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Bruselas con B de Bizness

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Fotos: Rik Van Bruggen, Roland Devereaux

Uno de los líderes del departamento llegó a mi puesto ese día a preguntarme si me gustaba el fútbol. Ante la respuesta procedió a explicarme que un proveedor estaba muy interesado en vender un producto e invitaba a tres personas del grupo de trabajo a conversar un rato sobre el mismo y ver luego el partido inaugural de la temporada, Anderlecht vs. Antwerp F.C.

Pensé entonces en hacer por vez primera en mi vida una crónica deportiva y al darme cuenta de que Delio Amado León, Daniel Chapela, Turi Agüero, Dámaso Blanco, Vicente D´Alessandro, Alí Khan, Max Leffeld y todas los demás legendarios comentaristas deportivos realmente llevaban en la sangre el deporte y se sabían la vida de Iván Olivares, que el padrino de Jhonny Ceccotto le regaló un triciclo cuando cumplió tres años y ahí empezó todo, el equipo para el que jugaba Aruna en el África meridional, nombre del director técnico incluido, el número de jonrones que metió Galarraga durante su estadía en los Criollitos de Venezuela y demás detalles que parecen tontos, pero que como los de una novela, ayudan a entender la situación, los personajes y la circunstancia, terminé haciendo una crónica de viaje con tintes deportivos.

A Bruxelles-Midi llegué a mediodía. Sin idea de a dónde había llegado decidí caminar a la derecha a tropezarme con algo antes de ir a la Gran Plaza y al Atomium, los objetivos del día. Dos calles más allá estaba la catedral de San Miguel y Santa Gudula, perfecta para una foto-postal porque a diferencia de la mayoría de los monumentos Belgas esta edificación posee un espacio propio y no es parte de un conjunto que, al final del día, hace ver las cosas como... como... como amontonadas. Adentro, el ambiente ligeramente musical por encima del silencio regalaba una paz poco frecuente entre los que tienen que conocer una ciudad en un día. Compro un mapa, el DJ da la iglesia monta Bach, Aria de la Suite Nro. 3, y yo me siento a escribir al ver que las arañas doradas que iluminan una capilla reflejan en su abdomen, que cuelga a veinte metros del techo, tantas sillas, velas, estatuas y vitrales que me siento aún más pequeño. Abandoné el sitio casi con nostalgia.

La Place de l´Agora estaba convertida en mercado y el gentío me decía que me acercaba a la Gran Plaza, encuentro que decidí postergar tomando un poco de aire en las Galerías Reales Saint-Hubert, como las de "El otro cielo" de Cortázar, salvo porque éstas son anteriores a las galerías parisinas. Luego, tras unas vueltas para esquivar las terrazas de cafés y restaurantes, llegué a la gran plaza: la Casa del Rey estaba cerrada al público y había demasiada cola para el ayuntamiento, así que sólo me senté a observar cómo se puede rodear de edificios una plaza hasta hacerla parecer un cuarto muy grande con un techo altísimo. Seguí caminando con la firme idea de no saber a dónde iba y la intención de detenerme justo donde y cuando me diera la gana hasta que me ganó el hambre y me acerqué a una estación de metro, para después del almuerzo tomar la ruta inmediata a Heysel.

Heysel, la explanada del ocio Belga, alberga el parque de exposiciones, edificios comerciales, un parque de toboganes y juegos acuáticos, mini Europa y el Atomium. De lejos, el Atomium se erige impresionante y, como una señora muy bien conservada, hace increíble la idea de que tiene casi 50 años de edad. Es, después de PostdammerPlatz, lo más futurista que se me ha parado en frente. Fué construído para la exposición universal del ´58, inevitables comparaciones las comparaciones con Eiffel, diseñado en base a la estructura de los cristales de hierro. El elevador sube 92 metros en cosa de diez segundos y el vértigo se maximiza cuando apagan las luces y se deja ver el ascenso por el túnel iluminado. Desde arriba, Bruselas es un conjunto en el fondo del paisaje. Mini Europa no podía estar mejor ubicado: parece un gran ciudad vista desde muy alto y hace más real la sensación de recorrer una estación espacial. Adentro, hay varias esferas que pueden ser visitadas: la superior es un mirador y restaurante, la inferior es un museo de comics dedicados al edificio mismo, y en las esferas restantes hay desde reseñas históricas de la construcción hasta salas de reuniones.

Ya abajo, aproveché que estaba cerca del punto de encuentro para dar una vuelta por mini Europa, un sitio bien didáctico con un recorrido ligero y entretenido. El Vesuvio tiembla a tu paso, El Arianne despega cada diez minutos, barcos bomberos apagan el fuego de una plataforma petrolera en el mar del norte cada vez que se presiona un botón. Los niños realmente se preocupan por aprender nombres, capitales, himnos y formas. Pero se hicieron las 5. Corrí al edificio y llegué a dos minutos de ser el último. Fuimos a comer y a hablar de negocios en un sitio mexicano. Un producto interesante, una alianza estratégica, un trabajo conjunto, una evaluación, escuchamos atentos y ofrecimos lo que estaba a nuestro alcance: hacer pruebas de la herramienta a ver si era lo que necesitábamos. Satisfechos o no, era hora de fútbol.

Partido de apertura del torneo 2001 - 2002 de la primera división entre el campeón, Anderlecht, de Bruselas, y el visitante, Antwerp F.C., mi equipo sentimental, junto a los Tigres de Aragua. Más de 23 mil personas colmaban el estadio. Alrededor de 1/8 del estadio era de los visitantes: vestidos casi uniformemente de rojo, la barra de Antwerp justificaba su calificativo de la fanaticada más ruidosa de Bélgica. También la más violenta. Agredían verbalmente a los 7/8 restantes del estadio, que uniformados de púrpura y blanco, esperaban calmados y confiados del triunfo. Antwerp canta al unísono en flemish mientras los dos equipos calientan en la grama. Antwerp canta al unísono en flemish durante todo el primer tiempo de un partido bastante parejo que se va al medio tiempo sin goles. Con golpes de travesaño, bloqueos espectaculares del portero rojo y un guardameta blanco, De Wilde, haciendo ejercicios para mantener las piernas calientes. La estrella del Anderlecht, Gilleis De Bilde sale a calentar, pero no entra durante el primer tiempo. Son las nueve de la noche y aún el sol opaca la luz de las lámparas. Durante el medio tiempo, todos salen a tomarse una cerveza. Un anunciante ofrece una cerveza a cada fanático si Anderlecht golea con una diferencia de tres o más a su rival. Otro anunciante, Belgacom, uniforma de aguamarina las vallas giratorias.

Segundo tiempo, el hombre del micrófono anuncia que durante el descanso ha entrado a la cancha Gilleis... y todo el estadio grita "¡De Bilde!". Y señores, en cosa de cinco minutos, De Bilde se escapa sólo por la derecha, pase a Hendrickx al centro y se abre el marcador, silenciando la barra de Amberes. Empiezan los comentarios: es que la defensa ha sido pobre, lo dejaron solo, hace falta velocidad. Antwerp F.C. se desanima visiblemente y en cuestión de minutos derriban un jugador en el área. Cobra De Bilde. Gol. Anderlecht 2, Antwerp 0. Barra Roja inexistente.

Anderlecht aún con ventaja pierde oportunidades de gol clarísimas. Antwerp baja a defender. Cuando cobran un corner sólo hay un jugador decididamente atacando, algunos esperan un balón al borde del área, otros rodean el medio campo. Aún teniendo la defensa como tarea, se les escapa De Bilde y los patrocinantes tiemblan cuando la diferencia crece a tres tantos. Pero les regresa la sangre cuando uno de los descabezados ataques de Antwerp introduce un jugador al área del Anderlecht, que casi de inmediato se lanza a la grama y se deja oír el pitazo del árbitro. Sin cámara lenta, binoculares, repetición instantánea o una queja gritona de Lázaro Candal, se asegura al unísono y tanto de cerca como a cien metros de distancia, tanto fanáticos del Antwerp como del home club, que esa vaina no es penalty ni en China. Pero es el gol de honor flamenco y como tal será celebrado. Se hace el silencio, se levanta el público de las sillas, es el momento de Antwerp, las vallas giran hasta coca'cola para teñir de rojo la frontera entre la grama y las rejas, el verdugo inicia su carrera, dispara, el portero se lanza y, maldita sea, detiene el balón. Siete octavos del estadio se levantan en un grito. Pero el otro octavo, contra todo pronóstico, tras unos minutos de respetuoso silencio, estalla en cantos. Por los quince minutos restantes, la barra roja grita y aplaude a su equipo hasta el pitazo final. Salgo del estadio con la determinación de ver a Antwerp en casa, contra uno de esos equipos que llegaron a primera división por azares del torneo.

Charla corporativa final y regreso en cola a mi casa, luego de un día largo e inusual.