|
|
Música para desayunar crêpes después de una rumba
Air, Moon Safari
Llegan a tu casa, apenas pueden subir las escaleras hasta la puerta. Una vez allí, descansas dos segundos para sacar las llaves del bolsillo y equivocarte un par de veces antes de abrir la puerta. Ella está recostada de la pared y sonríe cuando la ves. Al entrar, un ruido vacío, el mismo que permanece uno o dos días después de cada vez que bailas muy cerca de las cornetas, no te deja apreciar el silencio de la mañana. Te sientas en el sillón y dejas que la chaqueta caiga al suelo, igual habrá que lavarla. Reposas el cuello e ignoras que tu espalda está demasiado doblada, eso no importa ahora. Ella se acuesta y su cabeza reposa sobre tu pierna. Dormirías, dormirían, pero hay algo que no pueden ignorar: tienen hambre.
Hace poco viven juntos, así que aún quieres impresionarla preparándole el desayuno. No hay pan. Verificas que tienes todo lo que necesitas mientras ella intrigada te observa desde su reposo. La ves con dulzura y le preguntas si quiere unas crêpes con nutella y ella sonríe. Sólo falta algo: un poco de música. Quizás esa sea la elección más importante del día, la música que acompañará ese momento tan voluptuoso.
Tiene que entrar poco a poco en el ambiente, inadvertida hasta que es inevitable. Y luego, evitar el protagonismo sin perder tu atención.
Te paras frente a la pila de discos y casi al tope esta la carátula kitsch del Moon Safari de Air. No dudas.
La femme d´argent sutilmente va invadiendo la sala, que es a la vez la cocina de tu estudio, en un susurro de lluvia y percusión. Ella cierra los ojos y juega con sus rulos. Enciendes el fuego y buscas las cosas que necesitas con el cuidado de nunca arrojar la puerta de las gavetas. Tener tanto cuidado se recompensa con la paz que refleja el óleo de una mujer que reposa sobre el sofá. La sartén se posa tan suavemente que parece flotar sobre las llamas. Entonces te das cuenta de que acertaste, porque empiezas a oir el bajo y los destellos del teclado y el moog.
Moon Safari es un disco sutil e impredecible, eso es lo que piensas cuando Sexy boy anima el aire casi sin quererlo. Ella mueve un poco la cabeza de un lado al otro y empiezas a vaciar la mezcla, sincronizando cada acto con un instrumento y fingiendo que conoces la letra moviendo los labios y dejando que las voces transformadas de Nicolas Godin y Jean-Benoît Dunckel hagan el trabajo. All I need endulza el aire cuando la voz de una mujer canta un poema que se enreda con una guitarra acústica. Lo electrónico comienza a adquirir un matiz de base. Comienza a perderse, a carecer de definición. Deja de pertenecer a un género para convertirse en música.
Kelly, watch the stars! es un tema naîve. Un regreso a esa música que oía mamá en el carro. Todo el disco es revisitar una inocencia: alguien dijo que lo original suele ser producto de la mala memoria. Air utiliza en el Moon Safari esa memoria y la reinventa en el código de los tardíos años noventa. De una manera que aún hoy suena a descubrimiento.
Sirves las crêpes, le das de comer en la boca, sonríen (si vieras una escena así, te parecería patética) y el disco está allí, acompañando lo cursi sin estorbar su camino.
A ratos notas el arreglo creciente de cuerdas de Talisman, la voz codificada de Remember (rodeada del misterio que aporta lo que parece ser un theremin), la voz dulcísima que regresa en You make it easy, el aire hollywoodense de Ce matin la, el aire de lullaby de New star in the sky y la despedida casi mística con Le voyage de Penelope y te parece que forman un conjunto imprescindible.
El desayuno termina. Algún ave canta a lo lejos y el alba heriría tus ojos. La miras y en un acuerdo van a la cama, pues ya han descansado.
|
|
|