Spider-ManDir.: Sam Raimi. 2002 -Sergio Monsalve |
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Bajo el sino del Rey Escorpión Jim Carrey, un Jerry Lewis con mal de sambito, Homero Simpson, un Pedro Picapiedra bizarro, Bruce Willis y George Clooney, dos Dean Martin sin afeitar y con mucha mala uva, John Travolta, un icono degradado y reciclado, Leonardo Di Caprio, un travieso proletario en la corte del Acorazado hundido, Brad Pitt, un James Dean camaleónico y travestido, Jeff Bridges, un fumeta post hippie, Woddy Harrelson, el carismático y pornógrafo asesino por naturaleza, John Malkovich, el pérfido seductor, Al Pacino, el abogado del diablo, Jeffrey Rush, el esquizofrénico poseído por Sade, Tom Cruise, el galán al borde de un ataque de nervios, Kevin Spacey, el antiamerican beauty, Nicolas Cage, otro alcohólico Leaving Las Vegas y Quentin Tarantino, un Orson Welles consagrado a reivindicar las manifestaciones más desdeñadas de la cultura de masas, conforman el olimpo disfuncional del imperio cool, gobernado por el presidente libidinoso, adultero, y amante del jazz. En aquel tiempo, sin enemigos definidos a la vista, sin villanos a quien exterminar, el cine Americano le da a los Superamigos unas merecidas vacaciones en el tercer mundo. Súbitamente el star system deja de ser una extensión del YMCA, para parecerse a una foto de un club de jugadores de Poker. Di Caprio apuesta el sueldo por unos boletos al abismo, Brad Pitt da la vida por un cerveza fría, Cage por una botella de Whisky, John Travolta por un cigarrito y Jhonny Depp por un canuto. Los ídolos disfrutan el eterno presente, y eventualmente evocan con sorna el pasado. Forrest Gump se vacila la guerra de Vietnam, como quien hace turismo de aventura, marca distancia con la revolución sexual, como si la vaina no fuera para tanto, e ilumina a John Lenon, como si el tipo fuera Ringo. Las imposturas se distienden, el cuerpo se disloca hasta el extremo del contorsionismo de Jim Carrey, y los gestos se armonizan al compás del twist de Pulp Fiction y las coreografías de Full Monty. Por primera vez ,el Rey se desnuda voluntariamente. Nos acostumbramos a verle las nalgas a Brad Pitt, a contarle los cauchos a Travolta, a mirar con asco las canillitas de Jim Carrey, y a contemplar con indiferencia el pipicito de Harvey Keitel. El cambio de presidente, de régimen, de poder, originó un cambio dramático en la política audiovisual norteamericana. El 11 de septiembre sólo precipitó las cosas. La actitud conservadora de Bush, en sintonía con el revanchismo republicano, el comportamiento de los indicadores económicos, en franco retroceso, y la crisis de los ideales demócratas, avizoran un periodo de grandes ajustes, rectificaciones y reacciones, a la par de un proceso de renovación moral de las instituciones. El derrumbe de las dos torres, define el sentido de la reforma ética de la era Bush. Si los valores en boga son la venganza y la intimidación, el fanatismo y la brutalidad, el sectarismo y el terrorismo; si se vive bajo la amenaza y la paranoia, el héroe garantizará seguridad, certidumbre, y resguardo mediante la práctica de una política de cero tolerancia. The Rock, el nuevo Charles Atlas, llega precisamente con su pinta de escolta de la Casa Blanca y su espíritu de Gladiator, ha reivindicar el honor perdido de Hércules, reconquistando el trono que le permitirá, desde las alturas, custodiar la integridad del sueño americano. -Sergio Monsalve |
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Nacional 7Dir.: Jean Pierre Sinapi. 2000. En el cine, la invalidez significa martirización, disminución, subestimación, desesperación y superación .En la cinematografía norteamericana la figura del paralítico representa los peores fantasmas de la historia, los demonios a exorcizar y las desgracias a indemnizar. En Forrest Gump, el teniente Dan, mutilado de por vida, pasa de la depresión a la dicha, con la misma facilidad que Ron Kovic, el protagonista de Nacido el 4 de Julio, ascendía de la desgracia a la gloria. En las telenovelas, el lisiado, además de inspirar lastima, cumple una imprescindible función dramaturgica, al dilatar el irremediable enlace entre la pareja protagónica, cuando finalmente el chico se levanta milagrosamente de su silla de ruedas para detener la boda de su contrafigura femenina, y a la larga terminar cansándose con ella. Es uno de los tantos argumentos para consolidar la tesis del melodrama ramplón: el amor mueve montañas. En los habituales mensajes maniqueos, el impedido interpreta al villano de turno, al despiadado millonario en cochecito eléctrico, al pirata en río revuelto y al Barón Ashler de la manga en boga. Es la asimetría al servicio de la retórica simétrica, la clásica comparación entre la fealdad y la belleza, con fines aleccionadores. A ninguna de estas previas clasificaciones corresponde el retrato de la invalidez, esbozado en Nacional 7. Por primera vez, la parálisis no es el problema, sino la impotencia de la burocracia médica, el estado y sus representantes, para atender, entender y satisfacer las necesidades emocionales e instintivas de sus pacientes. Por primera vez en el subgénero, la historia es narrada y escrita desde el punto de vista de los inválidos. El resultado es una película sin parangón en la historia. Goddard dijo alguna vez que el gran cine cambia nuestra manera de ver y percibir el mundo. Jean Pierre Sinapi clausura, por anacrónica, una manera de representar al invalido, para abrir nuestra percepción a la comprensión del otro. Nacional 7 no se ríe de los impedidos, como los Hermanos Farrelly, sino con los impedidos. Nacional 7 no siente pena por los parapléjicos, sino por las discriminaciones que sufren. Nacional 7 no reivindica las diferencias entre unos y otros, sino descubre sus afinidades. Las películas del subgénero terminan con el triunfo o el fracaso del protagonista; Nacional 7, con una celebración a la tolerancia, donde nadie queda excluido. -Sergio Monsalve |
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Los niños al poderDurante las dos últimas décadas, la evolución del personaje infantil norteamericano ha registrado tres transformaciones significativas. La primera llega con la irrupción del fenómeno Macaulay Culkin, al trazar un cisma en la manera de concebir a la mini estrella. Antes de la Macaullaymania, los niños en el cine eran una especie de Teletubbies. Se sorprendían con todo, siempre buscaban la orientación de los adultos, y estaban más confundidos que un militar jugando escrable. Los chiquillos de E.T. eran un grupito homogéneo de niños desconcertados que aprendían una lección. Una hora y media de la película se la pasaban con la boca abierta, y el resto con los ojos vidriosos. Más que protagonistas de los acontecimientos, eran invitados a los eventos. En E.T. la realidad era un parque temático, lleno de aventuras, emociones y aprendizajes. Como en un juego de rol, cualquier fantasía era posible, desde surcar el cielo en una bicicleta hasta presenciar el despegue de un Ovni. Naturalmente la película no tuvo otro destino que devenir atracción de Universal Studios Florida. The Goonies, producida por Mr. Spielberg, llevaba a la enésima potencia el concepto de parque temático cinematográfico, con menos pretensiones pseudofilosoficas y pseudopoeticas que E.T., pero con más toboganes de agua, tesoros escondidos, barcos fantasmas, piratas del caribe, monstruos amenazadores y cavernas peligrosas; la imaginería Disney en pleno. La participación de los chicos, de nuevo, era determinada por unas circunstancias externas que sobrepasaban su entendimiento y comprensión. Sin duda, también hubo críos malcriados como el hijo de Dustin Hoffman en Kramer vs Kramer, sin embargo, las constantes fueron la dependencia, la obediencia y la sumisión del infante al mundo mayor. Entonces llegó el duro Macaulay a poner a los adultos en su sitio, y de ahí en adelante nada fue lo mismo. Había renacido el arquetipo de Daniel el Travieso, con toda su rebeldía devenida conformidad. De hecho ,durante los noventa, la industria no tardaría en dedicarle una película al propio personaje, en una operación comercial de altos kilates; aunque el filón estaba en franco declive. Todo comienza en 1990 al estrenarse Home Alone en el transcurso de la temporada navideña. La película era un pequeño ajuste de cuentas moralizador con la irresponsabilidad de los mayores, concebido desde el punto de vista de los menores. Por primera vez, en mucho tiempo, los niños, más que receptores activos de estímulos, originaban las acciones y acontecimientos. El niño abandonado por sus padres descuidados, aprendía a ser todo un hombrecito en la víspera de la noche buena. Se afeitaba, hacia las compras, veía películas indebidas, creaba a su alrededor un pequeño entorno de placer, defendía hasta la muerte su propiedad privada, y en pocas palabras era un pequeño soltero. La urgencia moral de la película se hacia presente al desmoronar la utopía del joven Robison Crusoe, confrontando su aislamiento a la institución gregaria del 24 de diciembre. Era un aleccionamiento provocado por un calculado chantaje emocional. Después de transgredir todas las normas, Macaulay regresa a los brazos de mamá. La desobediencia infantil figuraba entonces, más que como un grito insurrecional, como una manera de llamar la atención de los progenitores. La película era, en este sentido, más que un film para toda la familia, una reprimenda a los padres, un simpático jalón de orejas para mostrarles el producto de su irresponsabilidad, el resultado de su indiferencia: niños desamparados, niños malcriados, niños imprudentes y revoltosos. La decadencia del arquetipo acompaña el adocenamiento y el exagerado encorcetamiento de Macaulay Culkin. Las leyendas urbanas hablan de su insoportable soberbia, de su irritante refinamiento, y de su pretensión de casarse con una aristócrata. A la larga, Daniel Travieso muere al devenir Ricky Ricón. Quizás por la arrogancia, la petulancia y la vanidad del personaje, no llega a tener el éxito de su predecesor, mucho más terrenal y populista en su concepción. El vacío de poder lo llena Halley Joel Osment, el niño que ve gente muerta. De esta forma, surge nuevamente un antes y un después en la configuración del personaje infantil. Es la era de la incertidumbre finisecular. El fin del mundo, de la civilización, deja de ser un pronostico para figurarse como un hecho. Las películas reflejan la inminente implosión del planeta tierra, y la progresiva decadencia del género humano por efecto del apocalípsis. El negocio del miedo y la explotación de la patología derivan en Sexto Sentido, una alegoría expresionista para el lucimiento de la esquizofrenia infantil y la ideología new age. El niño, sin la obligada orientación de padres y representantes, vive extraviado en una fantasía lúgubre, al establecer permanente contacto con el más allá, para darle sentido al más acá. La comunicación entre el mundo de los vivos y el de los muertos, en la imaginación de un chiquillo, acentúa moralmente la perdida de referencias de las nuevas generaciones. El manido llamado a la reunificación familiar, constituye el aleccionador consejo para recuperar el equilibrio mental de nuestros jóvenes. Al delirio interior del personaje se contrapone su circunspección exterior, en otra antítesis posmoderna entre esencia y apariencia. Desequilibrado por dentro y escrupuloso por fuera, el niño de Sexto Sentido representa la total desconfianza del mundo adulto a las nuevas generaciones. La severidad infantil, consubstancial a una indiferencia emocional, se verá magnificada en El Pueblo de los Malditos y The Faculty, dos frescos de la socorrida insensibilidad juvenil, en una época de masacres escolares, asesinos en serie con lonchera, y minicriminales de guardería. Al delirio apocalíptico de la generación Z, releva el genio y el optimismo esotérico de la era Harry Potter. El tercer milenio, en su manía entusiasta, exorciza los males y problemas del interior al exterior del personaje infantil. Sin demonios ocultos en conflicto, el niño es licenciado para librar una batalla contra todo lo que se oponga a la consumación de sus objetivos. Su vida, en adelante, es una carrera con miles de obstáculos a superar, donde la meta es conseguir la aprobación de las instituciones, controladas por los adultos. Las fábulas contemporáneas nos hablan de niños y jóvenes disciplinados, dispuestos a dar la vida con tal de obtener lo que desean. Su espíritu de sacrificio es correlativo a la inflación de la propaganda militar y al apogeo del nacionalismo. -Sergio Monsalve |
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Bajo la arenaDirs.: François Ozon. 2000 Una pareja veranea en la playa. Una mañana el esposo decide echarse un chapuzón en el mar, y más nunca regresa. Ante el dilema de asumir la desaparición o llorar al difunto, la esposa escoge otra salida: ignorar el suceso, y figurar la presencia del marido, hasta el extremo de negar su muerte cuando las evidencias son inapelables. La fantasía, la frecuente alucinación de la protagonista, no es satanizada desde la óptica psiquiátrica al uso. Antes que narrar un torpe alegato contra la evasión, Ozon prefiere mostrar los trastornos que la conducta de su protagonista genera en las arenas de la convivencia ciudadana, al representar un acto de alteridad social. Al modo de Chabrol y Haneke, Ozon deconstruye los prejuicios hegemónicos, al confrontarlos con experiencias de otredad radical. Del choque no se salvan ,naturalmente, las víctimas, y muchos menos el agresor. En el caso de Bajo La Arena, los primeros coquetean a la intolerancia, mientras el segundo fenece en el aislamiento y la enajenación. Hablando de otro tema, como los locos, el pretexto del argumento sigue el patrón de Todo Sobre Mi Madre, Gracias por el Chocolate, La Habitación del Hijo, Dancer in The Dark, y tantas películas recientes donde la muerte es el detonante de las acciones. No quiero generalizar, pero creo que la constante nos revela muy bien el tipo de conflicto que aterra a las sociedades omnipotentes del presente. Pareciera que la muerte es el único obstáculo que impide el natural progreso del optimismo y la buena voluntad global. De repente, cuando institucionalicen la clonación, el cine será la gran comparsa a la felicidad que siempre ha querido ser, un Hollywood ending infinito, omnipresente e inmortal. O de repente ya lo es, y yo no me he dado cuenta. -Sergio Monsalve |
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