Esquinero: la visita del premio nobel
-Adán Fulano
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Hoy es un día cualquiera muy triste, no puedo decir lo que pienso. Si hablo corre peligro la suerte de mi amiga “La dueña del café” porque podrían botarla y quién soy yo para dejar sin comida a tanta gente que es esta gran mujer. Si hablo, también podrían pensar mal del premio novel que hoy nos visita, y quién soy yo para evaluar o no el hecho de que un “Intelectual Europeo” sea invitado por un gobierno déspota, que amenaza con su trabajo a la gente y amedrenta el pensamiento de los pobres paseándole el bocado de ideología como si jugara con ellos al avión, la cosa es que hoy que es un día cualquiera tengo una mordaza al mejor estilo de una novela de Saramago, que casual.
Vivía yo en el llanito cuando pude leer “El Evangelio” de Saramago. Recuerdo que pasé un día encerrado, llorando lo que nunca había escrito, ni podría escribir y de seguro nunca escribiré pero que había pensado innumerables veces, sin encontrar como expresarlo tan precisamente. Ciertamente ya sé cuanto me he mudado de aquél momento en que recogía la casa y limpiaba los coletos y era feliz, cuando no sabía de lo conveniente que uno se volverá cuando pasa de una edad, de lo conveniente y lo marioneta que uno se vuelve, cuando lo llevan y lo traen de aquí para allá ¡Dios me salve de ser viejo en esta sociedad tan joven y tan llena de disfraces! Donde una enfermera bien podría ser una asesina o un escritor un oportunista, un conocedor un charlatán o un extranjero un iluminado.
En el fondo el “Mago” portugués siempre me cayó bien. Porque me recordaba a Pessoa o a Camoes y yo creía que vivía en una época privilegiada, pero tarde pió mi fe que estuvo tan desviada creyendo el favor del cielo que significaría que un tipo admirable pisara esta tierra en la que respiro y yo me tapara la nariz.
Es probable que mis amigos hablen de mi arranque como un ardid publicitario de mi recién separación afectiva, que atribuyan el hecho a esa costumbre mía de perderme en una irreverencia fatua, de conspirar en mi contra por naturaleza y cualquiera de estas razones son validas, porque no me importa lo que de mí se piense. De ahora en adelante mi esquina ha cambiado, en ella no buscaré ni mi alma ni otras cosas perdidas, buscaré en todo caso, aquella infinita posibilidad de poder expresarme sin causar daño, diciendo lo incorrecto y bajando “las persianas de la voz” para no despertar a todos los muertos que yacen en la conferencia de turno.