Tlalpan parece interminable en las tibias noches de la ciudad de México, en estas noches teñidas de color azul, de color negro, salpicadas de luz y bañadas de pequeños y tímidos destellos. Realmente disfruto recorrer toda esta calzada, o mejor dicho, disfruto subirme en ella. El abordarla es como montar un enorme reptil que serpentea libremente sobre un inmenso lago, un reptil que viaja a tal velocidad que deja a su paso pequeñas plumas de aliento, plumas apenas visibles, escamas apenas perceptibles.
Noche a noche, sin excepción, así de pronto me encuentro viajando sobre la llamada bestia-calzada. Cada noche es el mismo sentimiento, la misma sensación de sobresalto, la sorpresa de encontrarme rebasando a la altura del viaducto, voltear a mi izquierda y ver pasar al metro, abrir la aleta de la ventanilla y sentir el viento en la cara, espejear para un nuevo rebase y llegar al último carril : el carril de alta velocidad.
Alguna vez Alma dijo que al llegar a Tlalpan se sentía ... casi en casa. Dijo esto en una noche tan fresca como la de hoy, tan amplia como todas las noches capitalinas pero tan llena de magia como las noches que sólo ella podía otorgar. La miré con el rabillo del ojo y alcance medio suspiro de su pecho, un pecho joven de apenas veinte años. Se mordió el labio bajo y al igual que yo se sumergió en el largo bullicio del tráfico de la capital.
Cruzo Río Churubusco y suena una cumbia de algún lugar del ambiente. El pequeño desnivel de la carretera me hace cosquillas en el estómago, me libera de los recuerdos y me envía de nuevo a mi camino. Pasará una patrulla e irrumpirá con su azul rey el rojo permanente de mi caudal. Pasará y veré muy cerca de los policías verificando la presencia de mi cinturón de seguridad. Dirán algo entre ellos e irán a la caza de una nueva víctima. Me desprendo del cinturón y siento alivio en mi pecho al mismo tiempo que acelero para poder despedirme del metro que llega a Taxqueña.
En La Virgen las putas se bañan de azul y rojo entre las calles y los puentes peatonales huyendo de la extorsión de las patrullas, me percato que estoy en los carriles centrales de la calzada con la misma velocidad del carril de alta y sin contemplación de todos estos autos que ahora se detienen y añaden más rojo al escape de las chicas. No he bajado la velocidad y en cualquier momento llegaré al puente del segundo viaducto.
Comienzo el ascenso del puente del tomando el volante con firmeza, la escena inmediata es visual y sonora a la vez, un Pullman invade mi carril y es su aguda bocina la que me arroja a la barda de contención. Siento como el muro me rechaza y el Pullman me vuelve a arrojar de manera inmediata. Tomo con más fuerza el volante pero es inútil, caigo del puente sin control alguno, caigo y no siento nada en el estomago, caigo y la sorpresa me envuelve, caigo, sólo caigo. Acto seguido me rechaza una luz, un sonido más fuerte, más agudo. Siento el volante en el estómago y me percato que mi cabeza se encuentra casi afuera como respuesta al golpe del parabrisas. El sonido es humillante, la luz me ciega, se torna rojiza y húmeda a la vez. Siento hilos calientes en todo el rostro y una ansiedad de ver como nunca antes la había sentido. Escucho de nuevo el arrastre de láminas y de pronto llega el silencio total en medio de una plena oscuridad.
Escucho voces lejanas, voces que me inquietan por no poder descifrar los diálogos que se presentan alrededor de lo que creo aún soy yo. Mientras mis oídos tratan de armar aquel rompecabezas sonoro y confuso, mi visión se torna completamente blanca, tan blanca como expuesta a una luz muy intensa pero con una uniformidad asombrosa. Estas voces crean testimonios, hablan de mi caída a las vías desde el puente del viaducto y el posterior arrastre del tren ligero sobre la calzada de Tlalpan. Me interesa saber mi estado pero no recibo información alguna. Pronto se apagan las voces y de nuevo la luz seguida de las tinieblas.
... y de nuevo estoy aquí, salgo del viaducto para tomar Tlalpan, esta calzada que parece interminable. Siento deseos de correr en mi auto y acelero retando al gusano naranja que a mi izquierda parte a la bestia-calzada en dos. Estoy de nuevo en Tlalpan como cada noche, puntual a mi recorrido nocturno entre estos dos viaductos para ir a casa de mi novia. Una vez viajando con ella sobre esta calzada y después de una noche de cine me dijo: al llegar a Tlalpan me siento...
Casi en casa, - le respondí - ¡casi en casa!