Ahí viene la turba


¡Recojan, guarden todo, guarden todo, que ahí viene la turba! gritaba la gente mientras nosotros impávidos disfrutábamos nuestro café.

Lima, 29 de Julio de 2000. La capital peruana resguardada por 25.000 policías antimotines, más de 200.000 marchantes antigubernamentales protestan por la tercera toma de posesión del Presidente Fujimori. Gases lacrimógenos, incendios, pancartas enunciando “Viva Toledo – Fuera Fujimori”, piedras contra el palacio de gobierno y enfrentamientos bajo el grito “abajo la dictadura”, dejan un saldo de cuatro muertos, dos desaparecidos, 79 heridos y 157 detenidos.

Sin duda un mal día para comenzar las vacaciones.

El primer día en la ciudad de Lima era el comienzo de un mes de recorrido por Suramérica, y nos insinuaba que aún seguíamos cerca de casa. Ese sublime ánimo con el que solemos encarar los viajes, el cual logra una mágica poción capaz de hacernos abandonar todas las preocupaciones de la siempre imperfecta y detestable ciudad donde vivimos, se desvanecía... y en cambio de olvidar nuestra caótica situación política, la recordábamos aún más.

Luego de instalarnos en el hostal, Goi, Tots, Charles y yo salimos a caminar sin mucha agenda por Miraflores, llegamos al Ovalo y comimos “Chifa”, según muchos peruanos una milagrosa fusión gastronómica entre la comida china e ingredientes locales, para nosotros vulgar comida china, sí muy buena claro está, pero insisto: vulgar comida china.

Visitamos la plaza Kennedy y fuimos a parar a un mercado de las pulgas artesanal. Goi y Tots se entretenían con las ventas de artesanías, mientras Charles y yo, obstinados, mirábamos alrededor en busca de escape. A lo lejos vimos un Café – Café, lugar que se encontraba entre los tips de la ciudad, nos acercamos y nos sentamos en las mesas de afuera. Abrimos nuestra primera cajita de tabacos Meharis, comprados en Maiquetía antes de salir, y a disfrutar de la vida de turista... pero sólo por poco tiempo en ese día porque al rato comenzó a gritar la gente que pasaba: ¡Recojan, guarden todo, guarden todo, que ahí viene la turba!.

De inmediato se acercó el mesonero que nos atendía y nos pidió que entráramos al local, nos acomodamos y continuamos con nuestros tabacos y cafés. Recogen todo de prisa, meten sillas y mesas. Los dueños y empleados trataban de mantener la calma y disimulaban sus nervios, hacían sus labores cotidianas, lavaban los platos, atendían la caja, aunque miraban a los lados más de la cuenta. Al rato deciden bajar la santamaría, primero una y luego poco a poco todo el local. Todos adentro nos mirábamos en silencio, y los empleados de vez en cuando se asomaban.

Transcurría el tiempo y nada, café, tabaco, cerveza, agua, cuentos sin sentido y preguntar que pasaba. ¡La turba, viene la turba!. Veinte minutos, media hora, una hora, dos horas. Clandestinos en Perú por accidente. La espera se hace eterna. Está bien que se quiera andar de vagos turistas y pasar horas echadas en Cafés, pero no por obligación.

A las dos horas se asoma uno de los empleados, sube parte de la santamaría, después la otra parte, y así fue quedando medio abierto. Dejan el espacio suficiente para la puerta, ya la cuenta paga, primero sale uno, después todos nosotros y así el resto.

La turba nunca llegó...



   

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