La ilusión del fin

El cine se mueve, rehuye de su condena a muerte, reinventando historias y estilemas, transformando sus estructuras. En Asia los directores rescatan la fantasía, el dadaísmo, fusionándolo con su singular forma de entender la cultura pop. El resultado es una serie de films inclasificables, genéricamente mutantes. Arrancan como una película de terror, salpicada de humor negro. Hacia su desarrollo toman el rumbo de una tragedia, para finalmente desembocar en los terrenos de la extravagancia gore, pura y dura. Contemplo sorprendido una hermética película de yakusas que culmina como un musical de la Metro representado por una banda de terroristas nipones. Es, después de Pulp Fiction, el baño de sangre más singular que he visto en el cine.

Igualmente en Latinoamerica triunfa la estética híbrida. Amores Perros es el mejor ejemplo. Engloba tres historias, aparentemente autónomas, que terminan por entrecruzarse, en una clara alusión a la teoría del caos. Cada ficción asume un perfil genérico. El primer relato es puro realismo urbano; el segundo, terror psicológico en la tradición de Polansky; el tercero, melodrama visceral. El film acaba por ser un agudo mosaico audiovisual de la cultura contemporánea, con todo y sus contradicciones estéticas y existenciales.

Existen sociólogos que han asociado está indefinición conceptual, de no asumir un solo estilo, con la esquizofrenia. Pulp Fiction y Amores Perros vendrían a representar, según esta lógica, la demencia intelectual de una sociedad escindida. Hay otros filósofos que han entendido el fenómeno como una expresión de libertad. Tales películas constituirían un rechazo a las razones totalitarias, a los pensamientos únicos encargados de enunciar las normas de lo culturalmente correcto. Sea como alarido de enajenado, sea como declaración de independencia, el cine rehuye de su pena de muerte, demostrando que el fin del arte, como sostuvo Debray, no es el fin de las imágenes.

   
   

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Buen Trabajo

Dir : Claire Denis. 1999

Un film sobre la Legión Extranjera. De haberlo dirigido Oliver Stone, la trama habría sido un pretexto para exponer una maniquea denuncia política. La película tendría un final grandilocuente, envuelto en un adagio melancólico. Algún oficial lloraría desconsolado, mientras divulgaría en off una necia arenga pacifista del tipo: “ Nunca pensé que la legión iba a deshumanizarme. Ahora soy una máquina de guerra … en mí ya no quedan rastros de aquel jovencito que se sacaba los mocos (flash back del personaje hurgándose la nariz en un salón escolar). Desde que me enrolé sólo ambiciono destruir al enemigo; pero jamás lo he visto, es invisible, ¿ será una ficción ? (primer plano del protagonista con cara de conmovido) Ojalá fuera así: en la legión el oponente es etéreo, incorpóreo, es un fantasma que posee a cada soldado, incluso a mí ”.

Afortunadamente Buen Trabajo es una película realizada por una cineasta que entiende el cine no como un medio para contrabandear evangelios imbuidos de filosofía barata, sino como un instrumento destinado al ensayo audiovisual y a la difusión de la esencia del razonamiento humano, la incertidumbre. Cada plano de Buen Trabajo es un derroche de ingenio, evidentemente fueron configurados desde la experimentación. No hay en ellos la intención de amoldarse a los esquemas visuales dominantes, sino de recuperar los códigos del cine de arte.

La cámara registra sobriamente la ficción, en encuadres que evocan la corriente documental del cine soviético. La austeridad escenográfica distingue la puesta en escena, rememorando los decorados neorrealistas. La contención emocional de los protagonistas, rescata el desempeño de los actores del cine de Robert Bresson. La dramaturgia premeditadamente hermética e introspectiva, a ratos recuerda el cine de Wim Wenders. El respeto con que se retrata a cada caracter, la ausencia de villanos y estereotipos, la inclinación a profundizar en el comportamiento de cada personaje, sin juzgarlos, son virtudes que sitúan a Buen Trabajo en las antípodas de la cinematografía reinante, y a su directora en el altar de las trascendentes del cine mundial.

   


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Once cineastas que definirán el cine del próximo milenio (I)

Arbitraria y personal como todas las selecciones, está lista no pretende ser definitiva o absoluta; viene determinada por lo subjetivo y visceral, aunque, como toda representación, se aproxima a la realidad. Por razones de espacio no están todos los que son, algunos treinta directores, por causa del medio el perfil de los elegidos se desarrolla de forma tan breve como rigurosa.


Tsai Ming Liang. Malasia 1957
Es un impresionante cineasta del continente oriental. La mayoría de sus films han acaparado la atención de los festivales más prestigiosos de cine, sobre todo las lacónicas y metafísicas, Viva el amor (León de Oro en Venecia) y El Río (Oso de Oro en Belín); sendos estudios sobre la soledad y la depauperación rotunda que germina en los márgenes de las metrópolis que cubren el mundo globalizado. Como Antonioni, Ming Lang ha retratado con inteligencia las miserias existenciales del hombre moderno. Como Tarkowsky, su cine contempla con respeto y temor a la naturaleza. Por algo, la perenne presencia de la lluvia en la mayoría de sus films; obras maestras de la tristeza y la desolación que influenciarán a todos aquellos cineastas jóvenes que siguen creyendo que este es el peor de los mundos posibles.


Spike Jonze. 1969.USA
Es un extraterrestre que dirige ovnis cinematográficos y videos lunáticos. Su arte es de otro planeta, de otra galaxia. En su primera película, Being John Malkovich, nos introdujo por quince minutos en la mente de John Malkovich y nos enseñó como funciona la memoria de un chimpancé. En el video Sabotage, convirtió a los Beastie Boys en los protagonistas de una parodia absurda de las series policiales de los 70. En Praise You de Fat Boy Slim, grabó una coreografía de aerobics con un grupo de subnormales en frente de un cine. En Weapon of Choice, también de Fat Boy, convirtió a Christopher Walken en un Fred Astaire melancólico y utopista, el arquetipo del devenir del género musical, de radiografía almibarada de la realidad a espejo de las pesadillas de una generación infeliz. En Jackass, último atentado contra el buen gusto perpetrado por Jonze, la generación post X es la protagonista de una serie consagrada a la provocación escatológica y al combate teológico. Los hijos de Mr. Clinton abominan el puritanismo y en reacción asumen involuntariamente el credo iconoclasta, defecando sobre los tabúes de lo políticamente correcto. Spike es uno de los apóstoles de esta religión. En el tercer milenio, todo indica que este ET del arte, nos deleitará con platillos voladores en celuloide, que tanto nos mostraran otras dimensiones estéticas, como abrirán nuevas puertas para nuestra percepción.


Takeshi Kitano. Japón. 1956
El último poeta del cine Japonés, el último romántico, pero también, el amante de la violencia visceral. Es el cineasta de la paradoja. Es el director que mata y ama con la misma pasión, con la misma intensidad contenida de un verdugo que debe sacrificar a su esposa porque sufre una enfermedad letal. Es el creador de obras maestras. Es el autor de Flores de Fuego, un tratado sobre la ambivalencia moral del ser humano. Es el director de Sonatine y El verano de Kikijuro, dos retornos a los paraísos existenciales de la infancia. Es el protagonista de Violent Cop, una sangrienta, nihilista y libre versión de Dirty Harry, aquella película protagonizada por Clint Eastwood. Es el cineasta enamorado de la forma, de los tiempos muertos, de los planos generales. Es el Emilio Lovera de la telebasura nipona, el Charles Chaplin de ojos rasgados, y el nostálgico que desprecia al Japón contemporáneo con la misma virulencia del Yukio Mishima más militante. Sus películas más elaboradas, deambulan entre el aliento chabacano de una emisión de Cheverisimo y el humor melancólico de La Quimera de Oro, entre el espíritu humanista de El Chico y la furia autodestructiva de las obras más suicidas del autor de La corrupción de un ángel.

Además de cineasta y teleclown, Kitano ha desarrollado una carrera como pintor naif que lo ha revelado en su faceta más desenfadada. Sus más recientes films se proponen como viñetas coloristas, pobladas por personajes de tebeo, que representan historias amargas sobre el dolor que conlleva la perdida de la ingenuidad infantil. Junto a Kiroshi Kurosawa y Takeshi Mike, Kitano figura como el más grande de los cineastas nipones en activo y como el único director que parece empeñado en mantener vigente, durante el próximo milenio, el concepto de cine total que desarrollaron en sus obras, Keaton, Bresson, Melville y Tati.



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