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Sobre “El maestro de Petersburgo” de J.M. Coetzee

-Jesús Nieves Montero
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    Hay una broma, un chiste de sitcom, que funciona de la siguiente manera, por ejemplo, te planteas: ¿qué sería de Jennifer López si anularas su derriére o de Pamela Anderson sin sus senos? Uno contestaría: una mujer común y corriente. Y este cuestionario humorístico tiene utilidad en otras áreas de la vida, incluso en la literatura y dependiendo de la respuesta es posible hacerse una idea del tipo de escritor frente al que estamos. Si al Quijote le quitas el humor, aún tendrá muchos valores, si a Faulkner lo privas de lo mítico igual sobreviviría como un autor mayor. Y esto, sinceramente, era lo que cada vez que retomaba “El maestro de Petersburgo” pensaba: si a este libro le quitaras la historia emocional, ¿qué quedaría?, avanzaba unas páginas y encontraba una sólida estructura de intriga; ¿y si le quitara la intriga?; la reflexión sobre el totalitarismo, sobre las revoluciones amorfas; si le quitaba eso llegaba el detallado análisis sobre la relación entre padres e hijos, también estaban la recreación del proceso creativo de un escritor, con el agregado de que ese escritor es Fiodor Dostoievski. Tantas preguntas hasta cerrar el libro en su última página y quedar con prácticamente la certeza de que, aún privado de todo, persistiría, en palabras de Edna O’Brien, un “trocito de magia”.


Acto I

Quiero decir que no he venido a Petersburgo
para implicarme en ninguna clase de investigación

    La historia comienza con Dostoievski llegando de incógnito, con papeles falsos a Petersburgo para buscar las pertenencias de su hijastro recientemente fallecido. Pero el problema es que entre las cosas que va a buscar hay documentos que involucran al hijo con una serie de asesinados a ser perpetrados por un movimiento anarquista comandado por Serguei Nechaev (¿será casualidad que el movimiento de este individuo tonto, inmaduro y desaforado se llama nechaevismo?) por lo que el escritor ha de ir a la policía, descubrir su verdadera identidad y quedar, posiblemente, a merced de sus acreedores, razón por la cual abandonó había abandonado su ciudad hacía algunos años. El novelista sólo quiere los papeles de su hijo pero hay que pagar el precio del descubrimiento y sumergirse en las causas e implicaciones de esa muerte.



Acto II

... eso es lo que sin duda desea la mujer:
ser cortejada, halagada, persuadida, conquistada..
Incluso cuando se rinde lo que desea es rendirse
no con franqueza, sino en una deliciosa bruma de confusión,
resistiendo sin resistirse, cayendo, sí,
pero sin que la suya sea una caída irrevocable.
No: caer y volver después entre los caídos rehecha, virginal,
lista para ser halagada y para volver a caer.
Un juego con la muerte, un juego de resurrección...

    Dostoievski se aloja en el mismo cuarto donde estuvo su hijo, en una casa donde viven una viuda y su hija. En Dresde, el escritor tiene esposa, obligaciones, pero en un impulso parecido al que le lleva a apostar compulsivamente, busca a esta mujer y la hace su amante con el complejo deseo de satisfacción sexual, cariño, pero, además, como una forma de rescatar residuos, partículas de su hijo. Esta relación comienza a mostrar la forma cómo se plantearán otras vinculaciones en la historia, como una serie de triángulos superpuestos: Dostoieveski con el difunto padre de su hijastro y su hijastro, con su esposa y con la casera, con la casera y al hija de ella, con Nechaev y la hija de la casera, con Nechaev y el jefe de policía; repitiendo casi asfixiantemente el modelo de la trinidad cristiana.



Acto III

La inteligencia es una de las cosas
de las que hay que deshacerse.
Llega el día de la gente de a pie,
y la gente de a pie
no se distingue por ser inteligente.
La gente de a pie lo que quiere es
que se hagan las cosas.
Y en cuanto estén hechas las cosas,
será la gente de a pie
la que decida qué será cada cosa,
y también decidirá
si va a estar permitida esa inteligencia.

    El pensamiento de Seguei Nechaev es detestable para Dostoievski porque le señala sus excesos juveniles pero es a través de este líder, cabecilla o como se le quiera llamar que se puede acercar un poco a Pavel, su hijastro. Porque, es cierto, el novelista no llegó a Petersburgo a hacer una investigación, pero, ¿qué le queda sino el recuerdo de aquellos a quienes Pavel quiso, en quienes creyó? El escepticismo, de cualquier manera es la actitud de Dostoievski ante todas las teorías, los proyectos, la ideología del nechaevismo, pero tiene la capacidad de reconocer que tal vez el problema es que el impulso de libertad que encarna Nechaev es correcto sólo que, limitado en las coordenadas de un ser humano, pierde lo sublime y se expresa en formas bárbaras, caos, asesinatos y negación de cualquier valor establecido. La lucha de Nechaev fue la lucha de Pavel, pero Pavel no era asesino, no tenía ese ímpetu, incluso Nechaev lo confirma. Dostoievski necesita una explicación y después de meditarlo llega a esta idea: No, no es la Venganza del Pueblo, sino la Venganza de los Hijos: he ahí lo que de verás subyace a la revolución, los padres que envidian a sus hijos y a sus mujeres, los hijos que urden la trama para robar los ahorros de sus padres



Acto IV

Nadie se quita la vida, Matryosha.
Uno puede poner su vida en peligro,
pero nadie puede matarse de veras.
Es más probable que Pavel decidiera
correr un riesgo para averiguar
si Dios lo amaba lo suficiente
y si estaba dispuesto a salvarle.
Hizo a Dios una pregunta:
¿me salvarás?
Y Dios le dio su respuesta:
muere

    Los ecos del peso que significa llevar la religión cristina, casi como la fuerza de los mitos sobre los griegos y romanos, es llevado por el novelista como un castigo, un vía crucis perpetuo que tiene su manifestación más cercana en la muerte de su hijastro. Dios no puede ser el Dios de perdón y reconciliación del Nuevo Testamento sino el padre severo del Antiguo, aquel dijo que dijo que suya era la venganza, destruyó el mundo por inundación, cobró sacrificios humanos y animales y llegó a castigar a su propio pueblo escogido de maneras crueles. Dostoievski tiene que buscar en quien creer, por un lado está la policía y su burocracia opresiva, por el otro, el fanatismo de Nechaev. La explicación metafísica le gana pero no deja de pensar que puede ser una trampa. A veces parece que ya no le importa cómo haya muerto Pavel, sólo quiere abandonar Petersburgo y cerrar ese paréntesis pero él no es un hombre corriente, es un escritor.



Acto V

No escribimos gracias a la plenitud;
escribimos gracias a la angustia,
a la carencia
Pago y vendo: esa es mi vida.
Vendo mi vida,
vendo la vida de los que me rodean,
los vendo a todos.


    Lentamente, el novelista comprende que debe dar salida a su tragedia. Piensa en llorar y lo hace, pero aún así no consigue un alivio razonable. Entonces sabe que tiene que escribirla, que posiblemente, todo ese dolor, de tener un sentido, debe ser el de que sea traducido en literatura, en una forma que abarque todos los personajes, que acepte a Nechaev y a Maximov el policía, a Pavel asesinado y a Pavel suicidado, a la casera y a su esposa no sólo como anverso y reversos de monedas sino como una sola cosa. Lo que le falta es sufrir, sufrir no con distancia sino flagelarse, exponerse al castigo. Es el precio que debe pagar por escribir.



Acto VI

La lectura consiste en ser el brazo
y ser el hacha
y ser el cráneo que se parte;
la lectura es entregarse,
rendirse,
no mantenerse distante ni burlón.
La verdad puede llegarnos por caminos tortuosos,
llenos de misterio.

    Hay gente que insiste en decir que prefiere “mil veces” un libro histórico a un libro de ficción, un tratado filosófico, cualquier tomo académico. No es más que un estereotipo que ha ganado prestigio de tanto ser repetido. “El maestro de Petersburgo” refuta, palabra a palabra, la inutilidad de la ficción y, sí, la forma como las verdades que dice el libro es posible que no nos abrumen de manera inmediata, son más bien semillas que germinarán.

    A medida que uno se distancia y deja el espacio para que esto suceda, uno comienza a comprender y va lentamente abriendo la boca, hasta donde la elasticidad de su carne se lo permita, con el asombro y la sensibilidad perdidos en esta época de guerras con trasmisión en tiempo real, intentos de regresiones a las luchas independentistas y sangre lista para empañar la mirada de quien voltee a ver qué ha sido de los paraísos que personas, ideologías y, sobre todo, la credulidad, nos ofrecieron.




   

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