Mi amigo Ryan Revoredo, compositor elegante y virtuoso, poseedor de un talento chispeante y una reflexión lúcida sobre el fenómeno musical, puso en mis manos hace algunos días el libro: «Ruidos: ensayo sobre la economía política de la música», de Jacques Attali.
Como se sabe, la postmodernidad ha infringido un tormento de códigos binarios, paradojas y oximorones en más de un intelectual francés en los últimos veinte años (todavía no me repongo del todo de una huelga narrada por Jean Baudrillard en el que sólidos camiones Renault se detenían en el sur de Francia como inmensas, atontadas figuras retóricas, metáforas lacanianas, y cuyos líderes sindicales eran, según pude entender, melancólicos perseguidores del seno materno, o algo así); sin embargo, el libro de Attali hace olvidar por momentos los monstruos que reposan el sueño de la razón, para plantear una hipótesis rápida y estimulante. La hipótesis es esta: La música antecede, en clave profética, los nuevos mundos que está por nacer.
Dice Attali:
«(...) la música es metáfora creíble de lo real. (...) Es anuncio, pues el cambio se inscribe en el ruido más rápidamente de lo que tarda en transformar la sociedad (...) Mozart o Bach reflejan el sueño de armonía de la burguesía mejor y antes que toda la teoría política del siglo XIX. Hay en las óperas de Cherubini un soplo revolucionario raramente alcanzado en el debate político. Joplin, Dylan o Hendrix dicen más sobre el sueño liberador de los años sesenta que ninguna teoría de la crisis» [p.14]
No sólo la música, pienso después, sino todas aquellas realizaciones de la pintura, la poesía, la literatura ¿Cómo no ver en el Bola de Sebo de Maupassant el castañeo subterráneo, tumultuoso del discurso de justicia social reflejado en la alegoría de una putilla inmolada por los burgueses ante el deseo de un militar prusiano? ¿Madame Bovary no antecede con sus pasos de gamuza al pragmatismo del deseo, la explosión feminista que habría de sobrevenir unas décadas después? ¿No son los cuentos de Kafka un comentario atormentado de las tristes vidas modernas, un bestiario subjetivo de los bosques industriales?¿Acaso no está implícita en Rayuela el elogio a la locura y al nihilismo, así como un adelanto de los juegos de experimentación esbozados por Morelli, el ocaso de la modernidad?.
Deliro, supongo. Pero sólo un poco. La música, la literatura, son realizaciones de la cultura. La miran, la critican, la inventan. En el Amadís de Gaula de Garci Rodríguez de Montalvo no sólo está cifrado el texto medular de la novela caballeresca, también están dibujados los sueños de los hombres, los mitos de siempre, los giros con los que una generación exaltada pretenderá acercarse a ellos (en cierta forma, el Amadís también esconde las truculencias de las telenovelas contemporáneas, esos párpados azulados que se encienden en las noches de las ventanas de Caracas). Estos mecanismos, sin embargo, no operan como un proyecto definido, un andamiaje lúcido. Operan como metáfora, apenas pueden hablar en un lenguaje indirecto.
La música, la literatura, no inventan la realidad. La ironizan, la atisban, la sueñan desde un ángulo que es, también, una profecía. Pero es poco, tal vez, lo que la realidad puede hacer sobre ellas. Durante años, por ejemplo, el maximalismo moderno revolucionario quiso hacer crecer una floreciente literatura revolucionaria, una sólida literatura del proletariado en medio de sanos trigales y campesinos sonrientes. El resultado, palabras más, palabras menos, fue una inmensa mierda cuyo único aporte, tal vez, fue el sugerente nombre de real socialismo a lo mejor, su único hallazgo paródico--. Años después, los vestigios del real socialismo son el epitafio de una tumba repleta por la severa nieve del olvido. ¿Qué podemos recordar del fantasma realista y amoratado de Shólojov, sino el encono decapitador contra el simbolismo y las vanguardias creativas, en supuesto beneficio del arte socialista? Sobre la densa estepa rusa se dibujan los contornos de los escritores olvidados, acallados por el establishment. (Hablo de modo figurado, desde luego). Chéjov, Tolstoi, Túrguenev, Pasternak, Maiakovski, Nabokov, tal vez no hicieron mucho o nada-- por el inicio o el futuro del soviet, pero al menos dejaron una obra sólida y perdurable. En fin, si de algo pudiesen servir las tinieblas del sueño stalinista que intentó supeditar la expresión artística a un programa ideológico, es para mostrar la aridez de toda expresión atrapada en un crujido de consignas, el desdén de la imaginación por todo lo fijado, tazado, programado.
Pero ahora es ahora y el pasado es, a veces, sólo un bostezo. Ahora es el mes de Marzo, Caracas es una ciudad sitiada. Entonces uno se pregunta: si es cierto que la música, la literatura, esconden las claves proféticas de la cultura, ¿cuáles serán las anticipaciones de nuestro futuro? O mejor: ¿cuáles han sido los ruidos que nos han traído hasta aquí, cuáles han sido las profecías cumplidas?
Afuera, en la calle, escucho el sonido de una sirena. No soy supersticioso, pero, ¿qué pasaría si esa fuese la respuesta a esta y otras preguntas?¿ah?