotage.
Inicié mi peregrinación de vuelta al NME. El Dj Andy Smith mezclaba para preparar el ambiente para el cierre de tienda: Portishead. Los demás cierres eran gente como Fat Boy Slim en el rave y Pulp en el mainstage. La imagen de Beth Gibbons, vocalista de Portishead, con una gran copa en una mano y un cigarro en la otra, era muy parecida a la de Jim Morrison o Janis Joplin, pero más calmada. Su voz causaba una crispación lenta pero efectiva. Tocaron muchos temas de Portishead y los clásicos de Dummy. Cerraron con una versión pesadísima de Sour Times en un encore brutal.
Era casi media noche, Sue y Nathan fueron de nuevo mis padres de hot chocolate & beans. Con mis cosas al hombro, camino a la salida, me detuve frente a la pantalla gigante. Zidane abrazaba al portero francés y recibía la ovación del público. Algunos escoceses aún celebraban el 3 0 contra el equipo que los había eliminado. Pensé por primera vez en el día en los muchachos. Me los imaginé antes del juego, con sus franelas de Ronaldo, sudados de tanta samba en alguna plaza, quizá habrían aparecido en la televisión caraqueña. Me los imaginé después del juego, un sweater cubriendo el amarillo, celebrando con los franceses en Champs Elysees y sonreí. Tomé finalmente el autobús a Edimburgo. Dormí todo el camino. Al despertar, le pregunté al chofer por la estación de trenes y Grigor salió de la nada y me respondió que me llevaba, que quedaba en su camino. Por supuesto, estaba cerrada. Le pregunté a Grigor por un hotel barato y me ofreció un cuarto libre en su casa. En el camino, la extraña sensación, bajo un arco de piedra, de que ya había estado allí. A las 4 a.m. por fin dormí, en la casa de un desconocido en el Royal Mile de Edimburgo.