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Matrix RevolucionesDir.: Hermanos. Wachowsky.2003.
Saldada y finiquitada como un acontecimiento trasnacional, esto es, como un evento mass mediático a gran escala, la conclusión de esta trilogía representa por sí misma, un fenómeno publicitario por excelencia, un golpe maestro de mercadeo que batirá récords de taquilla, y que terminará por convertirse en una regla del juego Hollywoodense, de cara a los compromisos comerciales del nuevo milenio, amén de los retos de la recesión económica. Obligada por necesidad a superar ciertos márgenes de rentabilidad, esta serie de ciencia ficción depende más que nunca de complejas estrategias de marketing, no sólo para acaparar la atención del gran público. También, y en especial, para recuperar sus elevados costos de producción, fruto de la cultura del derroche, de la inflación y de la idea de que mientras más grande y rimbombante se vea, mucho mejor. Esta grandilocuencia discursiva se corresponde con la magnitud de la empresa, con la dimensión de su descomunal campaña de promoción, por cuanto reafirma y convalida el significado del arte monumental, el sentido de la desmesura y la desproporción, como un recurso para garantizar y asegurar una gran recaudación en boletería. En consecuencia, la matriz se sobrecarga once again con el fin de procrear al hijo predilecto de la era neobarroca, al Mesías del pueblo elegido, al consentido de la taquilla. Es un pájaro de buen agüero, un F 16 repotenciado, un superman enamorado ciegamente de su patria como un soldado kamikaze. Ha venido a salvar el mundo de la garras del hombre duplicado, pero antes deberá contener a la rebelión de las máquinas. En medio de ambos conflictos, presenciaremos la guerra de dos mundos, pero sin la locución de Orson Welles. Será una batalla larga, cíclica, crítica y sostenida como la de cierta tormenta del desierto, en la tradición de la película El Día de la Independencia. Ganará el peor, el mejor o todo lo contrario, pero eso no será más que el preámbulo de la gran pelea de la noche, por la unificación de la paz mundial, o por la preservación del equilibrio bipolar en un mundo tan maniqueo y virtual como el nuestro. En una esquina veremos al campeón invicto de la corona,con su gancho en cámara lenta. En esta otra contaremos con el amo del desastre, el aspirante a monarca de la división supermosca, con sus gafas oscuras y sus veinticinco tics por segundo. La pelea se desarrollará a un solo asalto, sin referí de por medio, a mano limpia, en la arena de ciudad gótica y a la manera de un round de Mortal Kombat. Los golpes bajos serán permitidos desde el principio hasta que uno de los dos tire la toalla, pierda por nocaut o por decisión de los guionistas. Como todo lo que sube tiene que bajar, y como todo lo que comienza tiene un fin, esperamos que esta pesadilla boxística termine de una vez por todas, sin derecho a replica, revancha, come back o desquite en un futuro no muy lejano. II
El espectáculo político, pasado y presente, construye matrices de opinión. El cine, eslabón fundamental de la retórica proselitista, las adopta, adapta o legitima en trilogías belicistas como Matrix. Asistimos en ella a la retroproyección mediática de ese discurso mesiánico, teocrático,binario, puritano, fundamentalista, beligerante y restaurador, tan de moda en nuestros días. En el aspecto estético, la cinta unifica a partes iguales, el artilugio de la ciencia ficción,el arte expresionista, el arsenal del cine bélico y el artificio del melodrama. Los cuatro géneros, por separado, satisfacen la expectativa de diversos sectores de la demanda, pero en conjunto, ilustran el sentido maniqueo y marcial de la película. De la oscuridad, de la tiniebla, de la pesadilla despertamos en un amanecer luminoso, intenso y utópico. Los soldados dan la vida por su patria, en respuesta a la amenaza del enemigo. El adversario, el antagonista ataca de manera desproporcionada, desmedida y sin compasión como en Pearl Harbor, pero el héroe no se deja amilanar por la estatura del compromiso, y muere con la botas puestas, en cumplimiento de su deber, como el Willem Dafoe de Pelotón. Aun en desventaja, el paladín de la justicia se crece en la adversidad, derrotando a sus innumerables antagonistas, en una lucha desigual, pero de la cual sale victorioso porque lo asiste la razón y la fe en el sueño mayor. No en vano, la gran consigna de la película es equivalente al slogan de la campaña norteamericana de reconstrucción moral, en desagravio y compensación del atentado contra las dos torres: I Still Believe (in the american dream). La historia, en definitiva, culmina en un enfrentamiento de orden simbólico, en un choque de trenes, que conduce a la estación esperanza, bajo la conducción del último hombre. Todas estas contraseñas, guiños y deja vu llegan a nosotros en forma de metamensajes y subtextos, cuya decodificación y desmontaje desemboca en la comprensión de la ideología dominante. Sus secuelas, expresiones y enunciados reconfirman la sospecha, la hipótesis. En Matrix Revoluciones, el mal es aliado de la vieja Europa, de la vieja Francia, la misma que ayer se opuso a la guerra de Irak. Un trillado y frívolo parisino, de la nueva ola fashion, regenta un bar sadomaso en el infierno. Neo y Compañía le dan su merecido, tras descender de las alturas, de las cumbres del Olimpo, donde semidioses y arcángeles conviven en sana armonía, en pareja y en estricta monogamia. Al sarcasmo, la ironía y la afectación del villano “francés”, se contrapone la severidad,serenidad, integridad, seriedad y circunspección de Morfeo, incapaz de abrigar pensamientos pecaminosos. Lo suyo es la introspección, la meditación y la devoción a la palabra de la pitonisa, guía espiritual de los personajes positivos de la película. Separados de su parte maldita, como diría Baudrillard, reñidos con su parte de diablo, como diría Maffesoli, los hijos de la matriz, los chicos matrix, quieren reinar sobre un mundo desinfectado y purificado de cualquier alteridad y virus, de cualquier diferencia e incompatibilidad, de cualquier disenso y otredad, de cualquier negatividad y reactividad. Por desgracia para ellos, “más allá del proyecto higienista, propio de la modernidad occidental, del riesgo cero y la asepsia generalizada de la existencia, el deseo del mal retoma siempre fuerza y vigor” (Michel Maffesoli). -Sergio Monsalve |
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Festival de Freixenet
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NarcDir: Joe Carnahan. 2002.
Primero fue Tony Montana en un ambiente discotequero de plataformas, camisas desabotonadas y generosas porciones de perico.Después vinieron los Carlitos a traficar y aspirar a la american way en un entorno de mansiones neobarrocas con mujeres fatales en cada recamara. Finalmente llegaron los enganchados, los undercover de la DEA, los policías corruptos y los Benicio del Toro, a cerrar con broche de oro la ristra de estereotipos sobre el “submundo del narcotráfico. En principio era la suntuosidad kistch de Caracortada. Luego el imperio de la droga se identificó con el boato del palacio Xanadu, como si el clan Orejuela hubiese multiplicado su capital con el único propósito de codearse con los herederos de William Randon Hearst. En efecto, según películas ingenuas como Traffic, las mafias de la coca crecen y se reproducen para copiar el estilo de vida de ricos y famosos. Por último, las malas calles se llenan de camellos, colgados y vendedores a domicilio que son eternamente perseguidos por agentes del orden y el progreso. Antes el mercado en polvo estaba controlado por una pandilla de forasteros con muy mal gusto, por nuevos ricos del tercer mundo con aspiraciones de conquistar el primero. Más adelante el cine indie deja en manos del black power, o de las gangs portorras y chicanas, la administración y gerencia del crack business. Algún senador descarriado participará del negocio, pero la justicia infinita lo encarrilará a tiempo para la despedida. Transfigurado en un problema exclusivo de minorías y carteles de señorones feudales, aunque en realidad se trate del Wall Strett de los grandes capitales, el narcotráfico se expande en el gueto y en el sur del continente, en los márgenes de la ciudad y en las antípodas de la metrópoli, en suburbios de mala muerte y en fronteras pedestres. Hasta allí deben caer, tan bajo, héroes como Harrison Ford o antihéroes como Jason Patric, cuya misión consiste en erradicar el caldo de cultivo desde la raíz hasta el tallo, para keep america clean. El trabajo del director radicará en perseguir con la cámara (en el lomo) al rastreador de heroína, al perro obediente de la división de narcóticos, entre las cañerías y tuberías donde se alojan las ratas y ratones de la merca. El job del fotógrafo residirá en proyectar una textura sombría y opaca afín a la estética trash. Los actores se limitarán a interpretar el papel de víctima o mártir del “calvario de la droga”; cuando no, el rol de mal teniente a punto de esnifar ocho rayitas de blanco en seguidilla.Sea como Ray Liottta desesperado o como Jason Patric desconsolado, su sacrificio o redención consumará otra fábula moral del discurso predominante, presto a silenciar y omitir cualquier verdad sobre el American Drugstore. En este sentido, la cinta de Joe Carnahan se revela no tanto como “la realidad que la censura no puede ocultar”, sino como la realidad que la autocensura intenta encubrir tras la pantalla de un operativo parapolicial en los bajos fondos. -Sergio Monsalve |
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Érase una vez en MéxicoDir.: Robert Rodríguez. 2003. Desde el título propuesto por Quentin en honor a Sergio Leone, la última entrega de El Mariachi reconquista la receta del spaguetti western, de la nonna del viejo oeste, en un pastiche de géneros malditos, nacionalidades y multiculturas, aderezado con chile, cochinito pibyl, sazón tex-mex o taco bell, algo de tequila, sexo y mucho de la que rima con Tijuana, corriendo por cuenta del desprendido y desmelenado Capitán Perla Negra, o por fundadores de la pandilla Open Smoke, como Chech Marin. Los acompañan otros dos que han probado de todo, y probablemente de más, pero que ahora andan de regreso: Mister desintoxicado Mickey Rourke y el ex convicto Danny Trejo. Como Tarantino, Rodríguez se anota en la campaña filantrópica de reivindicar o darle una segunda oportunidad a los outlaw de Hollywood, a los proscritos de E True Hollywood History, a los más buscados por National Inquire, y a los que ya pasaron su cuarto de hora de fama, como el propio productor de la película, Carlos Gallardo, mejor amigo de la casa, primer Mariachi de la familia o progenitor de la estirpe, ahora sustituido, por razones de sobrepeso, por el gallardo con sobreprecio, Antonio Banderas. A su lado, en letras doradas, despunta la honra del star system chicano, Salma Hayek, más emocionalmente contenida que de costumbre y más acrobática que Gatubella. Muerta en una anterior entrega de la serie, la Refrida renace de sus cenizas en un flash back de acciones suspendidas y guiños paródicos, como para no tomarnos tan en serio el asunto. Sellan el casting estelar, tres golden boys cotizados en diferentes centros comerciales: Enrique Iglesias, amuleto del target teenager, Williem Defoe, moneda corriente en el mercado de villanos, y Rubén Blades, emblema del orgullo latinoamericano, quien corona la secuela más frijolera y pinche gringo de la trilogía con miras a convertirse en la nueva edición del Zorro por capítulos y volúmenes de colección. Con esta Pandilla Salvaje, digna de las vaqueras de Sam Pekinpah, Robert Rodríguez dirige un neowestern donde todo vale y donde todo es posible dentro la lógica del posmodernismo tardío, desde tramas conspirativas hasta intervenciones de la CIA, desde formalidades del primer mundo hasta atrevimientos del tercero, desde ideologías hard hasta inclinaciones light, desde híbridos culturales hasta fusiones genéricas, desde Edipo Rey hasta sigo siendo el Rey, desde el hombre sin nombre hasta el pueblo sin ley, desde Manú Chao hasta Living la Vida Loca. Osea, imágenes, símbolos, paradojas, conceptos, ruinas y alegorías de algo que antes era Méjico, y que más nunca volverá a ser lo que fue.
-Sergio Monsalve |
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