Sueño de Otro
Llegaste a pensar, por un momento, que todo acabaría tan rápido como comenzó. Una vez más, te equivocaste. Ese deseo, casi irreprimible, que tenemos por derramar la sangre del otro, de llenar nuestras manos de ese líquido precioso, rojísimo, fue más fuerte que toda la inocua educación que trataron inútilmente de arraigar en tus entrañas durante años. Y es que siempre fuiste ni más ni menos que esto, un alienado, extraño exiliado de este mundo, lobo de la estepa silenciosamente esperando... sólo esperando. Llegaste temprano, limpísimo, ordenadísimo, perfumado como de costumbre. Siempre te ha dolido más ensuciar tus ropas que tu alma. Después de observarla durante un rato eterno, casi irreal, después de recordarla como solía ser, tan inequívocamente llena de vida, hermosísima, absolutamente perfecta, decidiste que sería mejor conservarla así, dormida, reposando tranquila en tu memoria, olvidada de todo y de todos, por los siglos de los siglos, tuya. ¿Qué más podías hacer? Es un poco tarde para hacerte esa pregunta. Te regalaste la asfixiante y morbosa sensación de acariciarla por última vez, su piel de porcelana parecía romperse entre tus dedos sedientos de venganza... quisiste besarla pero aquel instante hubiese acabado con tu magistralmente delineado plan. ¿Por qué tuvo que hacer lo que hizo? Despreciarte de esa manera... tantos años de dedicación, de consuelo, en los brazos de aquel fantasma que jamás consiguió asesinar. Mentir así, de esa forma tan insolente, acostarse noche, tras noche, tras noche... siempre la misma noche... a tu lado, fingiendo sentir el calor que jamás emanaste, soñar a ese otro dentro de ella misma, a tu lado, otro que debiste ser tú... No cabía la menor duda, merecía todo lo que estaba por suceder. Después de todo, y para el bien de tu conciencia, nunca te quiso... ni siquiera un poco. Aquellas alucinaciones que la perturbaban no eran más que los terrones de frustración cayendo sobre su cerebro, aquellos que le recordaban que se había entregado eternamente a tu mediocre vida. ¡Pobre avecilla destinada a morir en aquella jaula privada de la agitación a la cual fue adicta! ¿Qué fue del viento que al rozar sus mejillas hacía aquel sórdido estruendo?¿Qué fue de la luz que atravesaba diagonalmente sus pupilas para enceguecer su tristeza? ¿Cómo pudo entregarse, noche tras noche, al helado cuerpo que ahora se precipita sobre su mal llamada vida? Era imperdonable. Ni siquiera el inmenso e inalterable amor que te consumía por dentro era capaz de perdonar aquella traición... pues la traición es la única verdad que nos confronta con nosotros mismos, con todas nuestras limitaciones y carencias, nos hace preguntarnos y replantearnos en la nada absoluta que somos... y peor aún, es el único espejo que hace vernos en quien alguna vez soñamos ser. Un solo corte. Exacto. No puede ser preciso, debe ser exacto. Un limpio y perfectísimo corte que la separe de esta mala vida para siempre. Tenía las pijamas húmedas. Seguramente por aquel sueño de otro. Podías percibir el dulce aroma de la traición, penetraba hasta tu cerebro, incendiándolo en el más podrido odio y haciéndote más consciente que nunca de lo que estabas a punto de hacer. La locura jamás destiló tanta lucidez... ni el veneno tanta dulzura... Amor, amor... ¿Por qué me has abandonado? Tienes sed y sin embargo no hay nada en este mundo que pueda apagar este deseo descomedido de darte tu puesto. Rey y señor... por primera, por última, por única vez... no te importa. Una vez es suficiente. Su obra... toda su obra para aquella sombra, todos sus ratos de vigilia, todas sus letras, todo su genio... todos sus besos, todas sus caricias fueron entregadas a otro destinatario... Absolutamente todo fue siempre para otro, ese otro que te empeñas en pensar que eres tú. Tuviste que sentir, en tu propio cuerpo, aquella hoja perfectamente afilada antes de proferir tal daño a tu amada... ¿Gris?
¿Quién pudo atreverse a darte tal adjetivo... a calificarte de tan asquerosa manera? En lo más profundo de tu ser sabías que aquel humo ensordecedor, alguna vez estimulante que solías llevar como perfume, acabó por colorearte, a su antojo. Gris, igual que él, siempre gris, sólo gris. Era una mentira, ¿sabes? Una gran mentira... le decías una y otra vez, y ella, indefensa por el somnífero que habías mezclado la noche anterior con la poca comida que ingería, no podía más que oírte desde lejos, distante, surreal... Jamás se enteraría, siquiera, que fuiste tú quien finalmente acabó con su miseria, esa miseria que ella misma escogió para sobrevivir. Pero estabas ahí, más que nunca estabas ahí a su lado y sin embargo había algo que no terminaba de encajar. Era tan bella... tan absoluta e irrepetiblemente hermosa que te preguntabas dónde podrías conseguir otra igual, al menos parecida. Una que se rindiera a tus pies y aceptara voluntariamente entrar en tu jaula... una que entrara a voluntad y no escapando de los errores de otro, no para esconderse de la terrible realidad de aquel con quien soñaba ahora mismo... Iba a ser difícil, ciertamente, pero esa pequeñez no podía entorpecer tu siniestro plan. No ahora. ¿Cuántas veces escuchaste aquella frase? No ahora, amor, no esta vez... Resonaba en tu interior y llegaba a descontrolar la silenciosa y perturbadora calma que te hacía actuar de forma tan desalmada. Sólo tenías un deseo... que aquel maldito que había desfigurado tu felicidad pudiera verte ahora... con todo el poder en tus manos... poder sobre ella, sobre él, sobre ambos... poder absoluto sobre la felicidad que jamás les sería concedida... Y fue entonces cuando tu sangre se tornó helada y tomaste la fuerza y precisión para realizar tu obra. Perfecta. Magistral. Inmaculada. Música de fondo, recuerdos cayendo sobre tu alma a borbotones, incapaz de sentir más que el vacío a tu alrededor... Se acabó. Todo ha terminado. Ha terminado tu angustia y tu desesperación, tu vida y tu muerte se conjugan ahora en una sola y perfecta pieza indestructible, han terminado las horas en vela, llorando amargamente el amor que prometió llegar y nunca lo hizo, lagrimas por el otro, vida del otro, agonía eterna sincronizada con los ya extintos sonidos de tu corazón... Por primera vez fuiste tú, pequeño lobo asustadizo envuelto en el apestoso humo que fue tu vida, quien decidió autoritariamente el siguiente cruce que tomaría el destino.
-claudine vlo
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