Sobre "La canción del verdugo" de Norman Mailer


La vasta geografía de los Estados Unidos de Norteamérica, para un venezolano promedio (no tengo mayor ni menor prueba que considerarme dentro de la categoría), se reduce a Nueva York, el estado de la Florida y algunos centros nevados para quienes esquían. Entre estos últimos podrían contarse los estados de Colorado y Utah.

Centrémonos en Utah, que sirve de escenario a "La canción del verdugo". Su capital, Salt Lake City, es reconocida como una tierra de universitarios y de profesantes de la religión mormona. He leído un par de veces acerca de la especie de aburrimiento que reina en la ciudad y sus alrededores.

He allí el primer shock que se tiene al enfrentar el libro de Norman Mailer, que las atrocidades de Gary Mark Gilmore hayan ocurrido dentro de Utah, específicamente en Provo. Gilmore tenía como profesión ser convicto, había pasado más de la mitad de su vida entre reformatorios y penintenciarías. El libro comienza con la cruzada exitosa de Brenda la prima de Gary para liberarlo amparándose en la figura de la libertad bajo palabra.

Mailer trabaja esta historia con un género inaugurado por Truman Capote con su texto "A sangre fría", la novela sin ficción. En esta narración el procedimiento de creación tiene como base fundamental materiales (entrevistas, datos bibliográficos, hemerográficos y otros documentos) en lugar de la imaginación del autor, sin embargo, hay invisibilidad de las fuentes, un camuflaje que termina por darle consistencia de novela.

La anécdota en sí de la caída de Gilmore es hasta corta para un libro de más de 500 páginas, Gilmore se encuentra con un mundo que no conoce y por eso choca con él: toma un trabajo y sólo considera su derecho a un salario pero olvida sus responsabilidades; no sabe administrar su dinero así que pronto se ve en problemas financieros y roba; intenta formar una familia y se da cuenta que está incapacitado para tener afectos; su mujer lo abandona y eso detona en él toda la amargura de los años de cárcel, comete dos asesinatos, es condenado a pena de muerte.

De esas historias, la de mayor solidez es la relación amorosa con Nicole Baker, una chica promiscua, madre de dos hijos pero que despierta en Gary a un padre, un amante, un niño con complejo de Edipo, todas las tipologías del hombre-tras-una-mujer. Cada esfuerzo de Gilmore por querer a Nicole, por demostrarle ese afecto (desde regalos de cosas robadas hasta sus constantes episodios de impotencia sexual) es un retrato patético no de un antihéroe sino, simplemente, de un hombre.

Y es ése el gran valor de la novela, que se extiende con detalle para mostrarnos hombres y tenemos, a partes iguales, asombro y miedo, de formar parte de esta raza. Porque Gilmore, aunque delincuente es un hombre que tiene derecho a rehacer su vida, porque sin importar que él mismo sea la mayor traba a su bienestar no debería morir. Porque Nicole es una chica que termina por ser ingenua y desgraciada en tanto que traficantes de drogas, empleados de clase media, cocineros y otros modelos de hombre se han aprovechado de ella no sólo como amante sino como persona. Y uno se pregunta por qué la madre de Gary Gilmore, a pesar de su artritis, nunca hace mayor cosa por su hijo. Porque cuando comienza el juicio que invariablemente terminará con la muerte de Gary, paralelamente, se abre el compás del circo capitalista de los periodistas y productores de Hollywood que quieren la exclusividad de la historia para libros y películas.

Eso nos recuerda que las figuras de inspiración humana, sean Bolívar, Gandhi, Martin Luther King, Cristo incluso, nos muestran todo el potencial de nuestra condición; pero su ejemplo sólo tiene sentido cuando se tienen tan cercanos, en una vidriera de cristal transparente (Mailer, para ser justos, apenas se siente en el relato), este otro tipo de personas, que, además aparecen con mayor frecuencia que los primeros.

No es necesario que un libro termine con una moraleja directa para aprender de él, pero sí que el lector se acerque a observar la vida presentada en palabras con ojo, con mente crítica. Y si "La canción del verdugo" se lee de esa manera no es sólo una gran novela sino el recordatorio de por qué, como humanos, podemos ser tan sublimes y/o podemos ser tan miserables.

   
     



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