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Bajar pa' La Guaira


Narrar lo atónito del ser no es fácil. Peor cuando proviene de la desolación. El resultado de un par de noches en vela debido a imágenes rememorativas de tan dantesco escenario, llaman a la búsqueda de entendimiento. Por qué se necesita horror. Por qué dolor. Por qué sufrimiento.

La tragedia y el humor son las únicas manifestaciones que súbitamente logran desmoronar la realidad que vivimos. Cada una a su manera, pero en mi opinión igual de dolorosas. Sólo los griegos han logrado coexistir entre ambos mundos en su llamada tragedia humorista. A esta civilización se le ha hecho un tanto difícil.

Hoy lógicamente viajaremos con la tragedia de la mano. Nietzche fuerza lo límites del entendimiento con su tesis del nihilismo espiritual, presenta el ocaso como la única salida para perder la subjetividad de la inmediatez, para recuperar la inocencia y la niñez. Regresar a las formas elementales (agua) por medio de la fragmentación y destrucción enseña que el origen del hombre no es humano. Este retorno implica muerte, transformación y destrucción. Nada de lo anterior es posible sin dolor.

Luego de unos meses del deslave se presentó la oportunidad de “Bajar pa’ La Guaira” – ya no como era antes, ya no a festejar o amanecer. El comienzo iba preparándome para lo que vendría después. El Ávila había sido el protagonista de una lucha sangrienta entre leones hambrientos. La vista del viaducto Caracas – La Guaira estaba arañada y roída como nunca antes.

Ávila, gran tótem, por qué desataste la ira de Dios.

Cerca del puerto comenzó el horror, con el primer río desbordado, después la casa Guipuzcoana y la Av. Soublette y su Virgen incólume señalando el camino. Pero no es sino al llegar a Macuto cuando de verdad se pierde el aliento, al ver lo que con suerte quedó de La Guzmania, las casas coloniales, y los techos de la iglesia convertidos en 1er piso. Es desgarrador, no hay palabras, es como los segundos de inamovilidad corporal al despertar bruscamente de una pesadilla, sientes que vas despertando lentamente pero no puedes mover ni un dedo, ahí cuando el silencio interior puede resultar el estruendo más fuerte, vives la agonía del despertar.

Tan despavoridos corrían los Guaireños por la inclemencia de las aguas, y tan despavoridos seguíamos nosotros el recorrido. Llegamos a Camurí Chico, convertido en explanada cual pista de aterrizaje. Los códices de la naturaleza y sus arrebatos son indetenibles, mis ojos lo comprobaban mientras sentado al borde de un depósito improvisado de carros desmantelados, me fragmentaba con las miles de piedras, las gigantescas rocas de desconocido tamaño para mí y las montañas de escombros en que se había convertido Los Corales. Nunca olvidaré esas imágenes, así como el graffiti que me señalaba desde una pared: “hicieron de Vargas turismo de tragedia”. Y es verdad, nuestra solidaria ingenuidad y ceguera colectiva así lo demostró. No podía evitarse la demolición de casas y edificios pero si la de sus habitantes. No se actuó a tiempo y Los Corales está allí para recordarlo por siempre, con sus dos edificios mordidos y su gente sepultada.

Tanaguarena fue la próxima parada, ya nada nos sorprendía, andábamos encima de las tejas, el río había sedimentado su furia y estábamos caminando sobre ella. Todos los portales de entrada de los edificios eran ahora mezzaninas o sótanos. El absurdo que se vive en la conciencia trágica te deja mudo. La voluntad, imagino yo, esa visión de lo lejano, de lo posible, ha debido ser el impulso para sobrevivir, primero a la catástrofe de la naturaleza, luego a la catástrofe humana: toque de queda impuesto por los hombres con la conciencia perdida convertidos en caníbales, violadores, asesinos, saqueadores, y quién sabe qué otra cosa.

Carmen de Uria nos dio la despedida con su letrero clavado a la entrada “Bienvenidos a Carmen de Uria – Welcome to Carmen de Uria”. Postes de luz de medio metro y todavía hedor a muerte nos acompañaron. El río le tragó media montaña y con ella recuerdos y vidas.

Vidas quieren recobrar sus pobladores, muchos se aferran a no huir, para no renunciar a lo que son, hay otros que ya lo han hecho. Han dejado atrás lo que les costó una vida para iniciar una nueva. Así dejamos atrás nuestro viaje, para llegar a Caracas, la ciudad de la que tanto escapaban los Guaireños. Hoy están forzados a vivir en ella.