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Sobre “Crónica de la memoria”,
de Armando Rojas Guardia

-Jesús Nieves Montero
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    Ves a Armando Rojas Guardia sentado, en el salón de sesiones de Econoinvest y notas el esfuerzo que hace, incluso para responder un saludo, por escoger las palabras, por buscar aquella que no ancla en la convención sino que se expande casi al símbolo. Lo miras leer sus sesiones del taller “La escritura y la ciudad” e imaginas que tiene la letra muy grande porque lleva cinco, diez, quince hojas y nunca se toma más de treinta minutos en terminarlas.

    Cuando te acercaste a su libro “Crónica de la memoria” debiste saber qué esperar, una vez que en una reseña de la revista Kalathos supiste que era biográfico y cuando en Noctua, antes de comprarlo-aunque era una decisión tomada, de hecho, compraste dos ejemplares, uno para Gabriela–revisaste su contraportada. Debías tener cierta base para predecir el contenido de algunas páginas.

    Por ejemplo el capítulo de la amistad. En el libro, la define Rojas Guardia como una fiesta espiritual, dice que le gusta regodearse en el relato de sus amistades de la edad adulta. Y los nombres que habías escuchado en el taller, estaban, como si se les hubiese construido una especie de altar accesible entre las palabras, los nombres de Rafael, Igor, Yolanda, esos que Rojas Guardia exhibía como joyas al leerlos en el taller. Avanzabas en el libro y recordabas la música de “Ciudad Alianza” recitado un lunes de hace tres meses.

    Hay un verbo en inglés que define un poco lo que permite “Crónica de la memoria”: eavesdropping, que quiere decir escuchar a través de la puerta, como en un descuido, con todas las limitaciones que esto implica. En “Crónica...” esto ocurre pero con la vista. Es cierto, el autor ha dicho que quiere relatar parte de su vida y, estás convencido que, como apunta Girard en "Mentira romántica y verdad novelesca”, Rojas Guardia, al igual que Proust, "no ignoraba que al describir su juventud describía también la nuestra. Sabía perfectamente que el verdadero artista ya no tiene por qué elegir entre él mismo y los Otros". Sin embargo, sientes que la puerta apenas está abierta, es poco, tal vez sesgado lo que alcancemos a fisgonear; igual, dado que entre nosotros y las imágenes media el lente de la sensibilidad del poeta, logramos asistir no a ciertas anécdotas particulares sino a temperaturas, momentos emocionales y aprender, crecer con ellos.

    Recuerdas esa idea oriental (¿hindú?) que invita no sólo a ver sino a tratar de descubrir quién, detrás del ojo, es quien ve. Comienzas y terminas el libro, asocias el conjunto de información contenida con ese principio de la ciencia tan aplicado en una importante vertiente de la novelística actual que parte de la premisa de que investigar un asunto determinado, recabar un inventario exhaustivo de datos no conlleva a una mejor comprensión sino a la desazón de una incertidumbre ilustrada. No puedes asir ni al Rojas Guardia ficcionalizado de su crónica, menos al real. Pero no piensas en el destino, te interesa disfrutar el viaje.

    “Llamas alma, reivindicando la antiquísima noción órfica, a tu densidad subjetiva", y encuentras que quien subraya, real o virtualmente esa frase del libro, se acerca al corazón de “Crónica...” porque desde esa densidad se observa todo. Las ciudades: Praga, Bogotá, Mérida, Caracas, Friburgo, París; las experiencias: el colegio, el seminario, las aulas universitarias, los bares; la familia; la experiencia religiosa desde la culpa hasta la liberación a través de la comunión directa con Dios; la sociedad; la poesía; y los vínculos que nos interrelacionan con otros seres humanos.

    Por mencionar algún otro vínculo (y sumar a la amistad que ya has mencionado), podrías tomar el amor. Lees la oración: “sólo cuando un amigo te nombra, en la efusión de cada saludo, te sientes ser, nacido para conocer el poderoso secreto que mueve en olas concéntricas al mundo, a la épica historia de los hombres: el amor"; y recuerdas que el apóstol Pablo ya decía “sin amor nada soy”, que Sting en una canción resalta que there are no victories, in all our Histories without love, y sientes que el libro casi está hecho para ti; pero como escritor también sabes que la lectura de otra mente y otro corazón tendrá otras asociaciones y serán canciones, libros diferentes, llegar tarde al trabajo para ver unos ojos y una boca que no se pueden olvidar, obsesionarse, y casi puedes decir que después de leer esa frase decidiste escribir la columna sobre “Crónica de la memoria”.

    En el capítulo XVII encontraste un relato mínimo de la experiencia de Rojas Guardia en instituciones siquiatricas y es aquí donde la solidaridad, la compasión y piedad que en las primeras páginas del libro dice haber conocido en un seminario jesuita, se vuelven prédica/ejemplo al abrir un espacio para la contemplación ese mundo particular. "La locura es-lo pensabas mientras convalecías, sentado en medio del patio interno de la clínica-una ocasión para leer criptográficamente mensajes ontológicos que sólo ella devela". Tú vuelves-atando cabos-a ver a Rojas Guardias leyendo sus sesiones cada lunes y recuerdas lo que E.M. Forster decía sobre los personajes de las novelas: nos hablan de un mundo más comprensible porque podemos ver toda su vida y su conciencia y no conformarnos con los comportamientos y palabras de un momento determinado.

    Ves la hora. La hora, en realidad, no importa, ves el día y sabes que la columna no puede esperar un día más sin ser completada y que como de antemano te declaras impotente para hablar del libro como una totalidad sino que ya has decidido hacer notas inconclusas no quieres enviarla a Daniel sin hacer recoger dos ideas más. Cerca del final, leíste a la madre del autor comentar “lo que no me gustará del cielo será que no se me parecerá a esta tierra” y esa frase lleva a noches de vigilancia de Rojas Guardia afuera de la habitación de un ser humano casi agonizante, de allí al punto de quiebre que termina en la salida de esos dragones que el autor ha encontrado en su inconsciente y trata, con poesía, amor y comprensión de sus significados, dominar. También leíste más adelante cómo el padre de Rojas Guardia, modelo de poesía y bohemia, figura de imitación y rechazo, no pudo tener el orgullo de ver el primer libro de su hijo publicado, ese libro del cual llevaba algunos poemas en sus bolsillos para enseñar a sus amigos. Y en el segundo capítulo estaba el origen más básico, la tierra, la patria: "El mar, las palmeras, las playas desnudas, la rotonda inmaculada del cielo, el resplandor del mediodía, como un conjunto articulado, un cuadro que, no sin estupor, llevaba como título un nombre pocas veces pronunciado por ti, pero ahora, en este instante, por fin centrípeto, convergente, numinoso: Venezuela. Y ese nombre te erizó la piel durante unos interminables segundos, y algo parecido a un sollozo te llenó repentinamente de lágrimas los ojos."

    Revisas el texto subrayado en verde en ejemplar del libro, relees en el archivo de word. El padre, la madre y la patria. Los dos primeros, de manera física, extintos. La patria, lo piensas después de haber sido inoculado con horas de noticieros y lectura de noticias, se hace algo tan difuso que te preguntas si, de alguna manera, como lo sientes tú, podrá ser posible que a Armando Rojas Guardia también esa otra marca de origen lo haya, de alguna manera, abandonado. Dicen las Escrituras: “aunque mi padre y mi madre me dejaren, con todo, Jehová me recogerá”. Lees en estos días a Sábato y rechazas, instintiva, superficialmente, que por atroz que sea el mundo ese Jehová hebreo sea un dios más o, incluso, un demonio. ¿Qué queda entonces? ¿El desamparo? Ya verás cómo lo respondes en tu caso, para Rojas Guardia, Dios toma formas varias, de sensaciones, estremecimientos, poesías y rostros humanos. Lees el capítulo final que habla sobre Roberto, tratas de hacerlo sin la falta de robar sus símbolos y significados para ti colocándole nombre de mujer, y citas: “una vez soñaste que tu madre te abandonaba en sus brazos". Y allí dejas al poeta y hasta aquí dejas la columna sobre su libro.


   

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